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Obsesión por la aritmética

El Gobierno presenta un Presupuesto voluntarista y abusa de artificios para cuadrar el déficit

Mientras la Comisión Europea daba una prueba de realismo político aplazando el compromiso de déficit cero hasta el año 2006, Cristóbal Montoro, ministro de Hacienda, presentaba unos Presupuestos Generales del Estado para el año 2003 marcados por la ortodoxia del equilibrio presupuestario y la inconsistencia de sus proyecciones económicas.

El único aspecto defendible en el Presupuesto es la nueva rebaja del IRPF, que aliviará los bolsillos de los contribuyentes. Pero, a cambio, ofrece serios motivos de preocupación, tanto por la insuficiente información que ofrece al Parlamento como por la incoherencia interna de la estructura de las decisiones de gasto.

La primera distorsión grave del Presupuesto es el excesivo voluntarismo de la previsión de crecimiento durante 2003. No es verosímil que el PIB crezca a tasas del 3%. El ritmo actual de crecimiento es del 2,2% y el consenso de los economistas considera que apenas se llegará al 2% este año. No es plausible que en los próximos meses cambie sustancialmente la tendencia. Así lo ratifica el Fondo Monetario Internacional (FMI) cuando rebaja las previsiones de crecimiento mundial para el año próximo en tres décimas (del 4% al 3,7%) y las de España en cinco décimas (del 3,2% al 2,7%). El Gobierno pues parece ignorar que se mantiene la tendencia depresiva.

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El equipo económico de Aznar ya se equivocó gravemente el año pasado cuando proyectó para el 2002 una tasa de crecimiento del 2,9% a pesar del shock del 11 de septiembre y de las inequívocas señales de empeoramiento agudo de los mercados que empezaban a manifestarse incluso antes del ataque al WTC.

Las estimaciones de inflación son desconcertantes y muestran el escaso rigor técnico del Presupuesto. El objetivo oficial es el 2% (el del Banco Central Europeo); pero entre sus previsiones macroeconómicas incluye un deflactor del gasto en consumo final de los hogares del 3,1%. El deflactor ofrece una medida aproximada (con una desviación en más o en menos de unas dos décimas) de la inflación que se espera en realidad.

Inconsistencias

Las inconsistencias internas de las cuentas públicas son numerosas y reflejan que en su elaboración apenas se ha tenido en cuenta otro criterio que el de conseguir el resultado final de déficit cero. Basten dos ejemplos: se supone que disminuirá el paro, pero el coste de las prestaciones por desempleo sube el 19,7% el año próximo; las inversiones públicas crecen el 12,9% pero, en un ejercicio de prestidigitación, se incluyen las que teóricamente han sido transformadas en gastos de capital para no generar déficit. Estas inversiones de ida y vuelta demuestran que dan abundantes casos de contabilidad creativa en las Cuentas Públicas que socavan irremediablemente su credibilidad.

El presupuesto de inversión pública es un galimatías del que es difícil extraer demasiadas conclusiones. La literatura oficial presume de que la inversión en infaestructuras crecerá el año próximo el 8,3%, aunque no precisa demasiado los términos de la comparación con el presupuesto anterior; pero lo cierto es que el esfuerzo de inversión sobre el presupuesto total se mantiene en el 2,6%, igual que este año.

Lo mismo cabe decir del peso del gasto en investigación que, a pesar de otra subida nominal prevista del 8,3%, mantiene una importancia relativa en el presupuesto total del 0,9%; y el gasto en educación de 2003 también se ha estancado en el 0,7% del presupuesto total. Es decir, el Gobierno ha renunciado a intensificar el esfuerzo en capital público y humano, que son la garantía de la prosperidad social futura.

En resumen, el presupuesto es una declaración explícita de que el Gobierno ha renunciado a hacer política económica con el gasto público. La obsesión primaria por el déficit le impide además aceptar un debate público abierto sobre cual es la política económica más adecuada en un momento de incertidumbre y estancamiento de la economía. La ortodoxia radical del equipo económico le distancia irremediablemente de las posiciones políticas más razonables y realistas de los gobiernos de Francia o Alemania, dispuestos a manejar la inversión pública como un estímulo de bienestar aunque sea a costa de un aumento del déficit.

Una conclusión plausible es que este Presupuesto ni refleja de la situación real de la economía española ni resuelve los problemas reales de los ciudadanos. Es tan sólo un ejercicio vacío de contabilidad aritmética, al alcance de cualquier colegial.

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