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Semana Grande
Columna
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Tampoco es eso

Menudas fiestas lleva nuestro alcalde. Pese a estar convencido de que Sanse goza de las mejores fiestas del entorno, porque se desarrollan en otra dimensión ajena al 'fenómeno de las peñas y el alcohol', resulta que nada. Vamos, que pese a mostrarse como el mayor entusiasta del Barrio Sésamo que inaugura cada cañonazo, no le salen las cuentas. Para empezar, actos como la elección de la rana Gustavo, los conciertos de Espinete y las noches de Verano Azul o Cenicienta sólo consiguen que la gente se desplace, pero la ciudad no se siente de fiesta. Es inútil, falta empatía. Nadie, a excepción tal vez de las estatuas vivientes, viven lo que hay como una fiesta. Detrás se agita seguramente el fantasma de la participación, pero, si participar es beber, según ha dicho nuestro corregidor, no parece que se haga otra cosa a juzgar por lo mucho que se orina. Están las calles hechas una Venecia líquida y perfumada y quizás debiera plantearse nuestro Odón vestir de gondoleros a los meones y hacerles cantar por la Parte Vieja canciones marineras mientras tiran del botellón y ponen ese ambiente que por fuerza ha de incitar al jolgorio.

Pero igual todo se debe a que se ha perdido el gusto por la fiesta, me refiero a que por eso la ciudad en fiesta no se siente de fiesta. Sólo que no es nada nuevo y no tenía por qué disturbar al siempre bonzo -por su impasibilidad, ojo, ¿qué tiene que ver la peluquería?- Odón. A nuestro alcalde le está aguando la fiesta, y para una vez que no llueve, lo político, que es el maldito Perejil de todas las salsas. Que uno quiere remozar el emblemático parque de Cristina Enea convocando un concurso muy costoso todo para que gane el proyecto que aconseja que el parque se deje como está, pues, nada, ahí tiene que echársele la oposición a la yugular y desbaratar el asunto justo cuando en Pamplona andaban por San Fermín. Y cuando convoca las propias fiestas tienen que ponérsele los munipas en huelga todo para que les tomen el relevo los bomberos cuyas mangueras son tan necesarias durante la quema de los fuegos artificiales como durante la vida misma porque nada, ni el fuego, puede vivir sin su contrario. Basta que nuestro alcalde convoque una cena privada con las víctimas del terrorismo para que tengan que venir los de siempre a descalificarle achacándole que por qué no hace público el homenaje que quiere hacer en privado.

Claro, nuestro alcalde se encalabrina, pero suavemente, a lo budista, porque una cosa es que sepa que no puede programar unas fiestas participativas y otra que le participen las fiestas, vamos, que se las echen a perder. Son los riesgos que tiene gobernar en minoría muy minoritaria y así le pasa lo que le ha pasado con el parque de Cristina Enea o lo de vender a la prensa como un acto de homenaje una cena íntima, me refiero, al asunto de las víctimas. Sobre lo demás no podía tener control porque era imprevisible que munipas y bomberos se le subieran a la parra -no a la escala, estaban de huelga-, lo que sí cabe es pedirles un poco más de consideración, a los bomberos, digo, pues no están haciendo sino provocar ardores intencionados en el estómago de nuestro lama. Y no está nada bien. A ver si entramos todos en razón y vivimos lo que nos queda de fiestas con el mayor júbilo, desde Espinete al bombero torero, pasando por los Simpson y las zonas verdes. ¿Qué nos cuesta darle un gusto a nuestro delfín Paquito? Digo Flipper, bueno, ya me entienden.

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