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Reportaje:

El 'aparecido' Bin Laden y la guerra contra Irak

Gilles Kepel

Así que Bin Laden sigue vivo... Casi un año después de su ocultación, su reaparición -en forma de grabación reivindicando todos los atentados cometidos contra occidentales estos últimos meses y anunciando el apocalipsis en Estados Unidos y Europa en caso de ataque contra Irak- se inscribe, en principio, en el seno de una secuencia de acontecimientos: ha seguido a la votación por unanimidad -incluida Siria- de la resolución 1441 por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el 8 de noviembre, que obliga a Bagdad a aceptar las inspecciones de la ONU. Ha ocurrido en el momento de la puesta en escena en la cual el Parlamento iraquí "recomendaba" a Sadam Husein rechazar esta resolución, antes de que éste la denunciara, multiplicando con ello las posturas públicas hostiles. Ha estado seguida por uno de los atentados más letales cometidos en Israel: el ametrallamiento de 12 judíos en Hebrón al inicio del Sabat, reivi+ndicado por el responsable de la Yihad Islámica, un movimiento cuyo dirigente, Ramadan Shallah, reside en Damasco.

Con la eliminación de Sadam, EE UU controlaría las segundas reservas petrolíferas del mundo y relativizaría el papel preponderante de Arabia Saudí
Bin Laden se ha convertido en la 'marca de fábrica' que activa el espectro de aquél en el momento oportuno como un instrumento de presión terrorista
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Más allá de los grandes titulares, este bombardeo mediático hecho de informaciones a cual más cargada de amenazas que las anteriores constituye una especie de primera escaramuza en la que los diversos protagonistas de la guerra anunciada contra Irak se miden y desafían, haciendo subir la presión a fin de intimidar al adversario, influir en los juegos de alianzas y pesar en la relación de fuerzas que se están constituyendo en Oriente Próximo ante la perspectiva del conflicto próximo.

Para Washington, la votación de la resolución es un éxito político, que completa el que ha tenido Bush en las elecciones de mitad de legislatura, gracias a la movilización patriótica de los electores estadounidenses, que ha favorecido oportunamente al partido republicano en el momento en que los boys estaban desplegados en torno al teatro de operaciones militares futuras, según un calendario establecido con este fin. Reforzado en el frente interior, Bush ha podido convencer a los miembros del Consejo de que aprueben una resolución que, al obligar, bajo pena de sanciones, a Bagdad a aceptar el retorno de los inspectores de la ONU, constituye una gran arma de desestabilización política contra el régimen autoritario de Sadam Husein. Si hemos de creer, en efecto, a Blix, los inspectores seguirán exigiendo ver todo, y en cualquier parte de Irak, sin demoras. Si Sadam rechaza este engranaje, se expone a una ofensiva que tendrá el asentimiento de la comunidad internacional. Si cede, se arriesga a perder toda autoridad y ello fragilizará al límite la perennidad misma de su poder: constituirá una confesión de debilidad, dando lugar a su derrocamiento por fuerzas interiores iraquíes que sentirán que tienen campo libre frente a un régimen de repente debilitado.

La presión gigantesca que hace pesar sobre Bagdad tanto la resolución 1441 como el despliegue de las tropas estadounidenses alrededor de Irak tiene por objetivo obtener satisfacción al menor coste: eliminar el régimen de Sadam Husein desde el interior, ahorrándose una guerra que tiene el peligro de ser costosa políticamente, sea cual sea el premio militar y político. Por haber pasado las últimas semanas en los países del Golfo, he podido comprobar qué impacto tenían sobre la población las imágenes de la represión israelí contra los palestinos, de la toma de rehenes en Moscú o de los cuerpos sangrantes de las víctimas del atentado de Bali difundidas una y otra vez en las cadenas árabes de televisión por satélite, como Al Jazira y sus numerosas competidoras dedicadas desde ahora a un sensacionalismo permanente de hostilidad contra Occidente. Si estas cadenas debieran difundir mañana imágenes de civiles iraquíes bombardeados o, peor aún, cadáveres de soldados de fuerzas especiales arrastrados por las calles de Bagdad o Tikrit -como ocurrió en Somalia en 1993- es de imaginar cuál sería el efecto sobre unas opiniones públicas ya encolerizadas contra Estados Unidos y que han enviado al Parlamento en elecciones recientes celebradas en Marruecos, Pakistán, Bahrein y Turquía a numerosos diputados salidos del movimiento islamista. Esta perspectiva inquieta a los Gobiernos de la región, comenzando por los vecinos de Irak, que esperan en su fuero interno que la presión sobre Bagdad sea tan fuerte que el régimen de Sadam Husein sea eliminado desde el interior con un mínimo de daños colaterales.

Y es aquí donde entra en escena el aparecido Osama Bin Laden. Según nos dicen, los expertos del espionaje estadounidense han autentificado las señales electrónicas de su voz. Por tanto, el enemigo número uno seguiría aún con vida, lo que constituiría una confesión de fracaso no desdeñable para estos mismos servicios de espionaje. Pero puesto que la red Al Qaeda nos ha habituado a proezas técnicas inauditas, sin duda es prudente esperar a haber visto a Bin Laden antes de pronunciarse definitivamente. Y, en definitiva, que el personaje siga todavía vivo o no, no tiene ya tanta importancia en la partida de póquer mentiroso a la cual asistimos, ya que Bin Laden se ha convertido ante todo en la marca de fábrica de una red terrorista tan nebulosa como peligrosa, un icono que sostiene aquí un discurso esperado, en una especie de antología de las declaraciones precedentes, reivindicando cuidadosamente todos los atentados pasados y amenazando en especial a los aliados de Estados Unidos, a semejanza de Francia y Alemania, que han sido los más reacios a dar carta blanca a Bush. Como si la red, sea cual sea, que agita el espectro de Bin Laden, o lo activa en el momento oportuno, deseara hacer de estas amenazas un gran instrumento de presión terrorista -una especie de ley del talión anunciada que amenaza a las ciudades occidentales con armas sucias, y que deja presagiar atentados con gas en el metro, o el envenenamiento del agua o el aire- para contrarrestar la presión que ejerce desde ahora el Consejo de Seguridad sobre Bagdad.

Sean cuales sean los grupos de interés que utilizan hoy el sonido (a falta de la imagen) de Bin Laden, trasladan un mensaje a Estados Unidos y a sus aliados, cuya esencia es la siguiente: es ilusorio pensar en una operación con costes mínimos contra Bagdad. Tras la eliminación de Sadam Husein y su régimen, se perfilan efectivamente gigantescos envites. El primero es el control de las segundas reservas petrolíferas del mundo por un régimen pro estadounidense, lo que garantizaría la seguridad energética occidental bajo el control de Estados Unidos. A la postre, se trata de relativizar el papel hoy preponderante de Arabia Saudí, cuya relación de confianza con Washington se ha visto permanentemente mermada desde el 11 de septiembre de 2001, y luego volver a poner en su sitio a Irán, cuya capacidad de adquirir armas nucleares es percibida como una amenaza insoportable contra la seguridad de los suministros de hidrocarburos del Golfo y Asia central. El segundo envite es aliviar la presión en Israel y Palestina en primer lugar, y a continuación en los demás países de la región: el mercado de reconstrucción de Irak -solvente, puesto que será financiado por sus exportaciones de petróleo- debería proporcionar gigantescas oportunidades de empleo a una juventud pletórica, desde Gaza y Cisjordania hasta Egipto, Siria incluso, en un futuro, y Arabia Saudí (a donde cada año llegan 100.000 jóvenes a un mercado de trabajo deprimido). Haciendo esto, los círculos proisraelíes a los que pertenecen la mayoría de los halcones del Pentágono esperan permitir al Estado israelí encontrar una tregua sin hacer ninguna concesión política significativa, pero beneficiándose de una coyuntura económica y social más favorable que contribuirá a vaciar de su sustancia a una Intifada atrapada en una espiral sin fin de violencia y terrorismo que es aún más autodestructiva para los palestinos, por cuanto que no alcanza a los órganos vitales israelíes.

Semejante cálculo no es aceptable para aquellos que valoran su papel geopolítico creyéndose capaces de calmar la Intifada a cambio de concesiones políticas de Israel. Esa es la delicada partida que juegan hoy Irán y Siria. El atentado tan letal y espectacular de Hebrón recuerda a Bush que una solución pro estadounidense en Irak -si se lleva a cabo- no podría ocultar en ningún caso la cuestión palestina. Damasco -que acaba de votar la resolución 1441- dispone de medios de presión sobre la Yihad Islámica. Es una baza para Siria, de la que ésta hará uso en función de sus propios intereses. Igualmente, Teherán apoya por el momento a los extremistas palestinos, y no carece de influencia sobre los partidos más importantes de la oposición shií iraquí -de los que dependerá en gran medida el posible periodo pos-Sadam- y que tienen a sus dirigentes en el exilio en Irán. Son dos cartas que los mulás en el poder en Irán están dispuestos a jugar para asegurarse de que no serán arrastrados por la onda expansiva del hundimiento del poder iraquí.

Por tanto, hoy asistimos a la puesta en práctica de una estrategia de la presión, en preparación de un hundimiento anunciado que unos esperan que pueda ser evitado precipitando la caída de Sadam, mientras que otros hacen saber, por medio de atentados y de Al Qaeda, que están dispuestos a defender su pellejo y a hacer subir la puja recurriendo masivamente al terrorismo contra Occidente. Vivo o muerto, Bin Laden -o su icono al menos- sin duda va a recuperar su utilidad en la carrera de velocidad cuya meta se encuentra hoy en Bagdad.

Gilles Kepel es catedrático en el Instituto de Estudios Políticos de París, y autor, entre otros ensayos, de La yihad: expansión y declive del islamismo.

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