De pies a cabeza
Impresionante el tono de las instituciones vascas esta semana. Subido. Con toda la adjetivación en superlativo. Y más muestras de lo que técnicamente llamamos estilo enfático que en un manual de escritura creativa. Hay que decir que en esos manuales lo enfático siempre se coloca en la zona oscura; en las secciones dedicadas a los peligros formales; a los enemigos de la belleza; a las piedras en el camino de la eficacia expresiva.
Porque enfatizar es subir el volumen. Y lo estruendoso, además de molesto, es inaudible. En fin, que se percibe la bulla, pero no la letra. A lo sumo se consigue rescatar del ruido una palabra por aquí, otra por allá. Pero son palabras desatadas, sin sintaxis. Palabras como náufragas, sin nave. Sólo tablones: 'querella criminal', emergiendo por ahí, 'nulo de pleno derecho', por allá; 'pie en pared' (sic), 'prevaricación', flotando en la marejada del tumulto, en sus aguas revueltas.
Es lugar común que las aguas revueltas benefician siempre a los que tienen intención de pescar. Y que los partidos políticos lo que pescan son votos. Es decir, nos pescan a nosotros. Nos ponen el cebo y lo mordemos, aun a sabiendas de que siempre contiene una forma de anzuelo, de engaño, de herida. Esa es la pesca convencional y consensuada. Pero hay otras artes de pesca, malas artes, que dinamitan los fondos y en el revoltijo echan la red para llenarla de peces desorientados, aturdidos.
Esa parece la estrategia del Gobierno vasco y de su mayoría parlamentaria: reventar las decisiones de Garzón y en el agua revuelta echar la red. Y desorientar a la sociedad vasca con dobleces -el silencio administrativo que lo mismo vale para una cara que para una cruz. Y con oscurantismo técnico-; ¿qué significa que la Cámara de Vitoria actúe contra el dictamen de sus propios servicios jurídicos? Y también con esa filigrana procesal que nos excluye, que nos condena a la contemplación o a los posicionamientos ciegos.
Porque, ¿está obligada la ciudadanía a tener un master en Derecho Constitucional y Político para entender dónde se refugian y se parapetan sus representantes, desde dónde tiran a dar? ¿Tenemos que conocer al dedillo las leyes de Enjuiciamiento, los reglamentos de las Cámaras para ser arte y parte en la actualidad política, para orientarnos en un periódico o en un telediario? ¿Sabernos de corrido el mapa de la división de poderes para tener derecho -pleno derecho- a formarnos una opinión sobre lo que está pasando? ¿Es ese alarde formal el esquema de la exquisitez democrática, del escrupuloso cobijo del Estado de Derecho?
No lo creo. Es sólo confusión, río revuelto que busca beneficio político, es decir, actuar sin factura; eludir el control ciudadano, su respuesta lúcida. Pero la seguridad y el amparo democráticos se basan en lo contrario, en la claridad y en la transparencia. En la posibilidad de que los aspectos más técnicos del funcionamiento institucional se traduzcan, cuando corresponde, a un lenguaje diáfano, perfectamente inteligible para cualquiera. El señor Ibarretxe tiene asesores que le están explicando, desmontadas, todas las piezas de la maquinaria legal, toda su lógica, todos sus lindes y sus roces. A él, y al resto de los interesados.
Todos ellos saben ya lo que están haciendo: qué es fundamento y qué farol y qué temeridad. Dónde acaba la legitimidad y empieza el desafío institucional inaceptable. Cuántas nueces verdaderas contiene tanto ruido. Pues que se lo expliquen así a la sociedad vasca, deletreadamente. Para que podamos, con esos datos y nuestra cabeza, decidir. Para que no nos alejen con subterfugios técnicos de este momento político esencial. Ni nos condenen, por las mismas, a los planteamientos emotivos, a las adhesiones sentimentales; a la inercia partidista del 'pie en pared': aquí una pared y aquí un pie, y que cada cuál elija su triste papel en el diálogo absurdo y destructor de las patadas.
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