"Volar en Messerschmitt era una sensación extraordinaria"
Por razones obvias, es imposible entrevistar a uno de los personajes que han sido noticia esta semana, el teniente aviador Eduardo Laucirica, estrellado con su avión, un caza Messerschmitt 109, en 1940 en una ciénaga de El Prat de Llobregat y cuyo cuerpo -fragmentos del mismo- y trozos de su avión fueron recuperados el pasado martes. Es imposible hablar con Laucirica, pues, pero afortunadamente sí puede hacerse con otro piloto español, barcelonés, que voló en la misma época y con el mismo tipo de aparato y que, además, conoció al aviador fallecido: José Luis Milá. La conversación con Milá, de 84 años, revela cómo era pilotar ese legendario Messerschmitt, que algunos no han dudado en calificar del más grande de los aviones de caza y que fue, tras su paso por la guerra de España, la columna vertebral de la Luftwaffe alemana durante la II Guerra Mundial.
" Eran la última palabra de la aviación mundial en aquellos momentos"
"Es algo muy rápido. Laucirica no tuvo tiempo de enterarse de que se mataba"
José Luis Milá -padre de los periodistas Mercedes y Lorenzo Milá- es un hombre elegante y tranquilo. En su despacho de abogado en la plaza de Sant Jaume de Barcelona, decorado con múltiples recuerdos de su padre, José María Milá, conde de Montseny, José Luis Milá despliega sus viejos álbumes de fotos, en los que las imágenes de aviones conviven con plácidas y hermosas instantáneas de una vida burguesa. Milá es ajeno a todo fetichismo militar y habla del Messerschmitt como uno lo haría de un coche estupendo. "Volar en el Messerschmitt era una sensación extraordinaria", afirma con una amplia sonrisa en la que revive aquel joven piloto de hace 60 años. El resplandor de la aventura parece iluminar la estancia mientras la tarde triste se apaga tras las ventanas.
Pregunta. Parece mentira estar ante un piloto de Messerschmitt. Y vivo.
Respuesta. Bueno, no me estrellé con el avión entonces y no creo que vaya a hacerlo ya ahora.
P. ¿Cómo llegó a pilotar los Messerschmitt?
R. Por afición. Empecé a volar en 1938.
P. ¿Participó en la guerra?
R. En aviación no. En infantería sí, en el Tercio Montserrat, de cabo, con 19 años, durante la batalla del Ebro. Durante la guerra sólo volé en un trimotor Saboya italiano. Estaba en Soria, donde conducía el coche de un coronel, y pedí a los pilotos de ese avión que me llevaran de misión con ellos. No había volado nunca antes. El aparato fue a bombardear el puente colgante de la ría de Bilbao, al que no le dieron, por cierto. Recuerdo la visión de las nubecitas de los antiaéreos explotando en el cielo junto al avión. Fue una insensatez.
P. ¿Pasó miedo?
R. ¡Qué va! Me hizo una ilusión tremenda. No tenía la sensación de que me fueran a tocar.
P. Luego se metió en aviación.
R. Tenía una instancia presentada. Mi padre me dijo que no me pondría pegas, pero que tampoco me ayudaría para hacer algo en lo que me podía matar. Me aceptaron. Hice el curso de vuelo elemental, luego el de acrobacia, el de transformación a caza. Los que, en opinión del mando, teníamos cualidades deportivas, íbamos a caza. Me enviaron a Reus, donde volé en los Fiat FR 32. Y al terminar el cursillo de caza me enviaron al aeropuerto de Recajo (Logroño) y me destacaron a un escuadrilla dotada con cinco Messerschmitt 109.
P. Los Messerschmitt.
R. Fue muy emocionante. Eran la última palabra de la aviación mundial en aquellos momentos.
P. ¿Qué misiones efectuó en ellos?
R. Volábamos de Logroño a Palma de Mallorca para controlar el paso por encima de la isla de aviones militares franceses que marchaban a Argelia ante la invasión alemana. Teníamos que advertir y hacer aterrizar a cualquier avión desconocido.
P. ¿Cómo era pilotar un Messerschmitt 109?
R. Como llevar un cochazo. La sensación más fuerte era que pasabas de los 230 kilómetros por hora del Fiat a 550; ahora son velocidades que parecen ridículas, pero entonces el Me-109 era el más rápido del mundo. Era muy extraordinario volar en él. Era el fórmula 1 del aire.
P. Y una máquina de matar. ¿Era complicado el manejo? El as de caza alemán Adolf Galland afirmaba que era un avión que no permitía que el piloto cometiera muchos errores. Laucirica, seguramente, estaría de acuerdo.
R. Era fácil. Y comodísimo, con todos los adelantos, toda clase de aparatos, de medidores; un día los conté y había cincuenta y tantos.
P. ¿Qué armamento llevaba?
R. Un cañón que disparaba a través del buje de la hélice y dos ametralladoras que iban bastante centradas en el fuselaje y cuyas ráfagas pasaban entre las aspas. Hacíamos prácticas de tiro a menudo sobre un blanco flotante en el mar. Un compañero se estrelló y se mató, el hermano de Joaquín Ruiz Jiménez, el político. Se empotró en el agua. A mí, la verdad, lo de disparar no me interesaba demasiado. Me gustaba el pilotaje como deporte, no como arma. La guerra me ha parecido siempre algo espantoso.
P. Conoció a Laucirica.
R. Sí, pero no puedo decir mucho sobre él. Era un compañero más.
P. ¿Qué opina del accidente?
R. Pienso que tal vez bajó en picado para impresionar durante la exhibición y se fue al suelo. Recuerdo una vez que me puse con el Messerschmitt en picado rabioso, con el motor a fondo: la tierra se acercaba a toda velocidad. No es fácil salir, porque tienes miedo de hacerlo demasiado deprisa y romper las alas. Es inimaginable lo que debió de ser sufrir una colisión así. Es algo muy rápido, absolutamente instantáneo. No tuvo tiempo de enterarse de que se mataba. El choque debió desbaratarlo todo.
P. ¿Le ha provocado alguna emoción especial la recuperación de los restos del aviador y del aparato?
R. No. No entiendo mucho todo ese interés por los restos.
P. Pero le habrá traído recuerdos.
R. ¡Ah, eso sí! Te acuerdas de detalles. A veces, ¿sabe?, abría la carlinga en pleno vuelo y sacaba la mano; era una sensación maravillosa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.