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Reportaje:CULTURA Y ESPECTÁCULOS

LOS FABULOSOS CUENTOS DE UNA AUTORA PRECOZ

Ana María Matute escribió e ilustró un montón de relatos entre los cinco y los 14 años. Depositados en la Universidad de Boston durante años, Martínez Roca publicará por primera vez una selección. Sorprende la enorme calidad de los textos y de los dibujos.

A los cinco años, Ana María Matute escribía cuentos y los ilustraba. Eso ya lo sabíamos. Lo que impacta y emociona es leerlos ahora: por su caligrafía cuidada y tan personal, por la calidad de sus dibujos, por su dominio del lenguaje y de la técnica narrativa, por su fabulosa imaginación, porque en ellos están ya algunos de los rasgos más característicos de su obra.

Su madre los guardó, y cuando Ana María dejó el hogar familiar para casarse se los entregó. Esos relatos viajaron con ella por medio mundo hasta acabar depositados en la Universidad de Boston, que creó la Ana María Matute Collection. 'Nunca jamás ninguna universidad me pidió nada, pero los de Boston me convencieron. Hace ya muchos años. Yo estaba entonces dando clases y conferencias por Estados Unidos, estaba harta de llevar los papeles en la maleta y temía perderlos, así que se los entregué y allí están, a disposición de quien quiera consultarlos o trabajar sobre ellos. La única condición es que yo dé permiso'.

'Soy muy tozuda. Yo calladita, pero a la mía. No fui peleona ni rebelde. Era insumisa y lo sigo siendo'
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Y lo ha dado a la editorial Martínez Roca, que ha tenido la buena idea de rescatarlos. Una selección de nueve cuentos escritos e ilustrados por Matute entre los cinco y los 14 años aparecerán en octubre próximo en un volumen titulado Cuentos de infancia. El libro incluirá también la reproducción facsimilar de El duende y el niño.

'¿El genio nace o se hace?', se pregunta Ana María Moix en el prólogo del libro. Quizá ambas cosas. Ana María Matute (Barcelona, 1925) era una niña solitaria, introvertida, probablemente porque era tartamuda. 'Todas las niñas se reían de mí. A mí las niñas, excepto mi hermana Conchita, que es un amor, y alguna otra excepción, me parecían odiosas, eran mujeres recortadas que imitaban ser mamás. Imagínate qué orgía de imbecilidad me rodeaba'.

Aquella niña inteligente y sensible se refugió en los sueños y los escribió. 'Como el mundo no me aceptaba, me lo inventé de nuevo'. Un mundo lleno de duendes, gnomos y magia, un mundo en que los objetos cobran vida, un mundo en el que cuestiona a los adultos, en el que ya observa la injusticia y la pobreza. Fue también una lectora precoz: Andersen, los Hermanos Grimm, el Carroll de Alicia en el país de las Maravillas y Peter Pan, de J. M. Barrie. Como afirma Moix, con qué intuición asoman esas lecturas en sus relatos.

En los dos primeros cuentos, El duende y el niño y La avaricia de un rey, escritos a los cinco años, vemos dos temas que aparecerán con frecuencia en la obra de Matute. La pereza, que 'forma parte del comportamiento de los adolescentes ensimismados, que viven aislados del mundo exterior adulto', como señala Moix. Y la avaricia. 'Sorprende cómo la sensibilidad de una niña de cinco años, nacida y educada en el seno de una familia burguesa, económicamente acomodada, está ya marcada por la doliente huella que ha dejado en ella el descubrimiento de la pobreza, y cómo relaciona las privaciones de una humanidad que vive en la penuria con la avaricia de las clases poderosas', dice Moix.

En La avaricia de un rey cuenta Matute cómo éste acumulaba un tesoro mientras la gente se moría de hambre a las puertas del castillo y cómo, no satisfecho con esto, quiso hacer la guerra a un rey vecino para apoderarse de su riqueza.

¿Cómo descubrió la pobreza Ana María? 'Cuando íbamos a una finca de mi madre en La Rioja, jugábamos con los niños del pueblo. Me di cuenta de que no tenían cosas que yo tenía y me pareció una injusticia tremenda. Siempre me he rebelado contra la injusticia. Por eso cuando era pequeña quería a Caín y odiaba a Abel, porque los sacrificios del pobre Caín siempre iban para abajo y Abel, sin hacer nada, iba para arriba. Con el tiempo fui modificando esta opinión, pero algo queda'.

-Siempre ha sido usted muy peleona.

-Peleona no, siempre he sido muy pacífica, pero muy tozuda. Yo, calladita, pero a la mía. Peleona no era, y ni siquiera era rebelde, era insumisa y lo sigo siendo.

Otro cuento estupendo es Figuras geométricas, que escribió a los diez años, en el que las figuras se escapan del cuaderno de Juanito y se pelean, y los juguetes salen del armario y juegan. También hay duendes, y al final todos se hacen amigos. 'Me gustaba muchísimo la geometría. Yo iba a unas monjas espantosas, pero el último año antes de empezar la guerra llegó una profesora nueva que nos habló por primera vez de Lorca, de Alberti, de Gabriela Mistral', recuerda. 'Fue la única que me quiso, porque se dio cuenta de que yo no era la niña mala de la clase, que tenía otros valores. Trajo un sistema educativo completamente diferente, y un día nos puso un trabajo de geometría para que cada uno hiciéramos lo que quisiéramos. La mayoría hizo conos, cuadrados, figuras hechas con cartulinas, y yo escribí este cuento. A la maestra le gustó mucho y lo leyó en clase'.

En El trozo de espejo, escrito a los 12 años, cuenta la historia de Eduardo y de sus compañeros de colegio que un día decidieron tomarse seis horas de recreo. Cuando volvieron, el maestro 'había cerrado la escuela y estaba camino de América, para buscar fortuna. Cualquiera entiende a las personas mayores. Para un día que te dan algo de recreo...'. El espléndido El hijo de la Luna, escrito a los 14 años, trata de los niños que sueñan despiertos, de la pequeña Lydia, que se fue volando con un rayo de luna para buscar nuevos mundos.

Ana María Matute relee casi con sorpresa esos cuentos de su infancia. 'Dios mio, en comparación, creo que escribía mejor antes que ahora. Me decían que era muy perezosa, pero me mataba a escribir'. Y a dibujar, otra de sus pasiones que nunca ha abandonado. Se publiquen o no, ella siempre hace dibujos de los personajes de sus novelas. Espasa, por ejemplo, ha publicado una edición de Olvidado rey Gudú con las ilustraciones que hizo la escritora.

Eduardo, el principal personaje del cuento <i>Un trozo de espejo,</i> que Ana María Matute dibujó a los 12 años.
Eduardo, el principal personaje del cuento Un trozo de espejo, que Ana María Matute dibujó a los 12 años.

Los sueños y la realidad

Volflorindo o los mundos ignorados es uno de los relatos más largos de Cuentos de infancia, y el preferido de Ana María Matute. Volflorindo es un chico feo, que no estudia, y al que todos consideran tonto, pero escribe siete cartas en las que cuenta siete mundos ignorados que él ha visto o ha creído ver.

'Yo soy como Volflorindo. Hasta los 11 años no me enteré de lo de los Reyes Magos. Me lo contaron mis padres y me puse a llorar, porque no quería dejar de creer. Me ha pasado durante toda mi vida, me he aferrado tanto a los sueños que a veces no me han dejado ver la realidad, y por eso me han tomado tanto el pelo y se han reído tanto de mí, y no es que yo no viera las cosas, no, es que no quería verlas. No estoy arrepentida; por lo menos me he salvado de otras cosas. No soy una mujer amargada. Con la mitad de lo que a mí me ha pasado en la vida, otras mujeres estarían amargadas; yo no lo estoy, tengo ilusiones, esperanzas y proyectos'.

Ana María es de salud frágil, la han operado 11 veces. Hace dos años se rompió un codo y más recientemente se cayó y se rompió las dos muñecas. 'Ya me han quitado el yeso y me han puesto unas vendas, pero aún no puedo escribir. Tengo los huesos de cristal, es que soy muy vieja. Vieja por fuera, pero por dentro no, por dentro estoy estupenda, y eso también cuenta, ¿verdad?'. En cuanto se recupere continuará con Paraíso inhabitado, su próxima novela, una historia que arranca en la guerra civil. Ana María escribió Volflorindo en 1937, cuando tenía 12 años. Aunque la guerra no se refleja en este cuento, sí permanece en su memoria el horror de los bombardeos, el primer muerto que vio... 'Mi padre y mis tíos tenían una fábrica de paraguas. La colectivizaron, pero ellos siguieron trabajando en ella. Pasamos la guerra en Barcelona. No puedo olvidar el pánico a las bombas, nunca sabías si la siguiente te caería encima. Lo único positivo fue que dejé de ser tartamuda'.

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