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Reportaje:

'Dile a Arafat que estamos en paz'

El clan de los Akel, de Gaza, confiesa el asesinato por venganza de un general palestino atribuido inicialmente a Hamás

'Hemos sido nosotros'. El general palestino Rajeh Abu Lehya fue asesinado en un acto de venganza. El clan de los Akel, asentado en el campo de refugiados de Nusseirat, en el corazón de la franja de Gaza, decidió matar al jefe de las brigadas antidisturbios de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para vengar la muerte de uno de los suyos; Yussef, 23 años, abatido por la policía el pasado mes de octubre en una manifestación de estudiantes a favor de Bin Laden. Los miembros de la familia así lo han confesado: 'Ahora le puedes decir a Yasir Arafat que estamos en paz'.

'Los Akel somos los únicos responsables de la muerte del general Rajeh Abu Lehya', aseguraba ayer en el campo de refugiados de Nusseirat -62.371 habitantes- Mohamed, 55 años, comerciante de profesión, padre de doce hijos, uno de los miembros destacados del clan, tío de la victima vengada, mientras permanecía vigilante a la puerta de su pequeño colmado, en medio de la calle Al Salam.

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La confesión a pecho descubierto de este componente del clan de los Akel supone la culminación de una larga y tensa jornada que ha tenido durante más de 24 horas a la franja de Gaza en vilo, a las puertas de una guerra civil, como consecuencia del secuestro, asesinato y quema del general Rajeh Abu Lehya, de 55 años de edad, por un comando de veinte enmascarados en el corazón de la ciudad.

Las primeras sospechas de la policía palestina recayeron sobre el movimiento fundamentalista de Hamás, con el que el general asesinado mantenía desde hace años unas tensas relaciones, y sobre las que se cebaron las iniciales y más sangrientas represalias; cuatro militantes integristas han sido abatidos en las últimas horas y más de una veintena han resultado heridos por las propias fuerzas de seguridad de Yasir Arafat.

'Hemos sido nosotros; Hamás no tiene nada que ver con esta historia. Hemos sido los Akel. Nosotros le dimos a Arafat hace un año un plazo para que actuara contra el jefe de la policía antidisturbios. No lo ha hecho. No ha hecho justicia. Nos hemos visto obligados a hacerlo con nuestras propias manos', insistía Mohamed Akel, apuntando con el dedo índice el cartel con el retrato de su sobrino Yussef, pegado en una puerta metálica, al otro lado de una calle, convertida en las últimas horas en una verdadera fortaleza.

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El temor a represalias de la policía palestina ha obligado a los Akel y a todos los vecinos de Nusseirat a tomar precauciones. Sacos de arena, montones de tierra y materiales de derribo ciegan con la ayuda de contenedores el acceso a la callejuela, donde está la casa de esta familia. En las ventanas se vislumbran las miradas atentas y vigilantes e incluso el cañón de algún fusil. Las puertas de las tiendas y las casas están cerradas. Fuera sólo han quedado los niños; como siempre, juegan a tirarse piedras.

Nusseirat espera angustiada un nuevo asalto de la policía palestina en busca de los autores del asesinato del general. Lo intentaron la noche anterior cuando centenares de miembros de las fuerzas de seguridad de la ANP se presentaron de improviso en este rincón del campo de refugiados para cumplir su cometido. Los enfrentamientos se prolongaron durante una buena parte de la noche, para finalizar con un armisticio (Hudna) por el que las tropas palestinas se comprometían a retirarse, los Akel a callarse y los vecinos a encerrarse en sus casas.

En este escenario permanecía ayer en el centro de la carretera, el esqueleto de una furgoneta calcinada de la fuerza de Seguridad Preventiva, que los habitantes de Nusseirat habían prendido fuego. No muy lejos se había instalado la carpa fúnebre de uno de los militantes muertos en los enfrentamientos. Todo ello custodiado por un Ejército caótico compuesto por militantes enmascarados de las Brigadas de Ezedine al Kassam, el brazo militar de Hamás, y de las Brigadas de los Martires de Al Aqsa, el Ejército secreto de Fatah, que, con los sus fusiles de asalto cruzados encima del pecho, aseguraban una y otra vez: 'Nosotros somos la ley, aquí no manda Arafat'.

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