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SENDEROS DE GLORIA
Columna
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Hacedme caso y escribid ahora mismo este anagrama en la arena húmeda de la playa. Os aseguro que vale la pena, que las palabras que contiene no son baladies, y que si acertáis a descifrarlo disfrutareis de un momento de gloria. De no conseguir resolverlo, tampoco tiene importancia, ni el mismo Johannes Kepler lo descifró.

El pobre Kepler tuvo que soportar a lo largo de su vida ésta y muchas otras pruebas, de su maestro Tycho Brahe y de su alocado amigo Galileo. El excéntrico y algo tirano Brahe construyó un gran centro astronómico en la isla danesa de Hven -al que llamó Uraninburgo, la ciudad de los cielos-, y desde allí realizó sus fantásticos cálculos sobre los movimientos celestes. Brahe había perdido parte del tabique nasal en un duelo con otro matemático (por motivos exclusivamente algorítmicos), y el brillo de las estrellas se reflejaba en una fulgente nariz de oro y plata que él mismo había diseñado. Durante más de veinte años, el astrónomo danés compiló un catálogo de 777 astros, así como observó la aparición de una nueva estrella, que denominó 'Nova', y que supuso un golpe de gracia a la inmutabilidad de los cielos que preconizaba el sistema aristotélico.

Aseguran que durante aquel periodo su discípulo Kepler sufría numerosas crisis nerviosas, en alguna de las cuales creía ser un perro. Su hipocondría la asociaba a su parto prematuro (él mismo calculó en su horóscopo su corto periodo de gestación: 224 días, 9 horas y 53 minutos), y a su niñez desgraciada, con su padre enrolado en el ejercito de Flandes junto con los mercenarios del duque de Alba. Por otra parte, el enfermizo y neurótico Kepler tuvo que defender a su madre de la acusación de brujería, proceso que duró seis largos años.

Me lo imagino, pues, temblando ante el diabólico anagrama que le había enviado Galileo. Máxime cuando semanas antes había recibido una carta del pisano: 'Deseo, mi querido Kepler, que nos podamos reír juntos de la extraordinaria estupidez del populacho'. Y ahora aquel anagrama anunciándole un tan fantástico como críptico descubrimiento, y con el que Galileo reclamaba la prioridad del hallazgo. Pero ¡a qué demonios se referiría? Entre los humanistas del renacimiento se había puesto de moda este método codificado de anunciar un nuevo descubrimiento. ¡Maldito pelirrojo!, se quejaría con amargura Kepler. Galileo, al cabo de unas semanas, le remitió una nueva carta explicándole que la sopa de letras debía leerse del siguiente modo: 'Altissimum planetam tergeminum observari'. Con ello desveló la existencia de lunas en los anillos de Saturno. El bueno de Kepler supo así que 'el planeta más lejano es un sol triple'.

Poco queda de aquella ciudad de los cielos del desorbitado Tycho Brahe, y la villa de Galileo en Arcetri, llamada Il Gioeillo, se encuentra tristemente abandonada. Por todo ello, en homenaje a aquellos sabios que osaron desvelar la naturaleza de los cielos, os animo a que escribáis ahora mismo este anagrama en la arena húmeda de la playa. ¡Prestad atención y no os dejéis ninguna letra! Y que el sol inmóvil de Galileo las bañe de oro, y que el mar, toujours recommencé, lama, una y otra vez, cada uno de aquellos diabólicos signos.

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