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Tribuna:
Tribuna
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Sobre la guerra y el terrorismo

I. Reconozco que no soy un pacifista, si por tal se entiende aquel que en ninguna circunstancia admite el uso de la fuerza armada. Creo, por el contrario, que en determinadas situaciones el uso de la fuerza está justificado, por ejemplo, contra la tiranía o contra amenazas ciertas de carácter totalitario o ante invasiones de unos países por otros con la pretensión de dominarlos. No obstante, observo que en la actualidad no es el pacifismo -que respeto, aunque no comparta- el que tiene el viento a favor, sino el pensamiento belicista, es decir, aquel que ante las mismas circunstancias entiende que la primera y mejor acción que se debe emprender es la bélica, sin importarle un adarme las consecuencias de la misma. Resulta escandaloso, por lo tanto, que se hable en la actualidad con tanta ligereza de la guerra como si ésta fuese una acción política más y no la tragedia más espantosa que uno pueda imaginar, de tal suerte que sólo debe desencadenarse ante situaciones límite, con agotamiento de todos los medios pacíficos y en legítima defensa. Nada de lo anterior se está teniendo en cuenta en el caso de Irak. Probablemente porque en estas guerras la potencia hegemónica ataca con total impunidad, las víctimas se producen siempre del otro lado y, además, tampoco se cuantifican ni aparecen ante el público.

II. Esta actitud belicista se ha entronizado como doctrina con la Administración de Bush en EE UU, con Sharon en Israel, y ha impregnado a ciertos acólitos europeos como Aznar, Berlusconi o Blair, que siguen los dictados del imperio sin el mínimo criterio independiente. Bush ha declarado que, a poco de producirse el 11 de septiembre, acudió a la zona cero de Mannhatan para consolar a los familiares de las víctimas de aquel espantoso crimen y éstas le pidieron 'sangre'. Entonces comprendió y decidió declarar la guerra total al terrorismo.

Pero, en realidad, ¿a quién ha declarado la guerra? Porque el Terrorismo, tal como lo presentan el presidente estadounidense y otros, no existe. Lo que sí subsisten son múltiples fenómenos terroristas en diferentes partes del planeta que obedecen a causas distintas, con historias diferentes y que, en la mayoría de los casos, no tienen nada que ver unos con otros. No es lo mismo Al Qaeda que la guerrilla colombiana; ETA, que el ejército 'moro' de Filipinas; las acciones de Hamás, que los actos terroristas en Chechenia, Argelia o Cachemira. No existe un centro mundial del terrorismo que coordine todos estos foros de violencia. Por ejemplo, la Administración de Bush tendría que explicar cómo se compadece su guerra total al terrorismo con su alianza con la dictadura paquistaní del general Musharraf, que, como todo el mundo sabe, es más que condescendiente con los terroristas de Cachemira, lo que ha estado a punto de provocar una guerra -en este caso sí que con armas nucleares- entre India y Pakistán. Se puede sostener que todos los terrorismos (actos de violencia indiscriminada e injustificada con el fin de producir terror en la ciudadanía) son nefastos. Pero es de todo punto equivocado concluir de lo anterior que todo terrorismo exige el mismo tratamiento. Si deseamos, de verdad, ir desactivando los diferentes foros de violencia en el mundo, distingamos bien cada caso, analicemos con exactitud las causas y apliquemos remedios adecuados. Es evidente, por ejemplo, que una solución equitativa al contencioso Israel-Palestina resolvería algunos focos de violencia terrorista. Un más justo reparto de la riqueza a nivel mundial también contribuiría a lo mismo. No distinguir los diferentes supuestos, meterlo todo en el mismo saco, no sólo aleja la solución de los problemas, sino que genera nuevos escenarios de terrorismo allí donde no los había.

III. El drama es que al actual Gobierno de EE UU no le interesan estas matizaciones, porque donde no aparece una amenaza global no se justifica un poder mundial. Para justificar el rearme, el recorte de libertades o la intervención allí donde se crea oportuno tiene que existir una amenaza de naturaleza mundial -similar a la que significó el comunismo en el pasado- y no amenazas parciales, aisladas, cada una de su padre y de su madre, cuyo tratamiento no es precisamente 'la guerra' con barcos, aviones, misiles, etcétera. La manipulación y la pirueta se ha visto con claridad en el caso de Irak -como ya antes en el de Afganistán-. Como no se puede bombardear o invadir al 'terrorismo mundial', pues carece de un territorio concreto, se seleccionan algunos países débiles, desafectos y, si es posible, con petróleo, y se les declara el 'eje del mal' o los representantes de ese supuesto terrorismo global. A partir de ahí todo está admitido. Ahora bien, ¿qué tiene que ver Al Qaeda con el régimen dictatorial pero laico de Irak o Corea del Norte? Ahora la amenaza para la humanidad es Sadam Husein, dictador de un país que vive en la miseria -debido al bloqueo-, empaquetado entre dos zonas de exclusión que son bombardeadas sistemáticamente por la aviación anglo-americana y que como gran argumento se nos dice -sin pruebas de ningún tipo- que puede llegar a tener el arma atómica u otras de destrucción masiva, o que hay una conexión iraquí de Al Qaeda, como si fuésemos retrasados mentales. Es cierto que Husein es un dictador -nefasto sobre todo para su pueblo-, pero dictaduras hay muchas y no por eso se bombardean e invaden los países que las soportan. Husein no cumple las resoluciones de Naciones Unidad y debe cumplirlas, pero tampoco las respeta Israel desde hace décadas o Marruecos en el caso del Sáhara y no por eso se les ataca, sino que son fieles aliados. Cuando la legalidad no es igual para todos se convierte en arbitrariedad y pierde legitimidad. Claro que sería positivo acabar con el régimen de Sadam, pero no por medio de una guerra devastadora de incierto resultado y con miles de muertos inocentes. Hay que presionar desde todos los ángulos a ese régimen y, sobre todo, hay que contribuir a que surja una alternativa democrática al mismo, que responda a los intereses del pueblo de Irak. Porque sin duda se puede invadir Irak, derribar a Sadam, y luego, ¿qué?, ¿otro Gobierno títere, inestable y que sólo sirva para fomentar nuevos terrorismos?

IV. Para la UE esta guerra puede ser desastrosa. Por lo menos a corto plazo dificultaría la recuperación económica por el aumento del precio del petróleo; desestabilizaría aún más su frontera sur; dividiría a los gobiernos de la Unión en un momento clave en el proceso de la construcción política de Europa. Hay que ser conscientes de que no siempre los intereses estadounidenses coinciden con los de la UE. El mundo islámico no es frontera de EE UU; en este país no viven decenas de millones de inmigrantes árabes: el 'keynesianismo bélico' que practica Bush puede aliviar de momento la economía de EE UU, pero perjudica la europea. Aunque cabría interrogarse con fundamento si un ataque a Irak realmente beneficia al pueblo estadounidense o sólo a los grupos económicos que apoyaron a Bush -petroleras, armamentos, etcétera- Me inclino a pensar que lo que pretenden Bush-Cheney y compañía es controlar, mediante un Gobierno amigo, el petróleo iraquí. Es obscena la propuesta que se ha hecho a los aliados vacilantes de repartir el botín petrolero. Mas, ¿qué saca Europa de todo esto? Sólo mayores amenazas para el futuro, gastos en la reconstrucción de Irak, pues suele ser Europa la encargada de este menester, y una debilidad aún mayor ante el coloso americano. Ante esta situación, los europeos tenemos que reaccionar. Los partidos de izquierda, los sindicatos, los intelectuales tienen que oponerse con firmeza a este belicismo que sólo conduce al rearme, al sacrificio de la ayuda al desarrollo, al recorte de libertades civiles en aras de una supuesta seguridad, como si la libertad y la seguridad fuesen separables, al deterioro de las condiciones sociales y a una involución de la cultura ante el avance de la 'estupidez única' del que no está conmigo está contra mí y además es un traidor. El interés de Europa está en una ayuda sostenida al mundo árabe para que se desarrolle y se democratice y no en echar petróleo en un incendio que nos puede costar muy caro en todos los sentidos.

Nicolás Sartorius es abogado y vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.

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