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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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El Cruzado Mágico

Esa noche el sofá echaba humo. En la telebista un periodista de la situación entrevistaba al Lehendakari. Y a la misma hora, en televisión española, otro periodista no menos publicitario entrevistaba al profesor Savater. Yo surfeaba entre ambas cadenas; cuando me saturaba el discurso autista de uno, saltaba sobre la espuma para recalar en la confortable complicidad con el filósofo engagé.

Pero, al poco, sentía el vértigo de una zambullida hacia el interior de los tres famosos túneles abisales de los que el político se empeña en prevenirnos. El tono del Lehendakari me recordaba al padre jesuita de los ejercicios espirituales de mi adolescencia: 'hay que sacar pecho para combatir las tentaciones que nos vienen del mundo, del demonio y de la carne'. Y entonces me daban ganas de estirar la espalda, echar los hombros hacia atrás y mostrarme en público con la contundente imagen de la chica del cruzado mágico de Playtex.

Si el 'Lehendakari' se empeña, esta vasca no piensa comprar tal artilugio

El Lehendakari parecía, también, un adolescente recién salido de los ejercicios espirituales. Pero no necesita de artilugios en el busto para sacar pecho ante la adversidad. Pues él mismo es un cruzado, mágico por más señas. Ya le decía el entrevistador: Hay que ver, Lehendakari, la de insultos que recibe usted de uno y otro lado. No valoran su propuesta. Que ni siquiera es suya. Si por él fuese, pediría más. Pero no pide nada para sí mismo ni para su partido. Sólo hace la propuesta para la convivencia. Buena para todos. Por nuestro bien. Lo que nos conviene a nosotros, aunque no nos demos cuenta.

De antaño, los hombres necesitan sacar pecho más que las mujeres. Shakespeare nos avisó que tuviéramos cuidado con los hombres, porque ellos tienen siempre un pie en tierra y otro en el mar. Y algunos políticos tienen ambos pies fuera de su sitio. Sucede a veces en la historia que el pecho de un hombre aloja un auténtico corazón de león y eso le convierte en un cruzado. Entonces abandona su casa y sus obligaciones para dirigirse a otras tierras santas, convertido en cruzado de alguna Fe. Como Ricardo Corazón de León, que se fue a conquistar Jerusalén, dejándolo todo manga por hombro.

Esas aventuras rara vez terminan bien. Cuando Ricardo I era rey, tenía tierras en las que reinar y un hermano, al que por algo llamarían Juan sin Tierra. Cuando volvió Ricardo a Inglaterra, se había quedado sin tierras. Las tenía todas su hermano. Y Jerusalén seguía siendo tan tierra de moros como antes de empezar su viaje.

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Hoy en día aún no ha pasado el tiempo de los cruzados. Algunos hombres siguen cayendo en la tentación de abandonar su reino para correr en pos de mágicos reinos. Pues mejor para ellos, si no rompen otros compromisos. Pero si uno es un gobernante, que tiene obligaciones para con la ciudadanía, se expone a que, al regreso, se haya quedado sin tierras y sin ciudadanos que gobernar.

Quizás Juan José Ibarretxe se quede contemplando la llanada desde las almenas de su palacio de Ajuria Enea y sienta la llamada de horizontes lejanos. Quizás su intención es traer los tesoros de Saladino y repartirnoslos entre todos los vascos y las vascas. ¿Por qué conformarse con llevar bien las cuentas públicas y mantener la ley y el orden, pudiendo echarse a volar tras un sueño? Además ¿qué tienen para mí de malo los sueños del lehendakari? Sólo que son sueños y sobre todo que son sus sueños, no los míos ni los de mucha gente.

Por ejemplo los de las cien mil personas que salieron el sábado a las calles de San Sebastián. Si en vez de mantener su mirada fija en el horizonte, mirase hacia abajo, hacia la calle, vería cosas que podrían hacerle pensar. Yo de él no me marcharía corriendo a la Cruzada después de la manifestación de Basta Ya. Allí hubiera encontrado a gentes que volvían de cruzadas anteriores y ya se habían caído del caballo de camino por Damasco. Gentes que están de vuelta de algunas cosas. Franquistas que ya no son franquistas. Comunistas que ya no son comunistas. Terroristas que ya no son terroristas. Y muchos, muchos jóvenes, que no fueron ni franquistas, ni comunistas ni terroristas. Que sólo han conocido democracia, aunque tengan que luchar por ella cada día. Y que no se juegan, como los de antes, la cárcel, sino un tiro en la nuca.

Toda esa gente, la más vieja y la más joven, sabe lo que vale un peine. Conoce el valor de la libertad. Y desde el sábado saben más. Saben que hay otros miles que lo saben. En adelante va a ser muy difícil que traguen propuestas megalíticas, aunque vengan envueltas en 'cultura de pueblo milenario'.

Si el lehendakari se empeña en convertirse en un cruzado mágico, esta vasca no piensa comprar tal artilugio. Y que se despida de contemplar los campos de patatas desde sus almenas. Que vaya pensando en cambiar de residencia, porque se va a quedar sin alaveses y sin ciudadanos. Al final tendrá que vestirse de aldeanito, como ya hizo su fundador Sabino, e irse a fundar algo a un caserío o a gobernar las huertas que se le mantengan fieles.

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