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Bush apuesta su futuro electoral a la guerra

Los republicanos tratan de sacar del primer plano la crisis económica y la corrupción empresarial

Enric González

Las elecciones estadounidenses suelen afectar a todo el planeta. Las del 5 de noviembre, en las que se renovarán toda la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y los gobiernos estatales, resultarán especialmente cruciales. No son cuestión de vida o muerte, pero quizá sí de guerra o paz. George W. Bush y los republicanos lo apuestan todo a la guerra. Los candidatos demócratas, acorralados por un presidente agresivo y popular y con sus bases inflamadas de antibelicismo, llegan desorientados a las urnas. Del resultado, impredecible, dependerán la política exterior de la superpotencia en los próximos dos años y las perspectivas de reelección de Bush.

Karl Rove, el gurú electoral de la Casa Blanca, estableció en junio el plan de batalla: todos los candidatos republicanos, desde los senadores de Washington a los más remotos consejeros locales, debían concentrarse en la seguridad nacional y el antiterrorismo. La guerra contra Irak, preconizada por razones geoestratégicas por halcones como la asesora de Seguridad Nacional, Condoleeza Rice, y el subsecretario de Defensa, Paul Wolfowitz, debía convertirse en el eje de la campaña por tres razones: permitiría movilizar a las bases republicanas, relegaría a un segundo plano cuestiones peligrosas para el partido en el poder (la crisis económica, el desplome bursátil, la corrupción empresarial, el futuro de las pensiones) y abriría divisiones entre los demócratas.

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Las previsiones de Rove se han cumplido. Prueba de ello son las contribuciones económicas recibidas por correo en las sedes centrales de ambos partidos. El Comité Nacional Republicano ha recaudado por esa vía 66 millones de dólares en lo que va de año, de los que 16 millones llegaron en agosto y septiembre, cuando Bush empezó a hablar a diario de la terrible amenaza que supuestamente representa Irak. El Comité Nacional Demócrata sólo ha recaudado 21,3 millones desde enero y apenas nada en los últimos meses.

Las bases demócratas están irritadas con sus dirigentes y sus candidatos. Un sondeo realizado para The Washington Post a finales de septiembre indicaba que un 74% de quienes se declaraban opuestos a George W. Bush (más o menos identificables como demócratas) estaban en contra de atacar Irak. El sentimiento antibelicista era especialmente intenso entre los liberales (izquierda), los negros y, en menor medida, las mujeres, tres grupos cruciales para el Partido Demócrata. 'Nuestras bases esperaban que los líderes demócratas se enfrentaran a Bush, que plantearan preguntas sobre la guerra, que combatieran la política de la Casa Blanca. Pero no han visto más que tibieza y, al final, asentimiento ante la voluntad presidencial', explicó un estratega demócrata a The Washington Post.

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El antibelicismo de amplios sectores de la sociedad estadounidense no se ha filtrado, por el momento, hasta los titulares de los periódicos. Pero existe. Basta acudir a algún acto universitario, a alguna reunión vecinal en los suburbios negros o a cualquiera de las manifestaciones que se celebran cada fin de semana. ¿Pesará en las elecciones? ¿Provocará el abstencionismo de los demócratas más motivados, en unos comicios en los que la participación ya es tradicionalmente baja? ¿Impulsará, por el contrario, una reacción contra los candidatos republicanos? Nadie es capaz de responder. Las elecciones de mitad de mandato presidencial son impredecibles porque las razones que impulsan el voto en un sentido u otro son tan locales como numerosas.

La dirección demócrata confía en que ocurra un fenómeno parecido al de 1998. Los republicanos habían acorralado al presidente Bill Clinton con un impeachment por el caso Lewinski, la Casa Blanca se encontraba a la defensiva y la derecha estaba segura de asestar el golpe definitivo, con las elecciones locales y parlamentarias, a un presidente al que suponían desacreditado. Pero sucedió lo contrario: los electores del país real, el que no come y bebe política, dijeron con sus votos que no les interesaba la actividad sexual del presidente y que sus problemas eran otros. Podría ocurrir lo mismo. Según un sondeo de ABC News, ni siquiera los electores que se definían como republicanos consideraban, de forma mayoritaria, que Irak o el terrorismo fueran cruciales. Entre los republicanos, el 45% situaban Irak como prioridad; entre los demócratas, el 33%; entre los independientes, el 28%. En todos los casos, la economía era definida como el principal problema, aunque una mayoría dijera que la lucha contra el terrorismo era 'la prioridad nacional'. 'Cuanto más habla Bush de Irak, más aumenta la impresión de que no hace nada para atajar la crisis económica'.

Los demócratas se han abrazado a una de sus cuestiones más queridas: la defensa de la Seguridad Social, es decir, las pensiones. En ese terreno, su currículo es impecable. El de los republicanos, por el contrario, es muy dudoso. Una de las promesas de Bush durante la campaña presidencial de 2000 consistía en desviar hacia la Bolsa gran parte de los fondos de la Seguridad Social. En aquel momento, las acciones parecían destinadas a seguir subiendo eternamente y la mayoría de los políticos republicanos se adhirieron a la propuesta. Ahora, con las bolsas por los suelos, ese proyecto (que la Casa Blanca mantiene, pero sin atreverse a mencionarlo) es profusamente evocado en la publicidad demócrata. Los candidatos republicanos se ven obligados a interrumpir sus mensajes habituales para explicar a los pensionistas que, en realidad, no dijeron exactamente lo que parecieron decir .

El terreno de juego es muy estrecho. Los demócratas disponen de una mayoría de un solo escaño en el Senado, gracias a la deserción de Jim Jeffords. La mayoría republicana en la Cámara de Representantes es de seis escaños. Sólo en una decena de circunscripciones es realmente reñida la batalla por un puesto en la Cámara, y en el Senado, del que sólo se renueva un tercio, todo dependerá del resultado en cinco o seis estados. Unos pocos cientos de votos podrían decantar la mayoría hacia uno u otro lado, con enormes consecuencias.

Si los republicanos mantuvieran el control de la Cámara y recuperaran el dominio del Senado, Bush tendría vía libre para desarrollar su doctrina estratégica del ataque preventivo y su desinterés por las instituciones internacionales. Un avance demócrata demostraría que la popularidad obtenida por Bush gracias al 11 de septiembre es provisional y le obligaría a replegarse hacia posiciones más moderadas. Si, además, sus resultados en Tejas y Florida fueran malos, sus posibilidades de reelección en 2004 quedarían seriamente comprometidas.

George W. Bush, durante un acto electoral en New Hampshire, en apoyo del candidato republicano a la Cámara de Representantes, John Sununu.
George W. Bush, durante un acto electoral en New Hampshire, en apoyo del candidato republicano a la Cámara de Representantes, John Sununu.ASSOCIATED PRESS

Un ataque sin control parlamentario

Si, como parece probable, Estados Unidos y sus aliados entran en guerra contra Irak, el conflicto se desarrollará casi sin control parlamentario. George W. Bush y su gurú electoral, Karl Rove, lo habían previsto probablemente ya en junio, cuando establecieron el calendario para el resto del año. Las elecciones y la renovación del Congreso harán que el Capitolio esté de mudanza hasta bien entrado marzo, cuando la guerra, de producirse y según los cálculos del Pentágono, debería haber terminado.

La Cámara de Representantes y el Senado tenían que entrar en receso a principios de octubre, pero los debates de las resoluciones sobre Irak han obligado a los parlamentarios a demorar el inicio de la campaña. Eso es algo que, en principio, favorece a los republicanos, interesados en una campaña electoral breve y dominada por la cuestión iraquí.

El receso comenzará la semana entrante y los representantes y senadores se desperdigarán por todo el país.

Volverán tras las elecciones, pero privados de poder real. Muchos de ellos serán salientes. El Congreso estará cojo hasta que, el 3 de enero, se incorporen los parlamentarios elegidos el 5 de noviembre. Entonces empezará, sin embargo, la compleja tarea de repartirse comisiones, elegir cargos y organizarse. 'Ningún Congreso ha tardado menos de tres meses en resolver su organización interna; hasta marzo, como mínimo, las cámaras carecerán de estructura para cumplir su función', advirtió la semana pasada el ex vicepresidente Al Gore, un político de larga experiencia parlamentaria. Para entonces habrá ocurrido ya lo que tenga que ocurrir en Irak.

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