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VISTO / OÍDO
Columna
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El imperio no sonríe

Este imperio llamado ahora globalización no sonríe. Ninguno lo ha hecho: no he visto retratos de Carlos V ni bustos de Tiberio con la carcajada abierta. Hace un par de años aún sonreía con Clinton, y mucho con Kennedy. Ahora no finge: ni en Johanesburgo ni en la ONU, ni en sus comparecencias: es adusto y negativo. Los demás fingimos que queremos salvar la Tierra: sí, pero sólo para nosotros, y tenemos que desparasitarla de los pobres. Es cierto que el imperio tiene una parte lúdica considerable que a todos nos hace súbditos: podemos maldecir su política guerrera -cuando iba a nuestro favor con Roosevelt, que sí sonreía, la agradecíamos- y aceptar la subditoría -con perdón- a nuestra manera. Antes aceptamos a moros y romanos y les debemos puentes, riegos y calzadas, canciones y los ingredientes de la olla lingüística. Como la de la cocina, a la que los conversos añadieron carne de cerdo para demostrar su oportuno y elogiable reniego: ¡qué rica! Todavía en las puertas de los pueblos se ven jamones y chorizos colgando: dicen que para airearlos, y fingen que el aire puro de ciertas sierras los hace insuperables. Es falso: en la bodega salen mejor. El que tiene que estar en la sierra y comiendo puro es el cerdo, con perdón.

El imperio nos aporta un idioma seco y bárbaro, que también adquirió su belleza con el latín en Inglaterra y el castellano en Estados Unidos: lo rechazamos ferozmente, fingiendo que no somos capaces de aprenderlo, pero poniendo sus letreros en las camisetas, bailando y gritando y amando con él. Todavía cualquiera puede comprobar en salitas de algunas capitales españolas que el cine sigue siendo europeo, después de un siglo de invasión y portentosa maquinaria y compra de talentos, pero que está marginado. La risa viene de Frasier y Seinfeld, la picardía de Sexo en Nueva York, y el aprendizaje. Sí, pero cuando el imperio trabaja en serio no sonríe ni perdona. Ni renuncia. Si los cambios de clima perjudican más a los pobres que a los ricos, es como lo demás: la universidad, el ordenador, las cárceles y los jueces siempre perjudican más a los pobres.

Doctrina básica del capitalismo y del imperio: el pobre no compite, es vago. Prefiere no trabajar. Allá él.

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