Paz social, guerra política
SI LA LEYENDA de la austeridad personal de Aznar quedó enterrada en la lonja de El Escorial con la carnavalada nupcial de la que fue padrino y financiador, esta semana ha quedado igualmente averiada la fábula de que su acción de gobierno descansa sobre una política de principios. La orden transmitida por el presidente a su ministro de Trabajo para que anunciase la derogación práctica de los principales contenidos del decreto-ley de 24 de mayo de 2002 sobre protección al desempleo (desde los salarios de tramitación hasta la oferta vinculante para los parados, pasando por la situación de los trabajadores fijos discontinuos y la compatibilidad entre indemnización y subsidio) constituye una nueva prueba del oportunismo que oculta bajo una retórica altisonante. Tras su reunión con los secretarios generales de CC OO y UGT, Eduardo Zaplana anunció a la prensa sin que se le moviera un músculo facial ese viraje gubernamental sobre política laboral de ciento ochenta grados, que será materializado durante la tramitación parlamentaria del llamado decretazo como proyecto de ley; las enmiendas propuestas o consensuadas por el PP y sus aliados nacionalistas en el Congreso o en el Senado servirán de instrumentos al cambio de rumbo.
El oportunista viraje anunciado por el ministro Zaplana respecto al 'decretazo' sobre la reforma del desempleo promulgado en la primavera refleja el temor gubernamental a un retroceso electoral
Con un descaro próximo al cinismo, el ministro de Trabajo no se tomó demasiadas molestias a la hora de justificar ante los periodistas la cabriola circense del Gobierno: ocurre simplemente que 'los momentos en la vida son distintos'. Parece evidente que esa estoica reflexión sobre la ciega fuerza del destino resulta inapropiada para este caso: los cuatro meses y medio transcurridos entre el nacimiento primaveral del decretazo y su presente defunción otoñal dan poco juego a la filosofía de la historia. Y cuando los vicepresidentes Rajoy y Rato explican el viraje gubernamental como una generosa respuesta a una previa cesión sindical, la coartada recuerda a los partes de la Wehrmacht que describían las derrotas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial como avances elásticos sobre la retaguardia.
Hace cuatro meses y medio, Aznar glorificaba el decretazo por sus miríficos efectos sobre la modernización de la economía y la creación de empleo; al tiempo, el presidente del Gobierno descalificaba a los dirigentes de los sindicatos y del PSOE como demagogos que sólo pretendían saciar sus ambiciones políticas a costa de los trabajadores. La huelga general del 20 de junio contra el decretazo -en vísperas de la cumbre europea de Sevilla- desató el patrioterismo zarzuelero del jefe del Ejecutivo, que acusó a sus promotores de pretender únicamente hacer daño a España. ¿Qué ha ocurrido durante estos cuatro meses y medio para que el contenido sustancial del decreto-ley sobre desempleo dictado por 'extraordinaria y urgente necesidad' no sólo haya perdido su carácter apremiante, sino que además vaya a ser derogado en sus aspectos sustantivos? Tras la fracasada tentativa inicial de infravalorar el seguimiento de la huelga general del 20-J, el profundo calado de la protesta social -confirmada hace una semana por la concentración sindical en Madrid- ha hecho recapacitar al Gobierno sobre las peligrosas implicaciones de su política de enfrentamiento a cara de perro con los sindicatos para las futuras contiendas electorales entre el PP y el PSOE : la paz social con las centrales no es sino el reverso de la guerra política con los socialistas.
El descrédito de los partidos en el poder no proviene sólo del reiterado incumplimiento de sus promesas electorales; también opera en idéntico sentido la desenvuelta falta de principios con que los Gobiernos invierten como veletas la dirección de su política exclusivamente por temor a los cambios de humor del electorado. La fanfarronería de Aznar cuando pronosticó que ganaría a los sindicatos la huelga general por goleada no descansaba sobre una convicción política, sino sobre un error de percepción: tan pronto como ha descubierto que sus adversarios sindicales no eran molinos de viento, sino gigantes, ha puesto pies en polvorosa.
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