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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cuentas y confianza

El vicepresidente segundo y ministro de Economía, Rodrigo Rato, presentó ayer el Libro Blanco sobre la contabilidad, elaborado por una comisión de expertos, que contiene las líneas maestras que seguirá el Ejecutivo para armonizar y modernizar las normas contables de las empresas españolas.

Se trata de un asunto especialmente grave y urgente para los Gobiernos de los países industrializados, en un momento en el que tanto los mercados financieros como los pequeños ahorradores desconfían de la imagen que las empresas presentan de sí mismas, tras los escándalos de Enron o WorldCom en Estados Unidos y el subsiguiente agravamiento de la crisis bursátil en todo el mundo. El Libro Blanco puede y debe considerarse una más dentro de las recientes iniciativas hacia un buen gobierno de las sociedades cotizadas: la Comisión para la Transparencia de los Mercados, la nueva ley financiera, todavía pendiente, otras reformas en la legislación societaria, etcétera. Pero también constituye un elemento añadido a la actual maraña legislativa, lo que no contribuye a la transparencia de todo el sistema.

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En principio, el Libro Blanco se plantea como una revisión de la situación actual de la contabilidad en España y formula unas propuestas de reforma en base a la decisión previamente adoptada en la Unión Europea de que las sociedades cotizadas se adapten a las normas contables internacionales y proporcionen unas únicas cuentas para todo el mundo. Estas normas entrarán en vigor el 1 de enero de 2005. Se responde así a la realidad de unos mercados bursátiles globalizados, con lo que se evitarán casos como el de Telefónica, que informa de resultados muy distintos, pues las exigencias de cálculo difieren, en Nueva York o en España.

Las normas contables internacionales se apoyan en el concepto de valor razonable, que, en general, tiende a ser un valor de mercado o una aproximación a éste, lo que supone un importante cambio respecto al criterio tradicional del coste histórico y ha de tener consecuencias importantes sobre el cálculo de los resultados de las empresas, aumentando, en principio, la volatilidad de los mismos.

Evidentemente, la necesidad de esta reforma ha quedado reforzada por las crisis contables de importantes empresas estadounidenses y la subsiguiente desconfianza de los inversores en las contabilidades. Por todo ello, el Libro Blanco se pronuncia por reforzar los controles sobre la contabilidad de las empresas, tanto a priori (plan de cuentas, reglas de valoración, etcétera), como a posteriori (auditorías). Hay que considerar que unos resultados más volátiles aumentan la tentación de enmascararlos en épocas negativas.

Una cuestión importante es el tratamiento de las pequeñas y medianas empresas, porque si bien es cierto que todas las empresas deberían estar sometidas, en principio, a las mismas normas contables, también lo es que los costes de cualquier reforma serán, en proporción, mucho mayores para las pymes, lo que, junto al importante papel de estas empresas en la creación de riqueza y empleo, justifica un tratamiento más laxo para las mismas.

Rato descartó ayer la posibilidad de adelantar la entrada en vigor de las nuevas normas, prevista para el 1 de enero de 2005. Se trata de una decisión comprensible, puesto que las empresas necesitan tiempo para adaptarse a nuevas normativas y a reglas distintas, y ya en 2004 las cuentas deberán formularse por los dos sistemas. Pero también cuesta comprender el verdadero valor del Libro Blanco presentado ayer cuando es urgente que los inversores recuperen la confianza en las cuentas de las empresas, más allá de la permanente utilización propagandística que el Gobierno hace de sus iniciativas.

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