_
_
_
_
Tribuna:DEBATE | Cara y cruz del 11 de septiembre
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Todo es diferente

Lo olvidaremos. Hace mucho que los investigadores saben que los recuerdos de los acontecimientos que hacen época se van desdibujando con el tiempo. Los expertos tienen un nombre para este fenómeno: memoria de lámpara de flash. A medida que va pasando el tiempo, la cronología se va enredando, hurgamos en los detalles y reimaginamos el pasado para hacerlo más coherente, para darle más sentido, para hacerlo más soportable. Un nuevo estudio realizado por la Universidad de Illinois en Chicago de una gran muestra de personas de todo el país ha llegado a la conclusión de que ya hemos olvidado algunas cosas del 11-S. ¿Cuál de las torres cayó primero? ¿El Pentágono fue atacado después de las dos torres? Olvidamos. Confundimos.

Pero, naturalmente, sabemos que este tipo de recuerdo no es el más importante. Algunos acontecimientos se sueldan a nuestra conciencia con tal intensidad que cambian para siempre nuestra forma de ver el mundo. Los detalles apenas tienen importancia. Lo que importa es el cambio en sí mismo.

La mayoría de nosotros sabemos que no hay forma de seguir después del 11 de septiembre, que ésta fue una tragedia aleatoria para la cual el dolor sea un bálsamo que actúa lentamente. Fue una masacre: un asesinato premeditado de civiles a manos de hombres poseídos por una ideología teocrática. Fue una invasión; la violación del suelo estadounidense soberano, la aniquilación de un monumento visible al éxito, la energía y la civilización estadounidenses. Fue un crimen; el aire de una ciudad grande y libre se llenó del polvo irradiado de vidas humanas inocentes. Fue una declaración; que el Islam radical pretende atacar y destruir los principios de la Ilustración en los que se apoya el experimento estadounidense: la libertad de religión, de conciencia, la tolerancia y el laicismo. Por lo tanto, la respuesta apropiada no es el dolor, ni los recuerdos, ni la tristeza, ni la reflexión, aunque todo esto tiene su lugar. La respuesta apropiada es la ira.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Porque, aparte de todo lo demás, el 11-S fue una declaración de guerra. La fuerza totalitaria del Islam fundamentalista radical, como las fuerzas del nazismo y del comunismo que le precedieron, no ha desaparecido. Lo arrancamos brevemente de raíz de su guarida más importante en Afganistán, pero ni siquiera allí se ha extinguido. Arabia Saudí, principal exportadora de esta ideología asesina, sigue protegida por Occidente. Actualmente, Sadam Husein se esfuerza en fabricar armas de destrucción masiva que sus aliados de la red terrorista islamista estarían encantados en utilizar sobre suelo estadounidense. Los terroristas suicidas no han cejado en su intento de destruir el Estado democrático de Israel. El antisemitismo, que ahora como en el pasado es la médula de la mente totalitaria, se ha metastatizado como un cáncer por todo Oriente Próximo y ha vuelto a su antiguo hogar en Europa. Los hombres y mujeres cultos que encuentran hasta el más mínimo fallo en las sociedades occidentales democráticas rivalizan para demostrar su labia y aportar racionalizaciones desesperadas para los asesinatos del 11-S: el arrogante poder mundial estadounidense tenía que recibir su merecido.

Pero, gracias a todo esto, sabemos lo que aquel día nos enseñó. Nos enseñó que somos profundamente vulnerables ante una fuerza destructiva que en ciertos sentidos es incluso más peligrosa que los dos últimos poderes totalitarios que hicieron que se recurriera a los estadounidenses para derrotarlos. Este enemigo se niega a luchar con honor, se esconde y desaparece, y reaparece cuando puede servir a sus propósitos: pronto podría tener acceso a unas armas con las que Hitler y Stalin sólo pudieron soñar. Pero no se le puede derrotar de la misma forma que se venció a la Alemania nazi y a la Rusia comunista, porque se parece más a un virus, infectando y capturando Estados nacionales como Afganistán, y pasando a otros. Por eso, tendremos que actuar para adelantarnos esta vez, en Irak y en el resto del mundo, o será demasiado tarde.

Creo que, a pesar de la vuelta a la normalidad superficial, los estadounidenses han cambiado. La ilusión de aislamiento ha quedado destrozada. ¿Cómo puede EE UU optar por alejarse del mundo cuando el mundo se niega a dejarle en paz? La ilusión de pacificación ha sido destruida. ¿Nos creemos que mimando a regímenes como Irak, Siria, Irán o Arabia Saudí contribuiremos a deshacer el mal que se oculta en sus sociedades? La ilusión de la excepcionalidad estadounidense se ha hecho añicos. El sueño de este continente terminó aquel día. Toda una generación crecerá teniendo esto como su experiencia más formativa; una generación joven que sabe que hay un bien y un mal, y que la neutralidad ya no es una opción.

Andrew Sullivan es periodista y escritor británico-estadounidense. © Time.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_