Nada que hacer en Hollywood
A John Fante le perseguirá, tal vez ya irremediablemente, el estigma de haber sido revalorizado por Bukowski (que lo declaró 'una influencia vitalicia'), y así muchos de sus lectores, adictos a Bukowski y, por tanto, al realismo sucio, lo ven como un precursor. No obstante, ambos fueron contemporáneos (Fante era sólo 11 años mayor), y excepto la adscripción a la poética del perdedor y a una prosa directa, poco tienen en común. Incluso el estilo descarnado, prostibulario, sórdido, de Bukowski, nada tiene que ver con el de Fante, que es una adaptación del lenguaje de barrio. A Bukowski le deslumbró de Fante, sobre todo, que en sus novelas hablara de lo que entonces más le interesaba: de la ambición de ser escritor, y del peregrinaje de miserias que preceden al reconocimiento y la fama. A este tema Fante dedicó cuatro novelas, todas protagonizadas por su álter ego Arturo Bandini.
CAMINO DE LOS ÁNGELES
John Fante Traducción de Antonio-Prometeo Moya Anagrama. Barcelona, 2002 195 páginas. 13 euros
SUEÑOS DE BUNKER HILL
John Fante Traducción de Antonio-Prometeo Moya Anagrama. Barcelona, 2002 150 páginas. 12 euros
Más de cuarenta años sepa
ran la redacción de Camino de Los Ángeles (primera novela de Fante, que no vio la luz en vida de su autor) y Sueños de Bunker Hill, dictada a su mujer cuando ya estaba prácticamente ciego debido a la diabetes. La tetralogía se completa con Espera a la primavera, Bandini y Pregúntale al polvo, publicadas el año pasado, también en Anagrama, que tuvieron cierta repercusión, aunque muy atenuada, a finales de la década de los treinta; Fante no logró nunca en vida el éxito que tanto anheló. De ahí que llame la atención, al leer Sueños de Bunker Hill, la sorprendente fidelidad a su personaje y al tema obsesivo del aprendizaje y las miserias que acechan al escritor en su camino al éxito. Leídas sucesivamente, da la impresión de que a Fante no le ha sucedido nada de importancia en todos esos años, si descontamos su experiencia como guionista en Hollywood, que traslada a su novela en forma de parodia, una visión más bien humorística, no demasiado vitriólica, pese a sus exégetas, empeñados en hacer de Fante un escritor mordaz.
En realidad, más que el deseo de ser escritor, el tema de fondo de Fante es la estupidez de las ilusiones, cuando están divorciadas de una inteligencia práctica, de un proyecto de resistencia. Bandini lee a Nietzsche, Schopenhauer y Spengler sin entender una palabra, y se deja llevar por el delirio verboso, lo que le conduce a perder el sentido de la realidad, y a ser irresponsable e injusto, es decir, a no saber nada de sí mismo. Preocupado por su inexistente grandeza de escritor, que alcanza incluso grados de neurosis (no ha escrito aún dos páginas seguidas), está tan inflado de megalomanía que resulta peligroso para sí mismo. En esta autoparodia, Fante ciertamente es un maestro. Según la leyenda literaria que acompaña a Fante, Camino de Los Ángeles no se publicó porque para los años treinta su argumento era demasiado atrevido. La verdad es que la novela es un relato alargado, poco consistente, muy reiterativo, aunque ya asoma con nitidez su inimitable estilo seco y directo.
Sueños de Bunker Hill, al contrario, es un excelente organismo narrativo, en cuyas páginas se respira una increíble tristeza, la desilusión de estar en el vientre del éxito, rodeado de estupidez y mediocridad. Aquí Bandini ya no es un muchacho, sino un escritor en ciernes que ha publicado un relato, y un productor de Hollywood le contrata para escribir guiones. Pero su trabajo consiste en estar sentado en un despacho. Bien pagado, vistiendo buenos trajes, pero inactivo, siente que se pudren sus energías. Fante desarrolla aquí, magníficamente, esa sensación de desalojo de no estar nunca en el lugar adecuado. Bandini se mueve en un mundo de lujo y fama, tiene amigos escritores que le incitan a la pereza, y cuando colabora en un guión, su trabajo sufre tal mutilación que retira su nombre de los créditos; para colmo, se enamora de su casera, una mujer que podía ser su madre. Todo lo que había deseado, una vez logrado, se desmorona. Los sueños, parece decir el viejo Fante, se corrompen al contacto con la realidad, y sólo queda la ilusión adolescente de ser escritor, que siempre es un punto de partida.
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