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Los islamistas esperan arrollar mañana en las elecciones de Turquía

Aplazado el nuevo proceso de inhabilitación contra Erdogan

Juan Carlos Sanz

'Las mezquitas son nuestros cuarteles; sus cúpulas, nuestros cascos; sus alminares, nuestras bayonetas, y los creyentes, nuestros soldados'. La lectura en un acto público de este viejo poema nacionalista turco -uno de los favoritos de Atatürk, padre de la Turquía moderna- le costó a Recep Tayyip Erdogan la alcaldía de Estambul hace cuatro años. Y mañana le impedirá convertirse en el primer ministro islamista más votado en la historia del país.

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Su Partido de la Justicia y el Desarrollo va a arrollar en las urnas, según todos los sondeos publicados hasta ahora, con más del 30% de los sufragios. Pero a pesar de que su fotografía está presente en todo el país, su nombre no figura en ninguna papeleta. El Tribunal Constitucional turco, el mismo órgano que ha proscrito en los últimos cuatro años dos grandes partidos islamistas, decidió ayer dejar para después de los comicios las acusaciones que el fiscal general de Turquía, Sabih Kanadoglu, quería presentar con carácter urgente contra Erdogan a menos de 48 horas del inicio de las votaciones.

Tecnicismos legales otomanos aparte, el fiscal general le exige que deje de ser presidente del partido por haber sido condenado y encarcelado en el pasado, al igual que ha sido inhabilitado para ser candidato al Parlamento. Erdogan acató el primer fallo del Constitucional al pie de la letra y dejó de ser presidente-fundador de Justicia y Desarrollo (AK, en sus siglas en turco, y una palabra que se traduce como limpio). Pero continuó haciendo campaña electoral en calidad de líder, sin más, y sin nombrar un sustituto en la dirección.

El fiscal Kanadoglu ya había intentado ilegalizar el partido hace una semana. Su denuncia de ayer puede interpretarse como un nuevo intento del régimen de socavar la rampante popularidad de Erdogan, ya que estos procesos suelen durar meses o años.

El Ejército y el aparato del Estado, incluida la justicia, se presentan ante los turcos como guardianes del sistema laico y centralista creado por Mustafá Kemal en 1923, tras la desaparición del Imperio Otomano. Las Fuerzas Armadas turcas protagonizaron tres golpes de Estado sucesivos -en 1960, 1971 y 1980- y, sin necesidad de sacar los carros de combate a la calle, expulsaron del poder al islamista Necmettin Erbakan en 1997.

Tras su apariencia de ejecutivo de empresa, los sectores turcos laicos sospechan abiertamente que Erdogan oculta una agenda política teocrática. Pero su programa es aparentemente impecable: democracia, derechos humanos y probidad en las arcas públicas. Hartos del fracaso de la política económica de los partidos tradicionales, muchos votantes, tal vez más de un tercio según las encuestas, le darán mañana su apoyo.

Esos votos, unidos a los efectos de la guillotina del 10%, que dejará sin escaños a muchas formaciones por no superar el umbral mínimo electoral, pueden suponer para el Partido de la Justicia y el Desarrollo un número de diputados próximo a la mayoría absoluta.

El perfil de la campaña de Erdogan ha sido de una moderación exagerada. Se reunió con los embajadores europeos en Ankara, despachó a su número dos, Abdalá Güll, un nombre que puede contar en el futuro de Turquía, a dar explicaciones a Bruselas. ¿La OTAN? 'Turquía es país fundador, ¿como vamos a abandonarla?'. ¿Las Fuerzas Armadas? 'Es el Ejército de mi país, como turco me siento orgulloso de él'. No hay por dónde atrapar al ex alcalde de Estambul.

Aunque sus detractores afirman que, a pesar de su discurso modernizante y amable frente a Occidente, sus mítines en el corazón de Anatolia rozan el integrismo. Escaldado por el precio que tuvo que pagar por la lectura de un simple poema, se aleja de las exageraciones formales que desencadenaron el derrocamiento de Erbakan, como intentar permitir el uso del pañuelo islámico en la Administración y las escuelas, prohibido a las mujeres por las leyes del Estado laico fundado por Mustafá Kemal Atatürk. Un líder próximo a Erdogan aseguraba antes de las elecciones que 'Turquía no tiene un problema de religión, sino de democracia'.

La paradoja turca estriba en que son los musulmanes más ortodoxos, que no vacilan en denominarse conservadores, quienes dicen exigir más libertades, mientras la izquierda laica parece satisfecha con la tutela del Ejército.

Hacia la cohabitación

Gran aficionado al fútbol, antiguo jugador y entrenador en Estambul, Erdogan ya ha recibido una tarjeta amarilla desde la cúpula del Estado laico. Antes de que se juegue el partido mañana en las urnas, el presidente turco, Ahmet Necdet Sezer, le ha advertido de que es él quien nombra al jefe del Gobierno tras las elecciones.Incluso si logran una importante mayoría, los islamistas moderados saben que tendrán que cohabitar con otros poderes del Estado algo más que simbólicos. Por esa razón, es muy probable que intenten formar una coalición con otros partidos. Entre los comentaristas políticos turcos ha cobrado fuerza la tesis de que sólo puede ser viable un Gobierno de coalición entre los islamistas moderados y el Partido Republicano del Pueblo, en el que Deniz Baykal cuenta como figura destacada con el ex ministro de Economía Kemal Dervis, negociador del plan de salvación económico con el FMI.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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