_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Gritos en el cielo

Estamos tocando fondo... Porque apenas si nos dejan decir que somos quienes somos, es tiempo de tomar partido hasta mancharse. Lo decía más o menos así Gabriel Celaya en 1954. Lo repitió Paco Ibáñez en 1972, ya en París (la dictadura no consentía que se le levantara la voz dentro de su territorio). Franco aún tardó en morir (1975) y tuvimos las primeras elecciones, camino de la democracia, en 1977. Tiempos verdaderamente muy duros (torturas atroces y dura falta de libertad).

Pero volvieron los malos tiempos y vuelve a haber quien no nos deja decir que somos quienes somos. Hemos tocado fondo. ¿Y ahora qué? Desde que en 1997 asesinaran al concejal de Ermua, se ha transferido la ponzoña a la vida política. Si antes no había libertad y se cometían atrocidades por parte de ETA, ahora ni siquiera funciona el sistema democrático. ¿Cómo completar listas en las próximas municipales?

Y en este punto surge el debate sobre la posible ilegalización de Batasuna. Soy de los que piensan que la revuelta cívica y la unidad democrática que se dio por unos días tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, es lo único eficaz contra ETA. Incluso leyes de defensa de la democracia -que deben existir- debieran haber surgido de esa unidad. Aun siendo estúpido evocar y clamar por lo que no existe, es bueno saber lo que realmente se quiere.

¿Y ahora qué? El PNV (partido democrático, insisto, a pesar de la irresponsabilidad de sus actuales dirigentes) arrancó por vías arteras y nada inteligentes al firmar en Lizarra. Todavía se encuentra bajo aquel síndrome. ¿Saldrá de él? Sólo tras una derrota electoral que no se ve en el horizonte, o ¿...? El PP tuvo el mérito de adoptar la vía de la obstinación en los valores del Estado de Derecho. Pero la obstinación debe ir acompañada de sutileza si no quiere transformarse en intransigencia. Por otro lado, ese partido no se ha distinguido en sus iniciativas en positivo precisamente por conocer los reales valores del Estado de Derecho. La propia Ley de Partidos y la actual iniciativa por 'omisión' con 'estivalidad' no resulta nada convincente.

¿Qué hacer? Algunos hablamos hace ya tiempo del Ku-Klux-Klan (activo en USA en 1866 y en 1915): amenaza totalitaria que procedía de un entorno ajeno al Estado (de lo que sabemos poco aquí: entre otras cosas, fuimos incapaces de controlar a la Falange y similares en los treinta). Podemos ilustrarnos con Arde Mississippi (Alan Parker) y El sendero de la traición (Costa-Gavras). Grupos que hacían el trabajo sucio (matar estudiantes demócratas y organizar razzias), gente que miraba para otro lado, autoridades que lo justificaban en nombre del WAP, notables y organizaciones legales relacionados con el Klan, ciudadanos amedrentados o cómplices por comunidad, opinión pública favorable. Todo eso (pero más débil) es sociológicamente ETA. La Ley sobre el Ku-Klux-Klan de 1871 (con ley marcial y detenciones) consiguió extirparla. Otro tanto ocurrió gracias al movimiento por los Derechos Humanos en los veinte y la intervención de las fuerzas militares federales. Emplearon la vía de la obstinación democrática (a pesar del apoyo con que contaba en el Sur).

Pero todo esto está atravesado por un tema crucial: hablamos de derechos humanos prepolíticos sólo asumibles desde la comprensión del hombre como ser ético. Derecho a la vida, a la igualdad por encima del color, etcétera, son principios éticos, prepolíticos. La libertad, en general, contra el totalitarismo, es también un principio ético, no político.

Quienes lanzan la 'cruzada' (lo digo con conocimiento de causa) contra Batasuna debieran saber distinguir con claridad ambos terrenos, el de la ética y el de la política. En el primero, si uno es humanista, no hay posible conversación: la libertad se impone si es necesario. La política, en cambio, es negociación. ¿La vida y la tolerancia? Toda policía (represión y buen gobierno) será poca para defenderla. Lo exigimos. ¿Independencia para el paisito? Importa bien poco. Como en el anuncio de tráfico, está la norma y el buen sentido. Es cosa de conciliarlos.

Pero esto son gritos en el cielo que en la Tierra deben ser actos. ¿Cuáles? Uno no tiene la respuesta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_