_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Al pan, pan

Dicen que a todo nos acostumbramos, y es cierto. Me sorprendía hace unos días viendo en un reportaje de televisión a dos chicas palestinas, con sus bolsos y un ligero velo, pasar con tranquilidad junto a soldados israelíes mientras éstos disparaban contra los chicos de la Intifada. A un disparo correspondía apenas un ligero respingo. ¿Será posible, pensaba, que pueda pasearse en plena refriega? De esto tenemos múltiples experiencias en nuestra última guerra civil (de lo que se valió Berlanga para su La vaquilla) y en el día a día de ahora mismo en Euskadi, en tantas fiestas. Nuestra adaptabilidad no tiene límites.

Pero no quería hablarles de la adaptación del hombre a situaciones límite, sino de otra acomodación aún más peligrosa. Quería hablarles de la capacidad que el hombre tiene de acomodarse a ideas absurdas, a proyectos disparatados (incluso suicidas), a ideas difusas que pueden ir socavando la convivencia o pueden resultar racionalmente fatales. Y sin embargo, somos fácil presa de entusiasmos impensables o apáticos ante disparates evidentes, de los que además somos conscientes. Los jóvenes intelectuales de Europa fueron alegremente a la guerra de 1914 pensando que con ello sanaría el continente de su indolente vida burguesa. Los ingleses en la India creyeron natural divertirse, con su flema, jugando a hacer puntería con una piedra en un perro o en un niño hindú. Alemania se acostumbró a los matones nazis e incluso les votó en un alto porcentaje en 1932. Eslovaquia avanzó hacia la segregación en 1993 sin reparar en la pérdida de posiciones relativas que ello suponía (en la economía o las relaciones internacionales) por el simple hecho de que la idea de la segregación se había hecho de uso común. El presidente de todas las Rusias, Boris Yeltsin, pareció, a pesar de todo, un gobernante porque hacía que gobernaba. En todos los casos se avanzó hacia el fracaso o el desastre con paso firme o, lo que es peor y nos toca, con desidia e indiferencia.

Corremos un riesgo semejante con la propuesta de Libre Asociación de Ibarretxe. Que se vuelva cotidiana. De entrada, causó la natural perplejidad -seguida de la lógica indignación- que puede provocar una chiquillada en un gobernante. En lugar de gobernar se dedica a jugar con cada uno de nosotros, con lo nuestro, se piensa. Es un acto reflejo, natural y muy saludable (que en cada país se da cada cien años como poco, pues no es tan frecuente encontrarse con gobernantes chiquillos). Riesgo de fractura social, desprecio a la democracia de partidos, frustración entre sus seguidores, radical pérdida de oportunidades económicas y de posiciones relativas. Los aliados se nos van, dice Anasagasti (Deia, 6-10-02), por no decir que ni él mismo lo entiende. ('Supongo, supongo yo, vamos; que la falta de violencia quiere decir la desaparición de ETA. Vamos, es lo que yo creo', Anasagasti a CNN+.) Ibarretxe está sólo y se merece perder las próximas elecciones a favor de los abanderados del pragmatismo y el buen sentido. Pero luego se bajan las defensas y todo comienza a formar parte de la normalidad.

Ocurre, y, porque ocurre, lo digo. El primer paso lo dan quienes inteligentemente creen ver el otro lado de la moneda. Fijarse, dicen, habla de 'pacto de libre asociación', cierto. Pero, ¡ojo!, porque dice 'con España'. Es 'la primera vez que'... Nunca realmente el PNV se concibió a sí mismo y a Euskadi sin España (salvo en alguna ensoñación de Luis Arana, el hermano más loco de los dos y el cínico). Esas fintas recuerdan a Ibarretxe cuando distingue entre 'pacto de libre asociación' y 'Estado libre asociado'. Palabras. Decía Wittgenstein que la verdadera gramática prohíbe establecer distinciones o cuestiones sin sentido, el lenguaje debe hacerse eco del flujo de la vida. Aquí no ocurre eso. Son esos que luego se quejarán de que no se puede opinar más allá de las ortodoxias. Es bueno hablar claro en los momentos duros o ambiguos. Lo otro, son trampas de diletante.

Mientras las empresas hacen planes para invertir más allá del Ebro o trasladar su sede social, mientras unos se ilusionan (para acabar frustrados) y los otros comienzan a percibirse sojuzgados, mientras todos perdemos oportunidades, es momento de llamar al pan, pan. Y de que cada cual aguante su palo en las próximas elecciones.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_