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La obsesión de los Bush

El presidente de EE UU aprovecha el impacto causado por el 11-S para completar el trabajo iniciado por su padre en Irak

Enric González

George W. Bush ha decidido hacer la guerra contra Irak. Ha declarado que la ONU demostrará su insignificancia si no le respalda, ha insinuado que cualquier resistencia del Congreso de EE UU sería antipatriótica y ha conseguido ya el apoyo de Gobiernos como el británico, el español y el italiano. Su objetivo está claro y va mucho más allá de verificar el desarme iraquí: quiere acabar con Sadam Husein y crear un nuevo régimen político de corte occidental. Pero ¿por qué? ¿Representa Irak un peligro tan claro e inminente para el mundo como dice Bush? ¿En qué punto el camino de la guerra antiterrorista se desvió hacia Bagdad?

Gran parte de los estadounidenses no se hacen esas preguntas. Para ellos, desde el 11 de septiembre de 2001, lo que dice el presidente Bush es dogma de fe. Y Bush dice que Sadam Husein almacena armas de destrucción masiva, químicas y bacteriológicas, y que está cercano a disponer de bombas atómicas, para atacar a Estados Unidos. No hay, por tanto, mucho más que hablar. Los principales especialistas de las universidades de Washington comparten, sin embargo, la perplejidad de millones de ciudadanos de todo el mundo.

'¿Por qué Irak? Yo me hago la misma pregunta', admite Nathan Brown, director del programa de estudios sobre Oriente Próximo en la Universidad George Washington. 'No existe una conexión lógica entre Irak, el 11-S y la guerra contra el terrorismo. Cuando el gobierno de George W. Bush ha intentado establecer esa conexión, no ha hecho más que buscar una justificación para unos planes anteriores a los atentados del pasado año'. 'Siempre ha habido personas', sigue Brown, 'que creen que la misión no quedó concluida en la guerra del Golfo, que las tropas del general Schwartzkopf deberían haber ido más allá, y muchas de esas personas están ahora en el Gobierno de Estados Unidos'.

Brown opina que Bush utiliza a favor de sus planes el estado de ánimo creado por la devastación del 11-S: 'Sin esa agresión, y sin la guerra de Afganistán, habría sido extremadamente más difícil para él convencer a los estadounidenses de que hay que invadir Irak'.

La animadversión de Bush hacia el líder iraquí es antigua y familiar. 'Odio a Sadam', declaró el miércoles el ex presidente George Bush a CNN. El actual presidente, como su madre, lamentó en 1991 que su padre siguiera los consejos de su jefe de Estado Mayor, Colin Powell, y de su secretario de Estado, James Baker, y se atuviera durante la guerra a las resoluciones de la ONU: el objetivo era expulsar a los iraquíes de Kuwait, no derribar al Gobierno de Bagdad.

Ya en 1999, en New Hampshire, afirmó que una de sus prioridades si accedía a la Casa Blanca sería 'acabar con el peligro que representa Sadam Husein'. Su tutora de política internacional y hoy asesora de seguridad nacional, Condoleezza Rice, era de la misma opinión. Otros, como el hoy muy belicista vicepresidente Dick Cheney, pensaban otra cosa: como presidente de Holiburton, un consorcio privado que presta servicios al Pentágono, pidió varias veces a finales de los noventa que se levantara, o se suavizara al menos, el embargo contra Irak.

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¿Cuál es exactamente el objetivo de la guerra? Samir Shata, profesor de relaciones internacionales y estudios árabes en la Universidad de Georgetown, piensa que la clave radica en que EE UU se ha convertido en un imperio sin rival en el planeta y que el actual Gobierno de Washington, muy impregnado del pensamiento neoconservador, considera su deber implantar en todos los países el sistema de valores estadounidense. 'El cambio de régimen en Irak', señala, 'no pondrá fin a ninguna amenaza inmediata contra la seguridad, ni en Oriente Próximo ni en ninguna otra parte. Creo que ese objetivo está directamente relacionado con la idea del Gobierno de cambiar todo el equilibrio geopolítico de Oriente Próximo'.

Miriam Rajkumar, directora del proyecto de no proliferación de armas en Oriente Próximo de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, afirma que 'el temor a que Sadam disponga de armas de destrucción masiva es la principal explicación de la acción preventiva' que propugna Bush. Admite que el iraquí es un régimen indeseable, pero subraya los riesgos de una invasión preventiva: 'Eso sentará un precedente, lo cual hace que nos planteemos muchas objeciones'.

George Bush padre y George W. Bush hijo, en el Despacho Oval de la Casa Blanca.
George Bush padre y George W. Bush hijo, en el Despacho Oval de la Casa Blanca.REUTERS

Las amistades peligrosas de Rumsfeld

El secretario de Defensa de EE UU, Donald Rumsfeld, es el más furibundo partidario de la guerra contra Irak. No le importa que no existan pruebas de la acumulación de armas de destrucción masiva. 'La ausencia de pruebas no prueba la ausencia', proclamó el jueves ante una comisión parlamentaria. Y, sin embargo, en otro tiempo Rumsfeld desempeñó una misión crucial para que Husein reforzara su poder en Bagdad y en todo Oriente Próximo.

La actual inquina del secretario de Defensa contra el presidente iraquí quedó reflejada en sus palabras durante los atentados del 11 de septiembre, anotadas por dos de sus ayudantes y conseguidas recientemente por los servicios informativos de la cadena de televisión CBS. A las 14.40 de ese día crucial, cuando la CIA y el FBI empezaron a señalar hacia Al Qaeda y Osama Bin Laden como responsables, ordenó al Ejército que preparara represalias inmediatas. Y pidió, 'mejor información, pronto'. 'Juzgar si es lo bastante buena para golpear contra S. H. [Sadam Husein] al mismo tiempo, no sólo contra U. B. L. [Usama bin Laden, en la grafía utilizada por los asistentes]'.

En otro tiempo, sin embargo, Rumsfeld y el Gobierno de Washington se llevaban bien con Sadam. Los días 19 y 20 de diciembre de 1983, el hoy secretario de Defensa fue enviado a Bagdad por el presidente Ronald Reagan para 'establecer una buena relación que permita resolver los problemas de Oriente Próximo'. Días después se supo que había trasladado a Husein un mensaje mucho más concreto e importante: Reagan no quería que Irán venciera a Irak en aquella guerra, y ofrecía al dictador de Bagdad imágenes por satélite de las posiciones iraníes, helicópteros de combate y, según afirma esta semana la revista Newsweek, 'bacterias y protozoos' para desarrollar armas bacteriológicas, ántrax incluido. La oferta fue aceptada y cumplida.

George W. Bush y Donald Rumsfeld aportan hoy como prueba de la brutalidad de Sadam que en esa guerra utilizó armas químicas (gas mostaza con agentes nerviosos) contra las tropas iraníes. Entonces, la noticia suscitó un comentario muy prudente por parte de Jeane Kirkpatrick, embajadora estadounidense ante la ONU: 'El uso de armas químicas es un asunto muy serio'. Eso fue todo.

En 1987, cuando un misil iraquí alcanzó el destructor estadounidense Stark y mató a 37 miembros de la tripulación, la Casa Blanca consideró que se trataba de 'un error sin mala intención'. El dictador seguía siendo amigo. En 1988, Sadam gaseó a la población iraquí de etnia kurda con un cóctel de armas químicas, lanzado desde helicópteros vendidos por EE UU. El gobierno de Reagan culpó inmediatamente a Irán. Hasta que la oposición demócrata no presentó pruebas irrefutables, la Casa Blanca no rectificó y admitió que el responsable había sido Sadam.

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