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ORIENTE MEDIO
Columna
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Mucho palo y ninguna zanahoria para los árabes

Es poco habitual que el mundo árabe hable con una sola voz y de un modo claro. Pues bien, ésta es una de esas raras ocasiones en que las que sólo los malintencionados pueden decir que su mensaje es confuso, ambiguo, cacofónico o inescrutable. George W. Bush y sus halcones, empecinados en malgastar el capital de simpatía internacional hacia Estados Unidos que generó el 11-S, han conseguido lo casi milagroso: la práctica unanimidad de los países árabes en su rechazo a la guerra que la Casa Blanca prepara contra Irak, y la coincidencia en ese rechazo de los gobernantes, los opositores, demócratas o islamistas, y las masas populares. Desde Marruecos hasta Qatar esa guerra anunciada es vista como injustificada, abusiva y, contrastándola con lo que Israel les está haciendo a los palestinos, prueba escandalosa de doble rasero.

Empezando por los más amigos de Washington, los árabes señalan que Bush se puede meter en un lío y, de paso, complicarle aún más la vida al resto del planeta, si se empeña en acabar, precisamente ahora, el trabajo emprendido por su padre. Hosni Mubarak lo ha explicado de forma que hasta un ranchero tejano pueda comprenderlo: 'Si EE UU ataca a Irak y mata a iraquíes mientras Israel sigue matando palestinos, ningún líder árabe será capaz de controlar la explosión de ira de las masas'.

Eso no es grave, las manifestaciones pueden y deben ser reprimidas con fuerza por regímenes amigos como los de Marruecos, Egipto, Túnez o Arabia Saudí, le dicen a Bush los halcones de Washington. Es éste el tipo de visión miope que ha convertido en un desastre la política norteamericana para el mundo árabe y musulmán, ha hecho tan impopular a la superpotencia en ese universo y ha creado monstruos como Bin Laden y sucesos como el 11-S. Antes de los atentados, EE UU ya era odiado políticamente por decenas de millones de árabes; después, a causa del apoyo de Bush a Ariel Sharon, ese odio es aún más amplio y más profundo.

El que decida ahora que el siguiente objetivo de su máquina bélica es Irak incrementa en el mundo árabe el sentimiento de que EE UU es un imperio injusto. Washington no ha podido establecer ningún vínculo entre Bagdad y Bin Laden; Sadam Husein no es percibido como una amenaza ni tan siquiera por los temerosos países del Golfo, y los sufrimientos de los niños iraquíes despiertan mucho dolor entre los árabes. Así que lo que Mubarak está diciendo es que las protestas callejeras que provocaría una guerra contra Irak pueden ser ahogadas a palos y tiros, pero luego, en años sucesivos, vendrán golpes de Estado y revoluciones, y, además, aumentará el número de reclutas potenciales de Bin Laden o, si Bush acaba con él, sus sucesores. En su campaña contra el terrorismo islamista, Bush sólo esgrime el palo ante los árabes, pero éstos siguen deseando que también ofrezca la zanahoria de una paz justa en Oriente Próximo y de la democracia y el desarrollo económico en sus países.

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