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Columna
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Europa obliga

Así que el euro ha recuperado la paridad con el dólar, se perfila con mayor nitidez la incorporación de 10 nuevos miembros a la Unión tras el último Consejo de Bruselas, el acuerdo UE-OTAN para la defensa ha sido desbloqueado por Javier Solana y avanza la Convención presidida por Valery Giscard d'Estaing, donde se pugna por eliminar el principio de unanimidad y por cambiar la composición de los órganos comunitarios de forma que resulten instituciones funcionales, capaces de decidir en tiempo real y de forma útil, mientras se garantiza a todos los países la igualdad de acceso a las residencias del poder (véanse las declaraciones del prócer a Andrea Bonanni en EL PAÍS del domingo, día 3). Otra cosa es que aquí, en el pleno del Congreso del pasado miércoles dedicado al Consejo Europeo del fin de semana anterior, se perdiera una espléndida ocasión de entrar a fondo en el debate de cuestiones como las anteriores que van a afectarnos de manera decisiva. El hecho es que las fuerzas políticas de la Cámara prefirieron de nuevo una sesión de trámite a la espera de un pleno extraordinario dedicado a la ampliación y a la reforma institucional de la UE, que nadie dice rehusar pero que sigue sin encontrar fecha conveniente.

Completamente olvidada, la presidencia española, ejercida durante el primer semestre de 2002, reflejó la excelente capacidad de organización de nuestro país, servida por un cuerpo técnico irreprochable, pero acusó también falta de ideas y una actitud conceptual reservada, a la defensiva, frente a las diversas propuestas de reforma que han ido surgiendo. Hubo que esperar al Congreso del Partido Popular Europeo celebrado hace unas semanas en Portugal para conocer mejor algunos de los recelos y de las proclividades del Gobierno de Aznar. Desde entonces sabemos, por ejemplo, que el PP español es contrario al federalismo. También que busca un tratado de mínimos o que pretende una declaración sobre la inalterabilidad de las fronteras en la UE además de la puesta en vigor de la orden de detención europea.

Son pronunciamientos legítimos pero aparecen teñidos de intereses muy directos, poco inteligibles para otros países. Carecen en suma de una concepción europeísta de suficiente amplitud, capaz de encontrar resonancia en todos los países miembros de la Unión. Esa resonancia que tuvieron propuestas como la carta social, la ciudadanía europea o los fondos de cohesión y estructurales. Claro que en aquellos tiempos primaba un ambiente generalizado de europeísmo y todos competían convencidos de defender mejor sus intereses en un marco de referencia compartido. Ahora, por el contrario, todo el clima es de repliegue y los intentos más decididos buscan la renacionalización de las políticas. Así que bajo esas y otras inercias, tampoco por parte del actual Gobierno español se proponen iniciativas movilizadoras.

Se diría que en muchos de los países miembros hay una propensión de regreso a Europa sólo como pretexto sobre el que descargar los asuntos de peor aceptación pública. La UE se convierte así de nuevo en el comodín, en el chivo expiatorio, que sirve para explicar la subida de los precios, las dificultades del desacuerdo pesquero con Marruecos, las limitaciones en las capturas de merluza o de cefalópodos, los problemas de las galletas Fontaneda, el dañino traslado de la producción de automóviles a Eslovaquia, las discriminaciones injustas al jamón después de quedar exento de peste porcina, los problemas con la vid, con el olivo o con el lino ardiente, concebido por algunos como mera siembra de subvenciones orientada siempre por la lectura atenta del Boletín Oficial de la UE. Entre tanto, como explicaba en estas páginas Carlos Yárnoz, superados sus compromisos electorales, Schröder y Chirac han decidido reactivar el eje París-Berlín sin que se sepa qué ha sido de aquella alternativa de los periféricos a base de Blair-Aznar-Berlusconi.

Mientras, Friends of Europe, el Real Instituto Elcano y la Asociación de Periodistas Europeos han convocado en la Fundación Carlos de Amberes de Madrid a figuras de la política, de las instituciones, de Bruselas y del periodismo, con la ministra Ana Palacio incluida, para tratar de la opinión pública y el debate sobre el futuro de la Unión Europea. Como advirtió, certero, Carlos Luis Álvarez, el propósito más decidido era evitar que Europa quede secuestrada por los especialistas. Atentos a Giscard: Europa obliga.

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