_
_
_
_
LA COLUMNA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El precio de la ruptura de la tregua

Josep Ramoneda

LA RUPTURA de una tregua tiene siempre altos costes para quien regresa a las armas. ETA y Batasuna los están pagando ahora. Desde que se abrió el proceso de ilegalización de Batasuna, resulta llamativa la soledad de sus líderes. Se había alertado, desde diversas posiciones, del riesgo de que la ilegalización produjera una oleada de solidaridades con Batasuna que la convirtiera en tabla de salvación para una coalición que no está en sus mejores momentos. La propia Batasuna había apelado a la sociedad vasca en su defensa. En la práctica, nada. La respuesta ciudadana al cierre, ordenado por Garzón, de los locales de Batasuna ha sido mínima. Este verano -presidido en los medios por el debate sobre la ilegalización- ha sido uno de los más tranquilos en Euskadi en agitación y violencia callejera. ¿Que ETA matará? Sin duda, cuando pueda. Lo habría hecho igual sin el proceso de ilegalización en marcha. Pero la anunciada reacción solidaria de una parte de la sociedad vasca no se ha visto por ningún lado.

¿Por qué? La gente se lo piensa mucho antes de solidarizarse con el culpable. Y en el País Vasco, por mucho que se mire a otra parte, se sabe perfectamente quién es el culpable. Es la paradoja de las encuestas: hay una mayoría que no es partidaria de la ilegalización, pero una mayoría todavía mayor que está convencida de que ETA y Batasuna son la misma cosa. Lo cual no es un estímulo para la solidaridad. Pero, sobre todo, la soledad del núcleo duro aberzale tiene que ver con la ruptura de la tregua, que es el acontecimiento determinante de todo lo que ha venido después, incluido el proceso de ilegalización.

La ruptura de la tregua fue una gran frustración. La ciudadanía, que de pronto se encontró viviendo sin la pesadilla de la violencia, con el paso de los días fue creyendo, consciente o inconscientemente, que la situación era irreversible. La cobardía y sumisión de Otegui y compañía, incapaces de imponer a ETA la continuidad de la tregua, no ha dejado de pasarles factura. La espectacular caída de su voto en las elecciones autonómicas sólo fue el preludio. Siguieron las primeras escisiones, la perdida de la iniciativa política y la desmovilización del entorno.

Tradicionalmente, Batasuna había demostrado una notable capacidad de dribling de los obstáculos legales y de adecuación a las circunstancias. Esta vez les pilla tan desfondados que el muro que se las ha puesto delante se antoja demasiado alto. Los ataques frontales al PNV son una muestra de la pérdida de cintura de los batasunos: ¿el colaboracionista tiene que solidarizarse con ellos?

En este contexto, puede resultar sorprendente que EA -socio del Gobierno vasco- convoque una manifestación que es el primer gesto solidario que le llega a Batasuna desde fuera. En un momento en que a un Garzón acelerado se le ha ido la mano, atribuyéndose una capacidad de prohibir manifestaciones que no tiene, que alguien demuestre con los hechos que el derecho de manifestación sigue vigente me parece una aportación de agradecer. Porque en la dinámica del proceso de ilegalización el riesgo de que se produzca algún derrapaje antidemocrático es grande. Pero, dicho esto, no me parece que a la convocatoria de EA haya que acordarle otra significación que el oportunismo partidario del partido pequeño que, pensando en los votos que quedan vacantes, se permite la licencia que el grande (el PNV) no puede tomarse.

Da la sensación que el Gobierno de Vitoria siente cierto vértigo. El proceso soberanista queda bloqueado en un momento en que la iniciativa ha pasado a la otra parte. Y las ventajas electorales que el PNV saque de esta situación no forzosamente mejoran su posición política. De ahí que se pueda estar dibujando otra paradoja en el País Vasco: que la ilegalización a la que el PNV es contrario tenga como efecto inesperado un cierto reencuentro entre los partidos democráticos. La legalidad -de la que el PNV debe ser garante en el País Vasco- podría ser el punto de partida para la reanudación del vínculo democrático entre Madrid y Vitoria. Algún día tiene que imponerse el principio de realidad que dice que no hay mayoría alternativa, pero tampoco hay mayoría soberanista suficiente. Un país no puede negar la realidad eternamente, si no quiere quedar atrapado en el juego de las mentiras. Y se llevan muchos años así. De momento, se vuelve a hablar de Ajuria Enea, lo que no ocurría desde antes de la tregua.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_