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Columna
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Neptuno y Cibeles

'Ni Cibeles es madridista ni Neptuno rojiblanco', afirma el comisario Coca al cantamañanas de la radio deportiva que le entrevista por teléfono. 'No hay tradición que ampare este destino de nuestras estatuas', añade, 'porque la mitología no sabe de fútbol'. Y da un vistazo a la batería de monitores instalados en su despacho para registrar los incidentes callejeros.

En el plácido panorama que le ofrecen las cámaras en la madrugada, cruza la pantalla una perturbación similar al vuelo de una mosca. Es un joven que desde el edificio del Banco de España atraviesa corriendo la calle para meterse en la fuente de Cibeles. El joven lleva desnudo el torso, y en la mano, un bulto, que bien puede ser una bandera.

'¿Por qué el seguidor del Real Madrid invade la Cibeles cuando obtiene algún trofeo?', se pregunta el comisario ante la intervención del descamisado. 'Nadie lo sabe. Hace cuarenta años, en la época más gloriosa de este club, ni se les hubiera ocurrido a Di Stéfano, Puskas y Gento ofrecer sus victorias a esta diosa pagana porque habrían recibido el veto de la policía y la excomunión del Papa'.

Mientras habla el comisario, el intruso de Cibeles se encarama a los leones para acceder a la estatua. Pero el bulto que lleva en la mano no es una bandera blanca, sino una camiseta atlética. Vestido con ella se coloca junto a la diosa y, aunque su acción no tiene espectadores, alza el puño, como si conquistase el monumento en nombre del equipo del Manzanares.

'Hasta hace poco, los madridistas ocupaban Cibeles, y los atléticos, Neptuno', continúa el comisario sin que el periodista le interrumpa. 'Pero, de un tiempo a esta parte, no tienen bastante con llevarse recuerdos de su fuente, sino que atacan la de su rival futbolístico. Y no me cabe duda de que, cuando acaben con Neptuno y Cibeles, estos salvajes destruirán otros símbolos de la ciudad'.

Sus palabras deben haber impresionado a esa osada vestida con el uniforme del Real Madrid que asalta el monumento preferido de los seguidores atléticos y lucha por quitar el tridente al dios. Al no conseguirlo, propina patadas y puñetazos a la estatua con noble furia española. Luego, frustrada y molesta, se pierde por el barrio de los Jerónimos.

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Como si estuviera acechando su retirada, un muchacho con la camiseta del equipo rojiblanco entra en la fuente de Neptuno y trata de arrebatar al dios el tridente de su mano izquierda. Tras un forcejeo, logra quedarse con él, y durante un rato lo pasea por el redondel acuático igual que un premio taurino. Su danza en torno a la estatua mitológica, salpicando agua, recuerda a los faunos traviesos. Pronto se cansa del homenaje y emplea el objeto como una porra.

'Chaval, ¿estás loco?', grita el comisario, que le observa por los monitores. 'Ni Neptuno ni Cibeles son aficionados al fútbol ni marcan goles ni ganan títulos, ¿por qué lo pagas con ellos?'. Como si le hubiera oído, el muchacho desiste de golpear al dios de las aguas. Pero no abandona el terreno conquistado, ya que se sitúa a retaguardia de la estatua y esgrime el tridente con una picardía impropia de su edad. '¿Cómo haces eso a un dios?', le recrimina el comisario. '¡A un dios! ¡Te atreves a dar por detrás a un dios!'.

Harto de inseguridad ciudadana, el comisario corta la comunicación con el periodista y sale de patrulla. Quedan encendidas las cámaras instaladas en su despacho. A esta hora de la madrugada apenas circulan coches por el paseo del Prado y ningún aficionado al fútbol inquieta ya a Neptuno y Cibeles. Es el momento de sosiego que aprovechan los dioses para liberarse de su esclavitud: como si manipularan la imagen de la pantalla, Neptuno descompone su apostura, baja las manos y saca su carruaje a la calzada. Chorreando agua, toma la acera del Ministerio de Marina y aparca junto a Correos. Igual que tantos seguidores madridistas, sube a la fuente de Cibeles. Pero, a diferencia de ellos, besa las mejillas y las manos restauradas de la diosa. Luego hace arrancar el carro de los leones y se dirige a la Puerta de Alcalá respetando los semáforos. Al percibir el soplo del Retiro, Cibeles reclina la cabeza en el hombro de Neptuno, que pasa su mano por el hombro de Cibeles. La luna semeja un balón. ¿Cambiarán los dioses de ciudad, de país, de planeta? Por el momento, Cibeles y Neptuno se alejan del área de castigo, dejando el campo libre a futbolistas y simpatizantes.

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