_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Adiós al sueño de La Floresta

El Casal de La Floresta, catalogado por la Generalitat como 'edificio de interés histórico y arquitectónico', es ahora mismo una pura ruina. Las puertas y ventanas están tapiadas, las balaustradas caídas, las paredes llenas de grafitos, las escaleras destrozadas y la antigua pista invadida por la maleza y el olvido. Una ruina. Y, sin embargo, todavía puede leerse entre líneas, o intuirse entre la implacable decadencia, el antiguo esplendor. Y es que este edificio ha tenido en el pasado varios momentos de gloria. Nacido como casino en la década de 1920, se cuenta que el presidente Lluís Companys y el rey Alfonso XIII fueron vistos en sus salas. Poco antes de la guerra civil, se convirtió en centro familiar y en escenario de verbenas, meriendas y bailes de la burguesía feliz que veraneaba en La Floresta. Al final de la guerra, el Casal quedó bajo la tutela de la parroquia, hasta que, tras la muerte del dictador, a principios de 1976 pasó a gestionarlo la Associació de Veïns de La Floresta. De esos años data la última etapa gloriosa del Casal, el canto del cisne de una institución que, tras ser comprada en 1982 por el Ayuntamiento de Sant Cugat, agoniza en medio de un marasmo de desidia y burocracia.

Los músicos de la escuela Zeleste pasaron por el Casal de La Floresta convirtiéndolo en un local mítico
Más información
DEL ALTERNATIVO CASAL AL COLOSAL AUDITORI DE SANT CUGAT.

Fue en la segunda mitad de los años setenta cuando los grupos alternativos descubrieron en La Floresta una especie de paraíso perdido, a tan sólo un paso de Barcelona. Los hippies se instalaron en las antiguas villas de veraneo -casas con nombre de mujer, pérgolas, parterres y jardines de sombra- y Sisa, Pau Riba, Gato Pérez y otros músicos de la escuela Zeleste actuaron a menudo en el Casal. Aquellos tiempos de euforia, tocados de sueños lisérgicos y de lejanas utopías, acabaron por convertir el Casal en un local mítico, pero el sueño se esfumó en 1982, cuando las utopías pasaron de largo y el Ayuntamiento de Sant Cugat se hizo cargo (es un decir) del Casal de La Floresta. Convertido en nuevo propietario, el Ayuntamiento se limitó a dejar que aquel local histórico cayera en pedazos.

Sant Cugat ha cambiado mucho en los últimos años. Cuando en 1991 se abrieron los túneles de Vallvidrera, los barceloneses y las inmobiliarias descubrieron el potencial de la población vallesana y Sant Cugat se ha convertido en la capital mundial de las casas apareadas y en una ciudad de imparable crecimiento. De los 20.000 habitantes de 1970 se ha pasado a los más de 60.000 de ahora, y el horizonte sigue marcado por un bosque de grúas.

El Auditori de Sant Cugat, inaugurado en otoño de 1993, ejerce de símbolo de los nuevos tiempos. Si en los setenta se llevaba el Casal de La Floresta, música alternativa, porros y buen rollo, ahora toca un auditorio concebido para presentar batalla cultural a Barcelona, con producciones propias y un presupuesto de 1,2 millones de euros anuales. Si en los setenta se necesitaba únicamente un grupo de vecinos con ganas de marcha para montar una plataforma cultural, ahora se parte de una inversión de 18 millones de euros para un aparatoso centro cultural que consta de auditorio, cuatro salas de cine, biblioteca y conservatorio de música. La programación puede ser interesante, pero la diferencia de criterios es brutal. Lo alternativo frente a lo colosal, lo popular frente a lo dirigido. En las escaleras del auditorio, ajenos a este contraste forjado en 20 años de cambios, skaters adolescentes encuentran una excelente plataforma para ejercitar sus saltos al vacío.

Perdido definitivamente el ambiente de pueblo, Sant Cugat se esfuerza por mantener una identidad cada vez más difícil. Es cierto que aún quedan referencias como los restaurantes El Mesón y Casablanca, o la librería Paideia, pero también lo es que los viejos comercios van cerrando para ceder el paso a las oficinas de inmobiliarias, a las franquicias de marcas multinacionales o a la americanada del centro comercial. Queda el monasterio, eso sí, una joya cultural que acaba de cumplir 1.000 años y que lo ha celebrado con una reforma de la plaza. El Ayuntamiento ha lanzado las campanas al vuelo para celebrarlo, pero los descontentos han reaccionado contra las banderas oficiales que proclaman Gaudeamus! y L'any del mil.lenari con pintadas artesanales de Gastamus! y L'any del mil-lionari, en referencia a la descarada presión de las inmobiliarias y al aumento incesante de precios.

Mientras tanto, ajeno a la euforia municipal, el Casal de La Floresta sigue deteriorándose en su largo peregrinaje hacia la ruina y el olvido. Las ventanas tapiadas, las balaustradas rotas y la maleza y los gatos famélicos invadiendo la pista de baile. Son otros tiempos, sin duda, aunque hay quien se empeña en ver en las pintadas que celebran L'any del mil.lionari un retorno al espíritu alternativo del viejo Casal de los años setenta, aquel en el que, 20 años atrás, triunfaba Gato Pérez proclamando que 'de noche todos los gatos son pardos'.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_