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Una referencia en varios continentes

Los acuerdos españoles han servido de modelo, no siempre aplicable, para el cambio político en Chile, México o Rusia

Los Pactos de La Moncloa sirvieron en España para garantizar un mínimo de estabilidad mientras se producía la transición desde la dictadura a la democracia. Con el tiempo, se convirtieron en un punto de referencia para procesos de cambio político en Norteamérica, Suramérica o la Europa del Este.

Los acuerdos sellados en la residencia oficial del entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, son citados frecuentemente por el presidente de México, Vicente Fox, como la principal referencia de la transición acometida en su país desde la derrota del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en julio de 2000. 'Me inspiran mucho la transición y el éxito españoles', declaró Fox hace pocos días.

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Más al sur, los pactos jugaron un cierto papel en los procesos de transición a la democracia en América Latina. Siempre se los puso como un modelo que nunca se aplicó. En países como Argentina, Chile, Uruguay y Brasil todavía hoy se alude al acuerdo español como un ejemplo. La mención más reciente la hizo el dirigente del Partido de los Trabajadores (PT) brasileño Aloizio Mercadante, quien declaró que un eventual Gobierno de Lula trataría de poner en pie un gran acuerdo nacional como los Pactos de La Moncloa.

Muy lejos de la cordillera andina, en Rusia, los pactos españoles son invocados por los politólogos e historiadores. Tanto Mijaíl Gorbachov, el último presidente de la Unión Soviética, como Borís Yeltsin, el primer presidente de Rusia, se interesaron por los Pactos de La Moncloa durante las visitas oficiales que realizaron a Madrid en 1990 y en 1994, respectivamente. Sin embargo, la transición española está muy lejos de la cultura política y las tradiciones de Rusia.

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En Argentina, Raúl Alfonsín, el presidente que encabezó la restauración democrática en los años 80, hablaba a menudo de la transición española, a la que se sentía muy unido por sus lazos con Felipe González. Los Pactos de La Moncloa tienen para muchos argentinos el valor simbólico de un acuerdo entre enemigos irreconciliables y de unos dirigentes que pusieron los intereses de la sociedad por encima de sus ambiciones personales. Nada más lejos del comportamiento de los políticos argentinos. Las dificultades para lograr un proyecto de país que suscite el consenso de los distintos líderes han sido una constante desde la independencia.

A raíz de la última crisis económica, política y social, que muchos consideran como la más profunda de la historia, la Iglesia logró sentar en una misma mesa a representantes de los distintos sectores de la sociedad en lo que se llamó Mesa de Diálogo. La iniciativa, que suscitó grandes esperanzas, se fue diluyendo por la falta de generosidad y la cicatería de muchos de los presentes. Se repitió la historia y aquel diálogo es más un recuerdo que una realidad.

En el vecino Chile, la oposición a la dictadura de Augusto Pinochet empezó a estudiar los Pactos de La Moncloa cuando el general se vio obligado a abrir la puerta hacia la transición democrática, tras ser derrotado en el plebiscito que había convocado a su medida en octubre de 1988. El mismo término de 'concertación de partidos por la democracia', que reunió a la mayor parte de la oposición a la dictadura (socialistas y demócratacristianos), se inspiraba en la experiencia española.

En años previos, con Pinochet todavía en el poder, sectores opositores se reunieron en la España de Felipe González con representantes del régimen militar. Una diferencia sustancial entre el caso español y el chileno fue el veto, en este último, al partido comunista, cuya presencia no fue admitida en las negociaciones. Hasta el punto de que la ley electoral pactada sigue impidiéndole estar presente en el Parlamento.

Más tarde, tras el plebiscito de 1988, el democristiano Patricio Aylwin ganó las elecciones y en 1990 asumió la presidencia de la democracia recuperada. Las intensas negociaciones entre la dictadura y la Concertación para hacer posibles las elecciones dieron paso al primer diálogo entre empresarios y sindicatos. Inspirados en el acuerdo español, lograron un gran pacto que aseguró la paz social bajo los distintos gobiernos que han desfilado por el palacio de La Moneda desde hace 13 años.

En México, naturalmente, la idea de pactos y el concepto mismo de transición son manejados a la mexicana. El presidente Fox calcula que en 20 o 25 años se alcanzarán la prosperidad, la estabilidad y la solidez del Estado de derecho vigentes en España.

La historia, las realidades sociales y la singular dinámica política mexicana, marcan la diferencia. La dictadura del general Franco no fue la dictablanda del PRI. México contaba con reglas e instituciones formales, y su transición no deriva de un pacto entre políticos, de una ruptura, sino de las urnas. Hace dos años, el PRI, un partido carcomido por la corrupción, era sustituido en el mando por el conservador Partido Acción Nacional (PAN).

El analista José Herrera afirma que se produjo una alternancia en el poder, 'sin que ello implique cambio de sistema'. Las pugnas en las filas de los partidos, un sentido de Estado deficitario y no pocas torpezas frenan los cambios. El columnista Raúl Trejo opina, incluso, que la identificación de los Pactos de La Moncloa como modelo a seguir puede ser un costoso disparate.

Más que refundar México, señala, es preciso definir correcciones a leyes e instituciones, y establecer coincidencias sobre aspectos básicos de la economía y la política. El PRI, un partido nacido de la revolución de principios del siglo XX, no parece dispuesto a secundar transformaciones que puedan arrebatarle los resortes de poder todavía en sus manos, entre ellos el control de los principales sindicatos.

En la Rusia heredera de la URSS, la Constitución vigente desde 1993 no fue el resultado de un pacto, sino una imposición de Yeltsin a los sectores políticos -comunis-tas incluidos- que se habían enfrentado a él desde el Parlamento. Serguéi Jemkin, un estudioso de la transición española, considera que ésta es una diferencia fundamental con España, donde la Carta Magna fue producto de un consenso entre las fuerzas políticas.

Otro politólogo, Igor Kliamkin, subraya que los expertos rusos se acordaron de los Pactos de La Moncloa en el periodo final de la presidencia de Yeltsin, entre 1997 y 1999. Yeltsin había perdido la capacidad de dirigir el país y los comunistas, con mayoría en la Cámara baja del Parlamento, bloqueaban la toma de decisiones.

'En España los Pactos de La Moncloa fueron punto de inicio de la transición, pero aquí se acordaron de la idea al final, cuando las instituciones que se habían creado no podían funcionar de modo constructivo y entre ellas prevalecía la confrontación y no el acuerdo', dice Kliamkin.

Información de Francesc Relea, desde São Paulo; Juan Jesús Aznárez, desde México, y Pilar Bonet, desde Moscú.

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