Gestos electoralistas
El Gobierno no debe caer en el error de elevar a categoría el desplante del jefe de la diplomacia marroquí anulando, en el último momento, su cita en Madrid con su homóloga española para discutir una amplia agenda cargada de expectativas. La excusa alegada por Mohamed Benaissa -que un helicóptero militar español habría aterrizado el domingo en Perejil, violando el compromiso sobre el islote alcanzado con la mediación estadounidense- ha sido desmentida formalmente. Defensa ha explicado que la aeronave se limitó a vigilar los movimientos de una patrullera marroquí que se acercaba al peñasco, en cumplimiento de las medidas impuestas tras la crisis de julio. Todo sugiere que el último gesto de Rabat tiene mucho más que ver con las inminentes elecciones generales en el país vecino -la conveniencia de mantener un altavoz reivindicador de presumible efecto popular- que con el supuesto agravio invocado de madrugada por Benaissa.
Dos no discuten si uno no quiere, y el fútil incidente no merece solemnizarse. El propio Benaissa había declarado horas antes de cancelar su visita que la reunión de Madrid pretendía diagnosticar todos los problemas y conflictos de su país con España y profundizar el diálogo. Quizá en este contexto, la abortada cita habría servido para calibrar la relevancia de la 'violación' denunciada por Rabat sobre Perejil, a la que sumó, ayer por la tarde, el anuncio de otro incidente que habría protagonizado una avioneta de la Armada.
Las relaciones entre España y Marruecos, tan importantes para ambos países en tantos ámbitos, están lo suficientemente degradadas, sobre todo desde la retirada del embajador alauí hace casi un año, como para merecer un poco de paciencia. Lo prioritario es restablecer la confianza y la lealtad mutuas. Mientras no se imponga el sentido común y para no fomentar demagogias fáciles, Madrid hará bien en tratar con guante de seda todo lo concerniente a Perejil, sobrevuelos militares incluidos.
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