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EL HUNDIMIENTO DEL 'PRESTIGE'

Patrullas nocturnas contra la marea negra

Si algo tiene que pasar, pasará de noche. Es una obsesión que comparten como un mal presagio las 600 mujeres que mariscan a pie, los 100 hombres que lo hacen en barco, los 200 pescadores de bajura y los dueños de las 356 bateas de mejillón que flotan en las aguas tranquilas de la costa de O Grove, un pueblo de 13.000 habitantes en plenas Rías Bajas, al noroeste de Pontevedra. Si el petróleo llega, dice Lola, lo hará de noche, como los pescadores furtivos, y entonces ya no habrá nada que hacer: "Esta mañana nos levantamos muy temprano porque, ¿sabe usted?, nosotras vivimos en razón de la luna".

María del Carmen y Mariló asienten y de vez en cuando apoyan el relato de su amiga. Son las dos de la tarde del miércoles y las tres acaban de llegar de mariscar. Cada una ha recogido cuatro kilos -lo máximo que se les permite por día- entre almejas y berberechos. También enseñan orgullosas media docena de cubos llenos de erizos de mar, gordos como balones de balonmano, dispuestos para la subasta de la tarde. "Lo que le decía", continúa Lola, "que cuando hay luna llena, la marea baja antes. Y hace ya seis días que nos levantamos de madrugada con el corazón encogido, oliendo el aire para averiguar si el petróleo ha llegado ya a la playa. El martes por la tarde, nos llevamos una desilusión muy grande".

El tiro por la culata

Ese día, el consejero de Pesca de la Xunta, Enrique López Veiga, se acercó a O Grove para explicar a los pescadores la situación de la marea. El hombre, admiten las mujeres, le echó valor, no se escondió como otros, pero el tiro le salió por la culata. Aunque no habían sido invitadas, las mariscadoras se presentaron allí y lo interrogaron del derecho y del revés. "Después de escucharlo", dice Mariló, "nos quedamos más asustadas aún. Ya estamos seguras de que de la contaminación sólo nos puede salvar la Virgen del Carmen. Se puso muy nervioso y nos dijo que sólo nos podía mandar las barreras cuando el fuel ya estuviera aquí. Que para qué las queríamos tener aquí secuestradas cuando toda la contaminación estaba en el norte. ¿Y si el petróleo llega de noche?, le preguntamos... No supo qué responder, se levantó de la mesa y se fue".

Ahora, después de la visita del consejero, las mujeres y los hombres de O Grove ya están seguros de que tendrán que luchar solos contra la amenaza. Han organizado turnos durante la noche para recorrer las playas con grandes linternas y dar la voz de alarma si encuentran indicios de petróleo. "Han estado", dicen las mujeres, "paseando el Prestige por delante de nosotras y ahora son incapaces de encontrar una solución. Si la marea llega, será para quedarse. Y si eso sucede, que no vengan más los políticos a contarnos remedios chinos".

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