La cabra
Las estatuas de Madrid reciben tratamiento vejatorio por parte de ciudadanos de diversa calaña. El año pasado se constataron, oficialmente, 389 agresiones a grupos escultóricos, lo que supuso millón y medio de euros en restauraciones. El Ayuntamiento ha decidido perseguir a los iconoclastas. Hay un teléfono gratuito durante las 24 horas (900 503 340) para informar sobre incidencias asilvestradas en los 1.851 monumentos de la capital. El más reciente atentado tuvo lugar en el monumento a la Fauna Ibérica de Arturo Soria, con el resultado de una cabra seriamente perjudicada y sin cuernos, además de cuantiosos desperfectos en el conjunto. Eso por no hablar de las periódicas avalanchas sobre Cibeles, por pelotas.
Muy diversas razones y circunstancias impulsan al ser humano a ensañarse con las estatuas, desde la religión a la política, pasando por la gamberrada o la vesania. La cosa viene de muy lejos. Los iconoclastas eran legión en el primer siglo de nuestra era. A pesar de todo, parece que la gente en Madrid no maltrata a las efigies por motivos ideológicos, sino por inmensas borracheras, acompañadas normalmente de nocturnidad y alevosa compañía.
El vandalismo etílico no es patrimonio de los botelloneros; también les tienta a ciudadanos respetables en pleno delirio. Otro caso es el de la estatua ecuestre de Franco en la plaza de San Juan de la Cruz, seguramente una de las efigies que soporta durante todo el año más exabruptos de palabra y de hecho. Y sin embargo, ahí sigue ella, como si tal cosa, cabalgando imperturbable (todas las estatuas tienen la cara muy dura). También reciben lo suyo, según datos del Ayuntamiento, el Oso y el Madroño, Calvo Sotelo, la Constitución, el conjunto de Alfonso XII del Retiro (el monumento más grandioso de Madrid), Daoiz y Velarde. Es curioso constatar que el Ángel Caído, tan a mano, no haya sido objeto de vilipendio; la gente no se fía un pelo del demonio.
Hay estetas que adornan estatuas por placer plástico o humorístico. Pero nunca se debiera ofender así a una cabra.
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