Que callen esos agoreros
Crisis, crash... Europa sólo tiene en la boca estas palabras. Si observamos las cifras, estamos muy lejos de una situación catastrófica. En Estados Unidos, este año el crecimiento se acercará al 3% y en Europa el PIB debería aumentar todavía un 1%. Por lo tanto, hablemos más bien de ralentización del crecimiento. Para salir de este ambiente de catastrofismo existe una solución muy buena: dejar de observar la evolución de la Bolsa. E incluso en eso tampoco hay que verlo todo negro. El índice Dow Jones ha recuperado el nivel que tenía en 1998.
Es cierto que la gigantesca ola de optimismo que conocimos a partir de mediados de los años noventa provocó una fuerte especulación bursátil y excesos de inversión, sobre todo en el sector de la alta tecnología. Estábamos entonces dispuestos a correr cualquier riesgo, ya que creíamos que de cada 100 proyectos al menos uno daría el premio gordo. Evidentemente, todo esto carecía de realismo. Sin embargo, no hay que equivocarse de análisis. Temo que en Francia, donde se tiende a regocijarse de los fracasos de un capitalismo que no es apreciado, se encuentre un chivo expiatorio: el célebre 15%, ¡ese tipo de rentabilidad que los fondos de pensiones al parecer han exigido a las empresas, forzándolas a todos los crímenes! Al contrario de lo que se afirma, ese 15% nunca ha sido un dogma. Sencillamente porque habría sido absurdo: ninguna empresa puede obtener de forma duradera ese nivel de rentabilidad.
La capacidad de recuperación de EE UU sigue hoy intacta. No hay que caer en el catastrofismo
Queda el objetivo inicial, que era -y sigue siendo- totalmente sano: se trataba de presionar a los gestores, incluso interesándoles por el proceso a través de las opciones sobre acciones si fuera necesario, para que no perdiesen de vista el interés de los accionistas. ¿Qué tiene de reprobable? Es normal que un fondo de pensiones exija la mayor rentabilidad posible para los capitales en los que invierte. Es cierto que se produjeron abusos, que algunos pervirtieron la lógica hasta el fraude. Esto demuestra que se necesitan nuevas reglas contables e incluso nuevos procedimientos judiciales, pero no quita un ápice de validez al principio. ¡O entonces tienen que demostrarme que una mala rentabilidad trae consigo una buena economía!
Dicho esto, al estallar, la burbuja financiera provocó diversos daños. Pero considero que en EE UU están, en gran medida, en vías de ser reabsorbidos. Lo vemos a través de tres parámetros: la Bolsa, el consumo y la inversión. Los valores bursátiles han recuperado un nivel razonable. Las acciones estadounidenses están hoy a un nivel que permite obtener a largo plazo un tipo de rendimiento superior en un 3% al tipo de interés. Segundo parámetro: el consumo. El riesgo de que la caída de Wall Street tenga un efecto importante sobre el consumo sigue existiendo, pero es limitado. Porque, al mismo tiempo, el valor de los patrimonios inmobiliarios ha progresado y porque los estadounidenses se mostraron extremadamente prudentes durante el periodo de euforia. Por cada dólar ganado (sobre el papel) en Bolsa, sólo gastaron dos o tres céntimos más frente a los cinco céntimos en los anteriores periodos de auge. Razonables cuando subía, no parecen mostrar pánico cuando baja. En cambio, soy más prudente respecto a la inversión. La caída ha sido brutal: el tipo neto (sin contar depreciación) se ha reducido un 50% en dos años: lo que parece suficiente para eliminar los excesos. Sin embargo, el porcentaje de utilización de las capacidades productivas sigue siendo todavía débil. Por tanto, en lo inmediato no debe esperarse un milagro a este respecto. Pero en el precedente periodo de recuperación se observó el mismo retraso a la hora de que la inversión arrancase.
En resumen, no hay ningún motivo para creer en esos agoreros que prevén una nueva Gran Depresión. La capacidad de recuperación de la economía estadounidense es real: la productividad sigue creciendo rápidamente y no existen riesgos sistémicos en los circuitos financieros. Sigue existiendo un serio desequilibrio, el de la balanza comercial, pero es más un problema para Europa que para EE UU. Sólo se resolverá mediante un descenso del dólar frente al euro, que se producirá antes o después. Ese día, la competitividad del Viejo Continente sufrirá.
Así pues, me preocupan menos las secuelas del pasado que las incertidumbres del futuro. Son muchas las cosas que pueden ocurrir (siempre): una ofensiva en Irak que sale mal, un nuevo atentado en suelo estadounidense... ¿Cómo puede reaccionar la política macroeconómica ante un nuevo choque del miedo? Los tipos de interés son bajos y no queda ya mucho margen de maniobra del lado de la política monetaria. Pero hemos visto con Japón lo que ocurre con una economía que ha caído en la trampa de la liquidez, una vez que los tipos nominales han descendido al 0%. Por tanto, la política presupuestaria y fiscal debe ser el arma principal para luchar contra una posible recesión. Habrá que estar listos para utilizarla de forma urgente, desarrollar nuevos instrumentos, unos estabilizadores automáticos, como créditos coyunturales a la inversión, subvenciones coyunturales a los préstamos, etcétera. El problema es que ningún gobierno ha reflexionado al respecto y que en Europa el Pacto de Crecimiento y Estabilidad es totalmente insuficiente. Si las cosas acaban mal, la coyuntura japonesa corre el riesgo de repetirse en otras partes. En este punto, replantearse la política monetaria y presupuestaria me parece la prioridad principal.
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