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Tribuna
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Yo estaba allí

En estos días, cuando se conmemora el vigésimo aniversario de la victoria electoral del PSOE por una radiante mayoría absoluta, muchos españoles expresaremos nuestros sentimientos con un escueto 'yo estaba allí', que, en su simplicidad, resume, sin embargo, el significado que aquella noche del 28 de octubre de 1982 tuvo en nuestra vida personal y, también, en la historia del PSOE y en la historia de España.

Miles y miles de españoles, en efecto, nos congregamos en la explanada del hotel Palace de Madrid para celebrar juntos la victoria y ver a Felipe González saludando tímidamente, junto a Alfonso Guerra, desde una ventana que ha pasado a la historia a una multitud que sabía y sentía que, en aquel momento, se iniciaba, como había anunciado el cartel electoral, una era de cambio para España.

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Otros muchos miles de españoles, fuera de Madrid, habíamos seguido por televisión esa imagen y multiplicamos su poder simbólico -no en vano ella sola servía para recuperar una historia trágicamente truncada durante decenios- ocupando festivamente las calles y plazas de toda España.

Muchos de quienes aquella noche salieron a la calle no eran socialistas. Pero habían confiado en la capacidad, la entrega y el entusiasmo del partido socialista para llevar a cabo la transformación profunda que España llevaba años y años esperando y, en consecuencia, habían decidido apoyar el proyecto de país que los socialistas les habíamos ofrecido.

Muchos otros éramos militantes y simpatizantes socialistas que, a la alegría general, sumábamos otra muy íntima: no sólo 'estábamos allí'; es que podíamos decirnos, cada uno de nosotros, 'yo he estado en esto' 'y he contribuido a esto'.

Porque, efectivamente, aquella noche fue la culminación de un largo sueño: el que se había iniciado cuando Pablo Iglesias, más de 100 años atrás, fundó el Partido Socialista Obrero Español para, a través de la vía democrática, rescatar a la mayoría de los españoles de la situación de marginación política, privación económica y postración social en la que vivían.

Desde entonces, se sucedieron las generaciones de españoles que trabajaron por una España distinta. Lo hicieron con una dedicación y con una pasión tales que, desde entonces y a lo largo de más de 120 años, la historia, la del PSOE, se liga con la historia de España de forma que no se entienden una sin la otra. Lo hicieron sumando todas las experiencias imaginables, pues incorporaron al mismo proyecto a intelectuales y obreros, mujeres y hombres, jóvenes y mayores. Lo hicieron, también, desde todas las situaciones, pues conocieron el gobierno, la oposición, la represión, la cárcel, el exilio, la democracia recuperada... y, al fin, el triunfo electoral.

Sin duda, este éxito se explica por el trabajo que hicimos los socialistas en los años anteriores. Supimos ofrecer a los españoles un proyecto de país de acuerdo con las ideas y principios socialistas, pero que, a la vez, respondía a los intereses generales. Un proyecto que pretendía hacer un país distinto, un país mejor, un país moderno. Un país con una democracia consolidada y estable. Un país con una economía capaz de corregir los déficit que se arrastraban desde hace años y hacer frente con eficacia a los retos que ya entonces se adivinaban. Un país socialmente cohesionado, en el que se garantizase a todos el acceso al bienestar, a la educación, a la salud, a una vida digna. Un país abierto al mundo e integrado en Europa para, desde ella y con ella, construir el espacio de mayor libertad y de mayor cohesión social de los que ha conocido hasta ahora la humanidad. Un país, en fin, con un proyecto de conjunto construido desde la singularidad proporcionada por la pluralidad de regiones y pueblos que lo han ido conformando a lo largo de la historia. Y la mayoría de los españoles apostó por otorgarnos la confianza para que lo hiciésemos posible.

Para ello, los socialistas tuvimos, previamente, que ofrecernos a nosotros mismos un proyecto también distinto al que, hasta unos años antes, habíamos tenido. Porque llegamos a la conclusión de que el partido socialista sólo alcanzaría la posibilidad de gobernar España si proclamaba la vigencia de los valores y principios que, como señas de identidad, justifican su actuación política -libertad y justicia, igualdad y solidaridad- y, al mismo tiempo, procedía a adaptar sus estructuras, su organización, el perfil de sus dirigentes y su programa político a la situación real de una España que, a mediados de los setenta, ya anunciaba su voluntad de afrontar su futuro en libertad.

No fue fácil, pero tampoco era la primera vez que lo hacíamos. Los socialistas siempre hemos estado orgullosos de nuestra historia más que centenaria. Pero nunca nos hemos entretenido en adorarla o añorarla. Simplemente, hemos pretendido aprender de ella: de la actuación de nuestros dirigentes y de la dedicación de nuestros militantes; de nuestros momentos de gloria y de nuestros claroscuros; de los éxitos que hemos alcanzado y también de los fracasos que hemos conocido.

De acuerdo con ello, en 1974 nos dimos nuevas formas de organización, elaboramos un nuevo proyecto político, elegimos a una nueva generación de dirigentes. Y, con este bagaje, y el trabajo continuo, anónimo y desinteresado de miles y miles de socialistas con y sin carné del partido, concurrimos a las elecciones y las ganamos. ¿Cómo no manifestar alegría después de todo ello?

Tras aquella noche, se sucedieron 13 años y medio de gobierno socialista. Salvo para quienes tienen que compensar su mezquindad con la negación de todo aquello en lo que no han sido protagonistas, esos 13 años supusieron la mayor transformación que ha conocido España. Así se vivió en la política y en la economía, en las infraestructuras y en la descentralización territorial, en la educación y en la sanidad, en la ordenación del trabajo y en la extensión de la seguridad social, en la promoción de la mujer y en la cultura, en la profesionalización de las fuerzas armadas y en la presencia internacional... hasta dejar situada a España entre los 10 primeros países del mundo.

En 1996, el partido socialista perdió las elecciones y pasó, con naturalidad, a la oposición. Pero la experiencia de los años de gobierno fue tan fuerte que, durante bastante tiempo, los socialistas seguimos centrando nuestra atención en lo que, durante aquellos años, habíamos hecho. En el año 2000, volvimos a perder las elecciones.

Y los socialistas volvimos a comprender entonces que no bastaba con enorgullecernos de nuestra historia reciente: había que volver a mirar al frente. Había que colocar, de nuevo, al partido en condiciones de ofrecer a los ciudadanos un proyecto de futuro que conectase con sus intereses y sus derechos, con sus esperanzas y sus ambiciones. Que ello era posible lo demostraba la evidencia de que las causas que nos habían hecho perder dos elecciones sucesivas habían afectado a la posibilidad de ejercer el gobierno de España, pero no extendieron su influencia al ejercicio de esa responsabilidad en muchas de las comunidades autónomas y ayuntamientos que, por voluntad de los ciudadanos, disponen de las soluciones y propuestas trabajadas por el partido socialista.

Ese esfuerzo de puesta al día del partido es el que hicimos los socialistas en el congreso que celebramos en julio del año 2000. Allí, como 25 años antes, revisamos nuestro programa, modernizamos nuestra forma de organización y renovamos nuestra dirección. No hubo allí estrategias de dirigentes; fue el resultado de un movimiento que traspasó a todo el partido socialista, cuyos militantes mostraron su voluntad de dotarse de nuevos instrumentos para la nueva etapa de nuestra historia que, en ese momento, quisimos iniciar.

Nadie quiso entonces abjurar de nuestra historia. Quisimos continuarla. Y para hacerlo hemos cambiado mucho con la voluntad de ser los mismos: en nuestros valores, en nuestra política, en nuestra gente. Nadie sobra en este partido: todos somos necesarios para hacer posible la continuación -con otros medios, con otros perfiles- de la labor que iniciamos en 1982.

Desde entonces, todo apunta a que acertamos en nuestra decisión colectiva. En dos años hemos vuelto a hacer del PSOE un partido cargado de futuro. Pues, en este año 2002, el partido socialista es ya una alternativa real de poder, que ve crecer cada día su espacio, que recibe apoyos crecientes, que vuelve a ser el depositario de la confianza ciudadana que aún cree que es posible alcanzar, de su mano, un futuro mejor para todos.

Ahora, cuando celebramos los 20 años del primer triunfo socialista en unas elecciones generales, es la mejor ocasión para un anuncio: en la primavera del año 2004 volveremos a salir a las calles para celebrar una nueva victoria electoral del partido socialista. Para ese momento habrá que contar con todos sus militantes y también con cuantos progresistas estén dispuestos a empeñarse en un nuevo proceso de transformación de España. Y con ellos comenzará la actuación de un Gobierno que, ahora, tendrá al frente a José Luis Rodríguez Zapatero.

Manuel Chaves González es presidente del PSOE.

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