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Reportaje:

El diseño del nuevo imperio

Andrés Ortega

Ironías de la historia. Bin Laden quería destruir Estados Unidos, o al menos levantar al mundo islámico contra él. Pero puede haber acelerado la conversión de la hiperpotencia en un imperio. Para George Friedman, del centro de análisis Stratfor, con el intento de parar y combatir a Al Qaeda, Estados Unidos se ha visto obligado "a seguir el clásico proceso imperial", sólo que esta vez de alcance global ante una amenaza ubicua. Estaríamos así asistiendo al surgimiento, en parte por diseño, en parte sobrevenido, de un nuevo imperio global, basado en la absoluta superioridad militar de EE UU, uno de cuyos brazos de actuación podría ser la nueva OTAN transformada la semana pasada en la cumbre de Praga. Es un proceso de Empire State Building, no de Pax americana.

El despliegue militar y las bases, en parte herencia de la guerra fría, tienen que ver con la lucha contra Al Qaeda, el control del petróleo y la defensa de Israel
La 'doctrina Bush' hace especial hincapié en la necesidad de alianzas, puesto que EE UU puede actuar sólo militarmente, pero no políticamente
El gasto militar de Bush supera los 350.000 millones de dólares anuales; es un 40% del mundial y más del doble del de los países europeos de la OTAN
Michael Ignatieff: "Está emergiendo un nuevo orden internacional, pero se está diseñando para responder a los objetivos imperiales estadounidenses"
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Según el analista francés Pierre Hassner, la prioridad de Clinton era "doméstica y global", y la del actual presidente Bush, "nacional e imperial". La de Clinton fue la época de la globalización. La de Bush es distinta. Walter Russell Mead, en su libro Special providence (Providencia especial), ve una constante interacción en la política exterior de EE UU entre cuatro escuelas de pensamiento: la hamiltoniana (protección del comercio), la jeffersoniana (mantenimiento del sistema democrático), la jacksoniana (valores populistas y poderío militar) y la wilsoniana (predominio del principio moral). En la Administración de Bush, el secretario de Estado, Powell, sería el más jeffersoniano, y el vicepresidente, Cheney, y el jefe del Pentágono, Rumsfeld, los jacksonianos.

No sería un imperio clásico. Ni siquiera imperio en un sentido territorial, pues no tendría limes (aunque sí una frontera nacional). Aunque, para Chalmers Johnson, autor de Blowback: the cost and consequences of American empire, el más de un centenar de bases militares que ahora tiene Estados Unidos en el mundo entero cumplen el papel de las antiguas colonias en los imperios del XIX. En todo caso, como indica John Lewis Gaddis en Prospect, Estados Unidos está sumido en una "gran estrategia de transformación". Poco después de entrar en la Casa Blanca, Bush ya anunció su intención de dejar atrás la posguerra fría. Ya, en su derredor, se agitaban los partidarios de la tesis imperial. No es seguro que prospere. Pero algunos están intentando la génesis de lo que sería el primer imperio global, no sólo militar (pese a ser el único país capaz de proyectar fuerza en cualquier lugar del globo), pues también impone sus protocolos en buen número de sectores (como el informático).

La fuerza del imperio

Hassner se pregunta si EE UU va a ser "el imperio de la fuerza o la fuerza del imperio". Su gasto militar ha crecido con Bush y supera los 350.000 millones de dólares anuales, un 40% del mundial y más del doble que el de los países europeos de la OTAN, que no quieren competir, sino, si acaso, abrirse un margen de autonomía.

Estados Unidos pretende ser un imperio no sometido a la ley. La lista de los acuerdos internacionales en los que no ha entrado o de los que se ha retirado en los últimos años se va alargando. No parece dispuesto a aceptar nada que pueda tocar su soberanía nacional. Como señala Michael Ignatieff, "está emergiendo un nuevo orden internacional, pero se está diseñando para responder a los objetivos imperiales americanos".

El Imperio necesita dominar el espacio. Cabe recordar que el informe redactado por Rumsfeld cuando aún estaba en el Senado al frente de la Comisión de Evaluación de la Gestión y Organización de la Seguridad Nacional en el Espacio, reclamaba la necesidad de garantizar la superioridad absoluta de EE UU en ese ámbito. El control del espacio en los próximos años es visto, así, como lo fue el del mar en los siglos XVIII y XIX, o el del aire en buena parte del XX, abiertos también a una competencia comercial. El Informe Rumsfeld alertaba de que "EE UU aún no ha tomado los pasos necesarios para desarrollar (...), mantener y asegurar su superioridad" en el espacio, cuando el mundo se ha vuelto mucho más dependiente en los satélites. Ha puesto trabas al desarrollo del sistema europeo de GPS, el Proyecto Galileo, competidor del de EE UU. Y esta Administración ha dejado abierta la cuestión de si va a subir armas (láser u otras) al espacio. La reorganización, en julio pasado, del Mando Espacial y del Estratégico (nuclear) en uno único, el Stratcom, es parte de este proceso. El programa de Defensa Nacional contra Misiles, también.

Con su revisión de la postura nuclear, el Pentágono quiere disponer de la panoplia más amplia posible de armas para defenderse lejos, ya sea en Afganistán, Irak o Somalia, utilizando, si lo considera necesario, el arma nuclear, aunque sea miniaturizada, una doctrina en la que le ha seguido el aliado británico. El manto doctrinal general es la Estrategia de Seguridad Nacional, conocida como la doctrina Bush, un documento publicado el pasado 17 de septiembre, complejo, pero que, junto con el deseo de promover la democracia y la libertad, recoge la idea de que la mejor defensa es un buen ataque: el ataque defensivo preventivo, particularmente contra amenazas terroristas o de uso de armas de destrucción masiva. Es algo por lo que Cheney y el número dos del Pentágono, Paul Wolfowitz, desde otros cargos en la Administración de Bush padre, intentaron impulsar en 1992, junto a una política que asegurara la preeminencia global de EE UU e impidiera el surgimiento de ningún Estado o alianza que pudiera rivalizar en poderío militar con este país. Esta vez han conseguido imponer sus tesis, aunque sea en contra de la legalidad internacional que EE UU impulsó desde 1945. Esta doctrina se basa en la hegemonía militar de EE UU, y en que otros, como los europeos, la acepten. Y la han aceptado en el Concepto Militar para la Defensa contra el Terrorismo, aprobado en Praga, que se iba a hacer público, pero que finalmente no se difundió.

La doctrina Bush hace especial hincapié en la necesidad de alianzas para EE UU, que puede actuar militarmente, pero no políticamente, solo. El que Bush haya aceptado pasar por el Consejo de Seguridad de la ONU para atacar Bagdad, y que en Praga haya buscado apoyos para una eventual acción contra Irak, es una prueba de ello. "América se percata de que no puede prescindir del mundo", según el sociólogo francés Emmanuel Todd (Après l'Empire). El Imperio necesita a la ONU, aunque sea una ONU que se amolde al Imperio. Para Hassner, "el Imperio sólo se puede consolidar si hay una dosis de multilaterialismo, lo que a su vez presupone, dentro de una inevitable hegemonía, una dosis de multipolaridad". El aislacionismo es cosa del pasado, pero el unilaterialismo está muy presente en esta Administración que alimenta también el debate imperial. Y algunos, como William Kristol y Robert Kagan, temen que Bush haya caído en una "trampa" en la ONU respecto a Irak.

Sobre el terreno, EE UU va poniendo piezas. Europa ya no le importa, pues la ve segura. Pero le interesa que Europa le siga, aunque sea para, como lo expresa Kagan, que Washington haga la cocina y los europeos después limpien los platos. Con, o para, la guerra de Afganistán, Estados Unidos ha tomado posiciones en buena parte de Asia central, y ya desde 1991, en el Golfo. Cuenta con bases militares en el antiguo país de los talibanes, Kirguizistán, Uzbekistán, Tayikistán, y en lo que puede acabar siendo el eslabón débil de la cadena, Pakistán, además de una creciente presencia en África (Yemen, Somalia, etcétera). Estados Unidos tiene bases militares, propias o de utilización conjunta, en una cuarentena de países del mundo, lo que facilita la rapidez en las intervenciones. Este despliegue, en parte herencia de la guerra fría, tiene que ver con la lucha contra las redes de Al Qaeda, con el control del petróleo y la defensa de Israel.

El momento más definitorio para la tesis imperial llegaría si hay una guerra con Irak. Cheney, en expresión que últimamente no ha repetido, alertó hace unos meses sobre la intención de EE UU de "volver a dibujar el mapa de Oriente Próximo". No es una novedad. En septiembre de 2000, en plena campaña de las elecciones presidenciales, el New American Century, un think tank en el que colaboraron Kagan, Kristol y Wolfowitz, señalaba, en un informe sobre la Reconstrucción de las defensas de América, que "defender el perímetro de seguridad americano requerirá cambios en los despliegues y las instalaciones en el extranjero de EE UU". Y añadía: "Aunque el conflicto sin resolver de Irak aporta la justificación inmediata, la necesidad de una sustancial presencia militar americana en el Golfo trasciende la cuestión del régimen de Sadam". Eso es parte del diseño imperial.

Debate abierto

La conversión de EE UU en Imperio es un debate abierto. En el campo imperial hay analistas interesantes, lo que no implica compartir sus ideas. Entre los intelectuales, que en su mayor parte publicaron sus principales ideas al respecto justo antes del 11-S, destaca, aunque no hable propiamente de imperio, Philip Bobbitt, autor de un libro de 923 páginas, The shield of achilles: war, peace and the course of history, en el que ve el periodo de 1914 a 1990 como una larga guerra, que marcó época. Para Bobbitt, la globalización ha llevado a dejar atrás el Estado-nación para dar paso al "Estado-mercado", cuyo mejor ejemplo es EE UU, que tiene que estar dispuesto a intervenir militar y políticamente para defender este orden. Robert Kagan en su ya famoso artículo, que está ampliando a un libro sobre "la brecha del poderío" entre EE UU y Europa, considera que la fuerza de aquélla hizo posible que los europeos creyeran que el poder militar ya no importaba. Mientras que para ese excelente periodista que es Robert Kaplan, el imperio es "la forma más benigna de poder".

Hay visiones contrarias. Para Todd, más que ante una hiperpotencia militar, estamos ante un "micromilitarismo teatral" que busca "demostrar la necesidad de EE UU en el mundo aplastando a adversarios insignificantes". Para Emmanuel Wallerstein, "la cuestión no es si la hegemonía de EE UU está disipando, sino si va a saber realizar un aterrizaje suave en términos de pérdida de poderío".

Un contraluz del presidente de EE UU, George Bush, durante un mitin en el Estado de Tennessee.
Un contraluz del presidente de EE UU, George Bush, durante un mitin en el Estado de Tennessee.REUTERS

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