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Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

La deuda de Tindaya

Gracias a la colaboración de mi padre con Eduardo Chillida pude disfrutar, en varias ocasiones, de los procesos creativos y de las inevitables luchas que tuvo con motivo de sus esculturas públicas, sobre todo las realizadas en hormigón. Con su muerte no sólo perdemos a una persona muy querida, sino a nuestro referente para enfrentarnos con dignidad a los incesantes desafíos de la vida. Estar con Eduardo era sentir un espíritu que te amparaba, como lo hacen sus esculturas y sus espacios. Un amparo como ejemplo personal y de entrega artística que te permitía buscar ser lo que tú quisieras ser. Este espíritu generoso, ilusionado con la construcción de lugares puros, en los que intuíamos que nos sentiríamos plenamente hermanados con el universo, lo transmitía con facilidad a su alrededor, creando un magnético entusiasmo tanto en los ingenieros como en los peones. Te ayudaba a atreverte a soñar y a luchar por los sueños. A ver el sol y la luna desde dentro de una montaña volcada al horizonte y al mar.

A mi padre siempre le maravilló su incesante búsqueda de sueños y su facilidad para encontrar lugares mágicos donde enraizar sus esculturas, como en la montaña de Tindaya, en cuyo proyecto he tenido la suerte de colaborar. Es un espacio que Chillida ofrecía espléndido, valiente y abierto de espíritu, solidario de todo lo humano, sensible a todo lo que gravita alrededor suyo.

Las ideas de Chillida me permiten imaginar dos caminos que tarde o temprano se andarán: uno es la integración entre arte y técnica, cuya disociación en el trabajo tanta alienación produce hoy. Otro es la posibilidad de crear interviniendo en la naturaleza, escuchándola, dotándola de valores y sentido. Y es que hay muy pocos ejemplos como los de Chillida, que podamos exponer al futuro sobre cómo trabajar en nuestros paisajes, haciendo que nuestras obras entren en armonía con nuestro medio ambiente, y que nos permitan convivir y rescatar un patrimonio natural que es cada vez más escaso y degradado.

Con Chillida, Canarias ha contraído una gran deuda. Será, si no se remedia, una deuda que pese gravemente durante mucho tiempo. Una deuda que, como las grandes oportunidades perdidas en España, se agrandará con los años, en paralelo al gigante del arte que se nos va. No sólo usaron su nombre en una turbia operación oficial alrededor de la financiación de la obra, sino que con la ralentización durante años del proyecto de la montaña de Tindaya pueden dejar escapar un símbolo de la unión entre técnica y espíritu, entrelazados en un espacio de contemplación. Tindaya es un proyecto universal porque, aunque proviene del alma de un solo individuo, plantea sueños que pertenecen a toda la humanidad, expresa el fondo común de lo humano que es eterno.

Lorenzo Fernández-Ordóñez es arquitecto.

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