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PATRIMONIO NATURAL

Raíces de aceite

Antonio Rodríguez extiende el brazo, toma una rama, pellizca las hojas y fantasea: '¿Cuántos dueños habrá conocido este arbolillo?'. Lo que él, con una mezcla de sorna y afecto, llama 'arbolillo', es un gigante de tronco rugoso y asimétrico, un olivo milenario que en su pacífica vejez sigue empeñado en dar frutos verdes y brillantes. Vive en el Cortijo Los Cerveras, en la aldea de Brácana, en el municipio de Almedinilla, al sur de Córdoba, dentro de la denominación de origen Priego de Córdoba. Y pertenece a la familia Rodríguez Jiménez, que lo muestra con orgullo.

'Mi tatarabuelo', recuerda Fermín, uno de los hijos de Antonio, 'decía que el olivo gordo ya no crecía, que estaba siempre lo mismo de grande'. Cinco generaciones después, el árbol sigue recio e imperturbable. 'No es el único', advierte Antonio. 'Alrededor hay tres o cuatro que deben de ser de su misma quinta. Dicen que en los tiempos aquellos, los romanos los solían plantar al lado de las casas'. A lo mejor, parece decirse, los romanos tenían un cortijo aquí, como nosotros.

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La arqueología no desmiente este pensamiento suyo. El Museo Histórico de Almedinilla, a pocos kilómetros de la casa de los Rodríguez Jiménez, contiene pruebas irrefutables de que los romanos, en el siglo I, y los íberos, aún antes, hacia el año 500 antes de Cristo, cultivaban olivos con éxito en estas mismas lomas.

En las necrópolis de Almedinilla han aparecido jarras funerarias que se depositaban, llenas del aceite de oliva con que se había ungido el cuerpo del difunto, junto a su cabeza, en su lugar de descanso. Se han hallado, además, vasijas, lucernas (unas lámparas muy delicadas que se alimentaban con aceite), ungüentarios (que contuvieron cosméticos hechos, por supuesto, con aceite)... Y la factoría oleícola romana más importante de la Península Ibérica, la almazara de Fuente Tójar, con sus seis prensas, está muy cerca.

'El olivo gordo tiene mucho valor'. Antonio Rodríguez regresa al presente en un segundo. Su hijo asiente. 'Hay empresas que se dedican a llevárselos. Quieren árboles singulares y pagan por ellos más de 600 euros. Vienen con una grúa, los meten en un trailer y los plantan en el norte o en la costa, en las plazas de los ayuntamientos', relata.

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¿Estarían dispuestos a vender el suyo? 'Yo, personalmente, no lo haría', responde Fermín, sin dudarlo. Antonio, más pausadamente, como es propio de sus 72 años, contesta: 'Bueno, yo lo consultaría con la familia, no sé qué haríamos; debe costar mucho dinero, pero claro, si se lo llevan...'. Baja la voz y no termina la frase.

'Es un manzanillo gordo', explica Fermín con tranquila reverencia. 'Su aceituna tiene un sabor dulce, amanzanado, afrutado, con un toque de picor al final'. Se sabe de memoria sus virtudes, porque la emplea año tras año para elaborar un aceite, Señorío de Vizcántar, que ha recibido ya media docena de premios nacionales e internacionales. Parte del mérito corresponde, pues, al olivo gordo. Al que, con un poco de suerte, no le tocará acostumbrarse a dueños (ni a paisajes) nuevos.

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