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La 'Apoteosis de Claudio' recibe desde hoy a los visitantes del Prado

La restauración de la obra revela nuevas claves sobre su sentido

El Museo del Prado saludará la llegada de sus visitantes por la puerta de Velázquez con la joya de su patrimonio escultórico: Apoteosis de Claudio. La restauración de este canon de coexistencia entre la estatuaria romana clásica y el barroco, presentada públicamente ayer, ha revelado nuevas claves sobre su verdadera significación, que lo alejan del emperador Claudio y lo acercan al magno Augusto.

A partir de hoy, los visitantes que se adentren en el Museo del Prado por la puerta de Velázquez, orientada a Poniente y al gran paseo madrileño, serán recibidos por un ubérrimo grupo escultórico en mármol muy puro. El grupo se ve hoy rematado por un águila que rabiosamente mira hacia atrás. Desde el siglo XVII, su espinazo sirvió de soporte a un busto de Claudio, el más republicano de los monarcas romanos, azote implacable de los bárbaros.

La rapaz, de plumaje henchido, sujeta en sus garras rayos jupiterinos y un globo terráqueo que le fue añadido 17 siglos después de ser cincelada en Roma por un excelso, aunque desconocido, orfebre de la piedra. Bajo el águila se desperdiga una ristra de corazas, yelmos, escudos y flechas. Todo queda dispuesto sobre una peana posada sobre un pedestal barroco troncocónico, cuyas aristas decoran otras aves rapaces que agarran con el pico cintas con un lema: También yo (estoy) en el dado. En cada una de las cuatro superficies del pedestal, ceñido al cuerpo superior aguileño en torno a 1660 por Orfeo Boselli, se muestran vistas de ciudades italianas y cuatro cigüeñas elevan sus patas sobre otros tantos dados.

La restauración de las 157 piezas de este deslumbrante conjunto ha permitido averiguar que el dado era el símbolo heráldico del propietario de la escultura romana, Cybo Malaspina, de una familia de próceres de la zona de Carrara, la patria de los mejores márnoles. De los Malaspina pasó a los Colonna, uno de cuyos prohombres, Girolamo, cardenal y patricio de Italia, lo regaló en 1659 a un doliente rey de España, Felipe IV de Habsburgo.

El regalo fue preparado para representar la resurrección del águila, símbolo de Claudio, antecesor de los Habsburgo, según leyendas áulicas presumiblemente amañadas.

El caso es que aquel regalo, que durante cuatro siglos ha figurado como Apoteosis de Claudio, nada tuvo que ver en su origen con el monarca azote de los bárbaros y sí con Augusto, quien brindara la parte aguileña de esta escultura a un general suyo, Marco Valerio Mesala. Valerio se distinguió en la batalla de Actium contra la flota de Marco Antonio, a quien derrotó. Augusto cedió a su bravo la escultura, que albergaría sus cenizas. Así lo afirmó ayer Stefan Schröeder, experto responsable de de la estatuaria del Museo del Prado, que ha reinterpretado el conjunto romano-barroco, restaurado por Silvano Bertolin y Carmen Gómez. Miguel Zugaza, director del Prado, agradeció a la Fundación Marcelino Botín, representada por Rafael Benjumea, la restauración del magno grupo escultórico.

<b></b><i>Apoteosis de Claudio,</i> en el acceso al Prado por Poniente.
Apoteosis de Claudio, en el acceso al Prado por Poniente.M. DEL PRADO
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