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Columna
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La hidra

Fernando Vallespín

Después del bombazo parlamentario de Zapatero en el debate de presupuestos y de la aparición del primer empate técnico en las encuestas entre PSOE y PP, el partido en el Gobierno ha iniciado el contraataque. Lo hace 'descabezado', porque por mucho que insista su fiel escudero Arenas, Aznar ya está en otro juego. El antagonismo, en política, no sólo exige una perfecta visibilidad de los contrarios; debe posibilitar también que uno acabe por imponerse al otro. Y esto no se da si uno de los antagonistas no va a participar en el combate decisivo, a la hora de las elecciones. Bien mirado, sin embargo, más que de 'descabezamiento' habría que hablar de lo contrario, de un exceso de cabezas. Tantas como candidatos a la sucesión de Aznar. El símil para el Aznarato tardío no es ya -o no sólo- el del 'pato cojo', sino el de la hidra.

Este hecho ha saltado a la luz después de la reunión de cargos provinciales del PP en Trujillo. Allí pudo observarse un primer y claro movimiento autónomo de algunas de sus más sobresalientes cabezas, Mayor y Rato, a la vez que un discurso de fondo común. No hay disensión sobre el mensaje básico, al que luego volveremos, pero sí en lo referente a los estilos. Parece como si una invisible consigna les permitiera comenzar a jugar un perfil de candidatos virtuales para así poder exhibir mejor su poder de convocatoria. Sacarles del perenne papel de ministros de diferentes ramos y promocionarles como candidatos en la sombra que combaten en el espacio de las maneras, los gestos y, a la postre, de la popularidad. Al servicio de un mismo fin, mantener el poder del PP, pero promocionando a la vez su propia imagen individual. La táctica no es mala, porque si alguna de estas cabezas acabara siendo diseccionada, no sería sustituida inmediatamente por otra, como ocurría con las de la hidra mitológica, pero siempre quedará alguna viva. Un sutil juego de darwinismo aznarista: la supervivencia del candidato más apto al servicio de los intereses generales del partido.

No lo tienen fácil, sin embargo, porque su capacidad para diferenciarse del discurso común es mínima y ahí la consigna parece ser explícita. El PP es plenamente consciente de que siempre ha debido su éxito a la gran cohesión del partido simbolizada en el firme liderazgo de Aznar. Ahora, ante la indefinición en el liderazgo y el nuevo tumulto en la cúspide, el cemento debe proporcionarlo un discurso claro y coherente. Y por lo visto no han encontrado nada mejor que la unidad nacional. Es ahí donde se atisba el núcleo de su propuesta electoral. Asociada, claro está, a una correlativa acusación al PSOE de haberse entregado a una frívola condescendencia con los nacionalismos periféricos. El PP quedaría así como el único partido vertebrador de la unidad y, lo que es más grave, el único que se toma en serio el modelo autonómico supuestamente sancionado en la Constitución.

El contraataque de Trujillo, como las mismas declaraciones de Aznar en Ávila, van en la misma línea de imputar al PSOE escaso patriotismo españolista y divisiones internas en torno al papel del Estado. El fraccionamiento interior del PSOE que habrían impuesto los intereses de sus barones territoriales cumple también la importante función de ningunear el ya incuestionable liderazgo de Zapatero. Esto último es una argucia electoralista que habrá de dejarse al enjuiciamiento de cada ciudadano. Pero la acusación implícita de deslealtad constitucional es ya una apuesta bien arriesgada e insensata. Porque es difícil aceptar en una democracia que los preceptos constitucionales puedan interpretarse en clave partidista; de un único partido. Si efectivamente sólo hubiera un partido que defendiera su modelo territorial, lo lógico sería entonces proceder a su modificación para ajustarla a la perspectiva mayoritaria. Están jugando con fuego y alterando el consenso implícito que nos acompaña desde la transición: que los dos grandes partidos nacionales son, de facto, los auténticos vertebradores del Estado. Flaco favor hacen a este fin si pretenden arrogarse esta tarea en solitario.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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