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Manolo Valdés muestra en una antológica las obras que reinterpretan la historia del arte

El Museo Guggenheim Bilbao expone 70 pinturas y esculturas de los últimos 20 años

Manolo Valdés (Valencia, 1942) entiende la pintura como la creación de nuevas letras para el abecedario de la expresión artística. Y las ha buscado en los últimos 20 años reinterpretando la historia del arte para crear una iconografía propia a partir de la manipulación de imágenes de los grandes maestros. La antológica que mañana inaugura el Museo Guggenheim Bilbao agrupa las obras de Valdés en las series que se han convertido en seña de identidad de su trabajo de las últimas dos décadas. 'Soy un mirón', afirma el artista. 'Veo la realidad a través de la pintura'.

La exposición Manolo Valdés: pintura y escultura, abierta al público hasta el 19 de enero, prescinde del orden cronológico y agrupa las 70 obras en torno a los grandes temas que el artista ha abordado en los 20 años de trayectoria en solitario, desde las imágenes que surgen de la pintura de Velázquez a los desnudos inspirados por Matisse o las esculturas que replican en madera las vasijas clásicas.

Valdés ha cimentado su exitosa carrera sobre una reflexión del arte desde el arte. 'La pintura viene de la pintura, y me gusta hacer referencias tanto a la imagen como a la manera de hacer'. El pintor señala una pintura de grandes dimensiones que representa una figura de Velázquez para explicar su forma de trabajar. 'En origen es un pequeño cuadro de 50 centímetros, al que yo he cambiado la escala, cosa que no hubiera podido hacer si el pop no me da permiso. Pero, además, introduzco otra manera de hacer, otra textura', prosigue. 'El original es una pintura de dibujo preciso, con veladuras. Lo que he hecho es alterarle el código, con referencias a la pintura informal y a la pintura del gesto'.

La antológica se presenta en el Guggenheim sólo seis años después de la realizada por el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM). Ahora, su comisario, Kosme de Barañano, director del IVAM, ha dedicado un tercio de la exposición a la escultura, menos conocida que la pintura de Valdés a pesar de que revela un singular trabajo con la madera. 'Las esculturas son una derivación de mis pinturas, que siempre me han acompañado', dice el artista. 'Si después de pintar un cuadro tengo la capacidad, o la suerte, de poder hacer una interpretación con una escultura, un dibujo o un grabado, me parece que lo enriquezco más'.

Un giro hacia la escultura

La pasada semana Valdés inauguró en la galería Marlborough de Nueva York una exposición dedicada en exclusiva a la escultura, resultado de un giro que en los últimos años le ha llevado a dedicar más tiempo a esta disciplina. Valdés atribuye este vuelco sobre la escultura a 'una pulsión repentina' para la que no encuentra explicaciones más allá de la posibilidad 'de contar más cosas'.

Ordenadas por temas, las pinturas y las esculturas revelan más que nunca el profundo deseo del autor por crear series, que llegan a unir obras creadas con años de distancia. 'Soy un artista de repertorio', reconoce. 'Me gusta volver a algunos cuadros, insistir sobre ellos siempre que tengo la sospecha de que puedo variarlos. Algo me gusta de unas pinturas y algo de otras. ¿Podría hacer otra con lo mejor? Ése es el reto'.

La insatisfacción es el motor que mueve indefinidamente el gusto por retomar las imágenes, sean las siluetas de 'las meninas', la pintura de las vanguardias, las bibliotecas o las mujeres sentadas. 'Insisto mucho en los temas, a la búsqueda de detalles nuevos y desde otras disciplinas, porque uno se queda siempre insatisfecho'. Así las esculturas más recientes, cabezas de imponente factura, han surgido de las pinturas que a su vez fueron inspiradas por las figuras de Matisse.

Kosme de Barañano, director del IVAM, cree que Valdés está próximo al historiador del arte y que en su lectura de los grandes maestros recoge sensibilidades previas para crear la suya. El pintor se reconoce como un cazador en las salas de los museos. En el Guggenheim espera ansioso el momento de visitar las exposiciones dedicadas a Rubens y a la época de Kandinsky que coinciden con su antológica, con la esperanza de 'conseguir un botín' sobre el que pueda trabajar a su vuelta al estudio.

Porque para Valdés 'pintar es mirar'. Mirar le descubre, por ejemplo, los colores del expresionismo alemán en el paisaje que vio el lunes al aterrizar en Bilbao, u objetos para llevar a la pintura en los escaparates de Nueva York, donde vive. 'Soy un mirón. Siempre estoy mirando, miro todo y nunca sé en qué momento algo que veo me va a llevar a un cuadro', confiesa. 'Es una deformación profesional, y llega a tal grado que veo la realidad a través de la pintura. No puedo evitarlo: es lo que me hace seguir pintando'.

Cuadros sensuales

Valdés se siente halagado cuando le recuerdan que la crítica dice que 'busca lo absoluto en los detalles'. 'Mis cuadros son muy sensuales porque la materia produce en el espectador esas ganas de acercarse, de tocarlo, de mirar la obra en su conjunto pero también en el detalle', afirma. Y disfruta cuando ve que sus obras aguantan las distancias cortas. 'Me gusta que las pinturas se puedan repasar topográficamente, ver un roto, una mancha, una costura. Yo mismo cuando los fabrico tengo pasión por esos detalles y que lo entienda y lo aprecie alguien que lo ve... Es la asociación ideal'.

La presencia de Valdés en las galerías es continua; las antológicas del IVAM y el Guggenheim demuestran el gran reconocimiento de los museos. 'El mercado del arte y los museos se complementan. Son un reflejo del interés por el arte en una sociedad que progresa y en la que cada vez es mayor el número de personas que se incorpora al consumo de la cultura', reflexiona. 'Si no hubiera ese interés, no funcionarían ni museos ni mercado'.

La colección de pinturas y esculturas que en el Guggenheim muestran su trabajo de 20 años le provoca sensaciones enfrentadas. 'Me da rubor', reconoce mientras recorre con la mirada la sala abarrotada de meninas. 'Es un honor, un placer, un fetichismo. Me provoca rubor y mucho agradecimiento'.

Manolo Valdés, en el Guggenheim de Bilbao.
Manolo Valdés, en el Guggenheim de Bilbao.SANTOS CIRILO

Compromiso y decisiones

La muerte de Rafael Solbes en 1981 deshizo el Equipo Crónica de forma traumática. Manolo Valdés asegura que entonces lo más difícil fue aprender a tomar decisiones solo, sin el debate y la colaboración con el compañero con el que desde 1964 había construido lo que Kosme de Barañano llama 'una crónica visual de la realidad española'.'Volví al estudio y entendí que no podía dejar de pintar, y que trabajar en colaboración con otra persona no depende de tu voluntad: se produce si se produce', recuerda. 'Me puse a pintar y me separé de las maneras del Equipo Crónica'.Su carrera en solitario despegó y le llevó a trasladarse a Nueva York, hace ya 13 años. 'Nunca se empieza de cero, porque, naturalmente, uno no puede sacar lo que ha ido asimilando en su formación y su trabajo'.Valdés asegura que mantiene el compromiso social que marcó la trayectoria del Equipo. 'El compromiso no cambia, pero hay que tener en cuenta que luchábamos por la normalización en una dictadura', explica. 'Por suerte, la normalización llegó y ya no es aquella lucha tan directa. Cambian los objetivos'.

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