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Reportaje:

Sangre judía en cuerpo palestino

El padre de la niña que recibió un riñón de un muchacho israelí lamenta no poder dar las gracias a su familia

Yasmina, una niña palestina de seis años, vivirá gracias al riñón de Yoni, un muchacho judío de 19 años, muerto en un atentado terrorista en Tel Aviv. El proceso de trasplante ha culminado con éxito en un hospital israelí de Petah Tikva, donde la menor deberá permanecer aún durante dos o tres semanas más en el departamento de cuidados intensivos, para luego volver a los territorios asediados de Cisjordania, donde vive con sus padres y sus dos hermanos. La Intifada ha impedido a los familiares de Yasmina y Yoni intercambiar una sola palabra: 'Las circunstancias políticas lo impiden'.

'Lo peor ya ha pasado', suspira con sosiego Fuad Abu Rumeileh, el padre de la niña, mientras mira hacia atrás, midiendo con cuidado cada una de sus palabras, como si tuviera miedo de convertirse para sus vecinos en agente de una operación publicitaria, en un momento especialmente crispado, en el que israelíes y palestinos son oficialmente enemigos irreconciliables y no caben gestos de reconciliación.

'Nunca pregunté de dónde había salido aquel riñón', explica el padre
'No he podido aún dar las gracias a la familia Jesner; no es posible reunirse'
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Fuad, de 28 años, nunca podrá olvidar los últimos 12 días, desde que los médicos israelíes del hospital de Petah Tikva, en las cercanías de Tel Aviv, le despertaran una noche para informarle por teléfono que había un riñón dispuesto para el trasplante, capaz de salvar la vida de Yasmina. Abandonó el suburbio de Kafr Akab, a las puertas de Ramala, con su hija en brazos, para cruzar con ella a cuestas los controles del Ejército israelí y llegar primero a Jerusalén y después a Tel Aviv, desafiando todas las clausuras militares y los toques de queda.

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'Yasmina estaba enferma del riñón desde hacía dos años y medio', recalca el padre, mientras señala que la niña seguía un tratamiento de diálisis que les obligaba a trasladarse a Jerusalén cada dos días, a pesar de la Intifada, la política de cierres y los controles impuestos sobre su aldea. El tratamiento se había convertido así en un verdadero vía crucis; en ocasiones tenían que viajar con un día de adelanto para asegurarse de ser puntual en sus curas.

Fuad aquella noche no miró hacia atrás; siguió corriendo. Si se hubiera detenido por un instante habría descubierto una columna de tanques, blindados y soldados dirigiéndose al cuartel general de Arafat, en Ramala, donde se iba a iniciar el asedio más intenso y doloroso de la Intifada, casi tanto como la operación de trasplante practicada a su hija.

'Nunca pregunté tampoco de dónde había salido aquel riñón', explica el hombre. Sólo más tarde, a través de la prensa y la televisión israelíes se enteró de que el riñón pertenecía a un muchacho de 19 años, de religión judía, oriundo de Escocia, Yoni Jesner. Había muerto en el atentado suicida perpetrado por un terrorista de Hamás contra un autobús de transporte público en el centro de Tel Aviv, en el que fallecieron otras cinco personas y más de 60 resultaron heridas.

Jesner era hijo de una familia de judíos británicos que en 1984 emigraron a Israel para vivir en la Ciudad Vieja de Jerusalén. El divorcio de sus padres devolvió al muchacho, junto con su madre y tres hermanos, a Escocia, donde se convirtió en líder del movimiento sionista juvenil. Desde hacia un año el muchacho vivía en un asentamiento de Cisjordania, Alon Subt, y estudiaba en un seminario rabínico, donde planeaba permanecer otro año, antes de volver al Reino Unido para cursar la carrera de Medicina.

'No he podido aún dar las gracias a la familia Jesner; no he tenido ocasión de hablar nunca con ellos. Entre otras razones porque el momento y las circunstancias políticas no hacen posible ningún encuentro sereno', añade Fuad, en la semipenumbra de un minúsculo cafetín, propiedad de su familia, herencia de su abuelo, situado en una de las calles comerciales de Jerusalén Este, muy cerca de la calle de Saladino.

El negocio de Fuad Abu Rumeileh, que alterna con la limpieza de suelos, es tan humilde como su propia biografía; estudios primarios en una escuela coránica, de donde salió para ayudar a su padre en la venta de bocadillos ante la puerta de Damasco. Ahora las circunstancias le han convertido paradójicamente en miembro de una minoría, aparentemente privilegiada, a la que los israelíes han dotado de una carta de residencia que les permite continuar trabajando y viviendo en Jerusalén, aunque sea a costa de tener los ojos cerrados y los labios sellados.

'Lo único que me interesa es sacar adelante a mis hijos. Lo que pasa en la calle es culpa de los políticos. Todos somos seres humanos; no hay diferencias', sentencia el padre de Yasmina, encerrado en su mutismo. Inquieto, ha empezado a cerrar el portalón de hierro de su cafetín.

El padre de Yasmina, Fuad Abu Rumeileh, en Ramala.
El padre de Yasmina, Fuad Abu Rumeileh, en Ramala.JULIO DE LA GUARDIA

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