_
_
_
_
Reportaje:

Dos desgraciados con un fusil

Muhammad y su hijastro Malvo tuvieron una vida errante y fracasada antes de convertirse en criminales

Enric González

Falta la respuesta a la gran pregunta: ¿por qué? John Allen Muhammad y John Lee Malvo eran dos infelices, dos hombres sin rumbo fijo. Muhammad se divorció dos veces y fue alejado de sus hijos, fracasó en todos los negocios después de una carrera militar mediocre y acabó convertido en un vagabundo. Malvo, un muchacho jamaicano en situación ilegal, conoció a Muhammad cuando éste empezó a salir con su madre y acabó marchándose con él. Si las sospechas de la policía son ciertas, la pareja de marginados se transformó en un equipo de asesinos. Las causas permanecen aún en el misterio.

John Lee Malvo, de 17 años, llegó a EE UU como otros inmigrantes clandestinos: desde Jamaica a Florida, pasando por Haití, a bordo de la nave de un traficante de personas. El momento en que puso el pie en Miami, en compañía de su madre, es incierto. Pero en 1998 se había desplazado ya hasta el Estado de Washington y frecuentaba la escuela de kárate que Muhammad había fundado en compañía de un socio. Muhammad decía que Malvo era su hijastro, y se dirigía a él con un apodo cariñoso: 'Sniper', francotirador.

Más información
Condenado a muerte uno de los 'francotiradores de Washington'

Muhammad, nacido en Luisiana, convertido al islam en 1985, mantenía contactos ocasionales con su primera esposa y su hijo mayor, pero las relaciones con su segunda esposa eran tormentosas. Ésta pidió el divorcio en 1999 y después le acusó de secuestrar a sus tres hijos. Cuando la madre los recuperó, el juez prohibió que el padre se acercara a ellos. Muhammad había concluido en 1995 su carrera militar, como sargento. Era un veterano de la guerra del Golfo, un buen tirador pero ni mucho menos un especialista, y su único talento conocido era la mecánica. Intentó aprovechar su habilidad montando un taller mecánico, pero su des-organización (en al menos un caso perdió el coche de un cliente) acabó con la empresa. Lo mismo ocurrió con el gimnasio. Ocasionalmente, vendía carne congelada de forma ambulante o mendigaba.

Las vidas de Muhammad y del joven Sniper se cruzaron en Bellingham, la pequeña ciudad cercana a la frontera canadiense donde se había instalado Uma James, la madre del muchacho. Muhammad y James iniciaron una relación y a finales de 2001 vivían juntos. Eso parece claro porque la víspera de Navidad de ese año la policía tuvo que acudir a su domicilio para acabar con una pelea entre ellos. James y su hijo, que pocos meses antes vivían separados en refugios para indigentes, fueron detenidos y entregados a las autoridades de inmigración, que les dejó provisionalmente libres a la espera de que se examinara su probable deportación.

A finales de 2001, Salvo rompió con su madre e inició con Muhammad una vida de vagabundeo. Para algunas personas que les trataron, Muhammad, que obligaba al muchacho a alimentarse de galletas, miel y complementos vitamínicos, aterrorizaba a su 'hijastro' y dominaba su voluntad. Para otros, tenían una relación relajada y normal entre padre e hijo.

Se instalaron unos meses en una casa más o menos abandonada, donde practicaron con el rifle Bushmaster XM-15 que constituía la única posesión relativamente valiosa del ex soldado (su precio ronda los 800 dólares), vivieron después en varios albergues de beneficencia y en verano se desplazaron hacia el este. En julio, Muhammad visitó a su familia en Luisiana. Sus parientes le notaron empobrecido, pero no notaron nada anormal en su humor. El 10 de septiembre, Muhammad compró por 250 dólares un viejo Chevrolet Caprice (que había pertenecido a la policía) en Nueva Jersey. El 21 de ese mes, Salvo dejó sus huellas en una revista de armas en una licorería de Montgomery (Alabama) y se le considera sospechoso del asalto que ese día causó la muerte de una mujer y heridas a otra. Se supone que Muhammad estaba con él. Desde allí viajaron a Maryland, donde residen la segunda mujer del ex soldado y sus tres hijos. En ese momento, por alguna razón, comenzaron a asesinar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_