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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Desempleo y precariedad

Durante el tercer trimestre de este año el paro aumentó en España en 79.800 personas sobre el trimestre anterior y en 271.100 personas sobre el mismo trimestre de 2001. La tasa de desempleo ha empeorado del 11,09% en el segundo trimestre al 11,4% a finales de septiembre. Estos datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) correspondiente al tercer trimestre de 2002 revelan una mala evolución del mercado laboral, congruente con la desaceleración de la economía.

Las costuras de la economía española llevan algún tiempo soltándose como consecuencia de la negativa coyuntura mundial y europea. Lejos de las ensoñaciones oficiales que situaban a España como una isla privilegiada, por encima de los molestos ciclos de la economía mundial, gracias a la brillante política económica del Gobierno, los indicadores de los últimos trimestres confirman la estrecha dependencia de los mercados españoles de los del resto del mundo. Cuando baja el crecimiento, aumenta el paro, como antaño.

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Ahora bien, cuando se analizan las cifras de detalle no todo son malas noticias. Por una parte, se mantiene la recuperación del empleo en el sector industrial, con aceleración por tercer trimestre consecutivo, reflejo de la mejora del sector desde fines de 2001. Por otra, el segmento de jóvenes (entre 16 y 19 años) ha registrado un crecimiento significativo de la ocupación (8,53%). Además, la ecuación empleo-crecimiento funciona de forma distinta a como lo hizo en periodos anteriores de desaceleración de la economía. A pesar de crecimientos modestos del PIB -del 2% o por debajo-, el mercado de trabajo sigue creando empleos. Exactamente 116.200 durante el tercer trimestre y 285.300 en un año.

Este hecho resulta esperanzador, porque en otros periodos históricos se destruyó empleo -y a ritmos muy elevados, por cierto- por debajo de tasas de crecimiento del 3%. Esta mejora no debe atribuirse a benéficos efectos de novísimas políticas laborales, sino al hecho simple de que la disponibilidad de mano de obra muy barata -inmigración incluida- y el mantenimiento de ciertas expectativas de recuperación han evitado hasta ahora la destrucción del empleo.

La mano de obra barata que disfrutan las empresas españolas ofrece el reverso oscuro de la precariedad del empleo. La Comisión Europea, en su Informe Anual de Empleo, destaca la elevada temporalidad del empleo en España. Nada menos que uno de cada tres contratos de trabajo son temporales, un porcentaje muy alarmante (31,5%) si se tiene en cuenta que la media europea está en el 13,2% y que, en opinión de los técnicos de la Comisión, el 80% de los contratos temporales son impuestos al trabajador. Es un mal negocio inundar el mercado con empleo de muy mala calidad a cambio de hinchar las cifras de ocupación; la incertidumbre y el malestar acabarán pasando factura. Si el Gobierno se aplicara a reducir esa vergonzosa proporción de empleo precario, tal como le pide Bruselas, haría un gran servicio a la convergencia real con Europa.

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