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Columna
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Miserere

Tiene razón José María Aznar cuando, en el transcurso del debate sobre el estado de la nación, considera miserable la idea de que el Gobierno español busca conscientemente obtener réditos electorales con la violencia de ETA, buscando por todos los medios su exacerbación al considerar que así se debilita al nacionalismo vasco. Tiene razón el portavoz del Gobierno vasco, Josu Jon Imaz, al calificar de 'miserable' la relación establecida por el ministro Rajoy entre el acuerdo sobre autogobierno del Parlamento vasco y la disminución en la actividad terrorista durante el primer semestre del año. Ambos tienen razón, además por las mismas razones: porque ETA hace sus cálculos autónomamente, y sólo ella sabe cuándo y cómo actuar. Ambos tienen razón: ¿y qué? Y nada. Tan miserables afirmaciones, mil veces repetidas en el pasado, mil veces esgrimidas contra el enemigo político, volverán a repetirse más temprano que tarde.

Todo se está volviendo entre nosotros más y más miserable. Afirmaciones como las antedichas -que sostienen la coincidencia objetiva entre dos gobiernos legítimos y una organización terrorista- y otras aún peores se han convertido, desde hace unos años, en el pan nuestro de cada día de la política y la opinática vascas, así como de la política y la opinática españolas cuando abordan el tema vasco (es decir, casi siempre). La maledicencia, la simplificación, el insulto, la crueldad, son los ingredientes con los que construimos nuestras intervenciones parlamentarias, nuestras entrevistas, nuestros artículos de opinión. Y así, Maruri es un nido de nazis y la Universidad del País Vasco un coladero donde profesores doctorados en cobardía aprueban por la patilla a todo aquel preso de ETA que desee matricularse en alguna de las licenciaturas controladas por su entorno cómplice. No cabe el matiz, no hay pero que valga. O todo o nada. O lo tomas o lo dejas. O conmigo o contra mí. No es posible solidarizarse con Jaime Larrínaga a la vez que lamentar que no haya corregido a quienes han llamado 'nazis' a sus convecinos, pues nadie mejor que él sabe que tal acusación es injusta. No es posible exigir respeto y apoyo para Edurne Uriarte cuando se incorpore a su cátedra y a la vez lamentar que nunca haya callado la boca a quienes, en su presencia, han acusado de cobardía al presidente del tribunal de reclamaciones de la Universidad, pues nadie mejor que ella sabe que tal acusación es miserable.

Toda aquella voz que no sume burla a la burla, que no añada insulto al insulto, que no agregue fuego al fuego, pasará desapercibida o, cada vez más, será tachada de tibia y por lo mismo, de ingenua ocurrencia de tontas y tontos que en realidad no saben a quién sirven. O sí. Voces como la de Carmen Hernández, valerosa mujer siempre presente en la calle diciendo no a la violencia, junto con sus vecinas y vecinos, antes y después de que ETA asesinara a su marido Jesús María Pedrosa. O como la de Maixabel Lasa, otra mujer coraje, que reclama la necesidad de tender puentes entre todas las fuerzas políticas democráticas. O como la de la Coordinadora Gesto por la Paz de Euskal Herria, sometida estos días a un examen de filosofía que acabará demostrando, al tiempo, la intrínseca perversión moral de esa organización.

Escribe Mario Benedetti: 'Tras el desfile / qué solitaria viene / la muchedumbre'. Cada día que pasa, el desfile se convierte en la agrupación más característica de nuestra tierra. Todas y todos estamos llamados a tomar parte. Bien agrupados, en perfecta sincronía, marchamos a buen ritmo los unos contra los otros. El desfile continua su marcha. A paso ligero, a la carrera: no hay sitio para los rezagados. A pesar de lo que pueda parecernos, hasta ahora sólo se han producido escaramuzas. Pronto tendrá lugar la confrontación definitiva. ¿Dónde, cuándo y cómo? No se sabe. ¿Qué ocurrirá después? Nada importa. Lo único seguro es que la muchedumbre viene cada vez más solitaria.

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