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Columna
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Mensaje en una botella

Euskadi necesita un gobierno de concentración. Así lo cree Javier Rojo, secretario de política institucional del PSOE: "Un Gobierno de futuro será aquel que rompa la dicotomía entre nacionalismo y no nacionalismo, que sume a todos los demócratas -nacionalistas, socialistas, conservadores-; que aborde los problemas de Euskadi desde propuestas políticas que trasciendan a los sentimientos de pertenencia, o a una particular visión de la soberanía" (EL PAÍS, 9-11-02). Pienso en la propuesta de Javier Rojo y viene a mi mente la imagen de un naúfrago que lanza al océano, desde la soledad de una isla desierta, una frágil botella conteniendo un mensaje de socorro.

Pero esta mar picada y resacosa en que se ha convertido la política vasca, esta mar de fondo que agita sin cesar las aguas de nuestra existencia, se ha apresurado a triturar inmisericordemente la propuesta del dirigente socialista alavés. Apenas si la botella había tomado contacto con las frías aguas cuando Jaime Mayor Oreja, alzándose sobre las olas cual imperial Neptuno, ha descalificado tanto la propuesta como a su proponente: el PP se ha quedado sólo en el País Vasco como alternativa al nacionalismo porque algunos "no aguantan nada", ha dicho. ¿Concentración? Sí, cómo no; pero concentración en el unanimismo predicado por quien continua representando el papel de su vida, el de ministro de Interior. Y de un manotazo ha devuelto la botella a la playa.

Más descorazonadora aún ha sido la respuesta del nacionalismo gobernante: como si el mensaje no existiera, ha seguido la ruta de navegación trazada por el lehendakari Ibarretxe contra viento y marea, abandonando a su suerte a todos aquellos que, aún deseando abandonar la isla desierta, desconfían de su invitación a acompañarle en su singladura embarcándose en un buque que, como el malhadado Prestige, sufre una importante escora y amenaza con partirse en dos derramando por doquier su peligrosa carga. Y ya se sabe lo que ocurre cuando uno de estos grandes petroleros naufraga, ya sea porque su viejo casco sufre de fatiga, ya porque ha encallado entre los arrecifes: que una mortífera marea negra lo contamina todo, amenazando la diversidad biológica de mares y de costas.

Pero lo cierto es que Euskadi necesita un gran acuerdo incluyente. Un acuerdo que resista la deriva disociativa propia de situaciones en las que la cuestión de las identidades, planteada en términos excluyentes, se convierte en eje de la acción política. Tal acuerdo sólo será posible si somos capaces de concebir otra idea de unidad, alejada tanto del modelo túrmix del PP (triturador de la diversidad hasta lograr una espesa pasta dominada, eso sí, por el color y el sabor del ingrediente mayoritario) como del modelo chalet adosado/asociado propuesto por Ibarretxe (en mi parte de chalet mando yo, en la tuya mandas tú, no me molestes y haz lo que quieras, mientras no te moleste no te metas en mi vida, y si hay que rasear la fachada común ya nos pondremos de acuerdo... o no); modelo este último que, por otra parte, tampoco despeja del horizonte la preocupación de muchos vascos ante la posibilidad de que la batidora se utilice para lograr una pluralidad manejable. Una idea de unidad cuyo test de verificación no puede ser otro que el tratamiento que reciben las minorías.

Ahora bien: ¿es realmente posible tal gobierno de unidad democrática hoy? Probablemente no. No mientras las posiciones políticas más extremas continúen tensando un espacio político vasco configurado a la manera de una competición de soka-tira, de manera que, por definición, pierde aquel que se aproxima al terreno del adversario. Pero nuestro hablar es, siempre, un hablar preformativo. No hablamos sólo para describir lo que las cosas son, sino lo que queremos que sean.

La única posibilidad de alcanzar algún día un gran acuerdo incluyente depende de que haya quien, a pesar de todo, continúe proponiéndolo. La botella está lanzada. Eso es lo importante.

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