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Una guerra olvidada

José Luis Leal

Unos centímetros separan en África la vida de la muerte, la desnutrición de la subsistencia, por precaria que ésta sea. Los nutricionistas comprueban la longitud de la circunferencia del brazo de los niños sospechosos de desnutrición: si ésta mide menos de once centímetros hay una gran probabilidad de que el peso del niño se encuentre por debajo del 70% de lo que se considera normal y hay que actuar como se pueda; a este tipo de desnutrición se le llama marasmo. Hay otro, más difícil de detectar, pero más peligroso: el niño parece normal, pero está apático, ido; si se le observa detenidamente, tiene edemas en el cuerpo. También hay que actuar, si se puede; a este tipo de desnutrición se le llama Kwashiorkor. Las probabilidades de supervivencia cuando se ha atravesado la frontera del 70% del peso normal son del orden del 90% si se envía al niño al Centro de Nutrición Terapéutica; si no, las posibilidades de supervivencia son muy reducidas. De todas formas, los refugiados no paran de llegar: sólo mujeres y niños, expulsados de una guerra olvidada en la frontera de Guinea y Liberia; han pasado semanas, meses, vagando por la selva y atraviesan la frontera cada vez en peor estado. Así son las cosas, hoy, en este rincón de África Occidental.

La renta por habitante de Guinea (Conakry) no llega a los 500 dólares y se encuentra, además, muy mal repartida; más del 60% de la población vive con menos de un dólar diario. Por si esto fuera poco, una guerra interminable se libra en Liberia entre el Gobierno de Taylor y los rebeldes; hace un año, las tropas de Taylor penetraron más de sesenta kilómetros en Guinea, amenazando con desestabilizar el país. Fueron rechazadas, pero desde entonces reina una paz inestable en la zona, punteada por numerosos controles en las carreteras y por el incesante éxodo de refugiados hacia el norte.

Guinea (Conakry) es un país de diez millones de habitantes, rico en minerales (bauxita, oro, diamantes...), del que España es uno de sus principales clientes, y con tierras fértiles, regadas por caudalosos ríos. Durante muchos años, en tiempos de Sekú Turé, Guinea fue uno de los países más cerrados de la Tierra, con un duro régimen comunista que, a la muerte del dictador, fue sustituido por un sistema en teoría democrático y liberal. Hace poco que han tenido lugar unas elecciones cuyo resultado ha tardado mucho en conocerse y en las que, como cabía esperar, ha ganado el partido del presidente por la prevista y esperada mayoría absoluta. Como en tantos otros países de África, las instituciones occidentales flotan sin enraizarse sobre un tejido social constituido por las numerosas tribus que habitan pueblos y aldeas y que, poco a poco, se desintegran por la emigración hacia las grandes ciudades. Poco importa que las condiciones de vida en los suburbios de éstas sean inimaginables (no hay agua corriente, ni luz, ni calles, ni alcantarillas); poco importa también que las condiciones de vida sean más insalubres que en los pueblos o en las aldeas; la emigración continúa, irreversible, inexorable. África se desangra y agoniza lentamente azotada por el hambre, la miseria, la enfermedad y la muerte.

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El campo de refugiados de Kuntaya, en la zona de Albalaria, es amplio, grande, y puede acoger hasta 20.000 personas. Lo que sorprende en los campos de refugiados en África es que, a menudo, las condiciones de vida en ellos son mejores que en los pueblos de alrededor, lo que a veces plantea problemas con las gentes del lugar. Por lo menos hay agua potable (en Acción Contra el Hambre nos ocupamos, cuando tenemos la ocasión, de ello) y la seguridad alimentaria está garantizada. El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas se encarga de hacer llegar su ayuda a razón de 2.100 kilocalorías por persona y día. Muchos economizan comiendo menos y cuando han acumulado una cantidad suficiente de alimentos los venden fuera de los campos para obtener algún dinero. Hay quien piensa que sería conveniente reducir la dosis de calorías diarias, pero hasta ahora esta tesis no ha prosperado. Es cierto que 2.100 kilocalorías no constituyen una cifra mágica, pero no es menos cierto que el deseo de poseer algo, además de la miseria, es lo suficientemente fuerte como para que el mismo fenómeno se produjera con un nivel más bajo de calorías hasta llegar a la pura subsistencia física, de la que, de todas formas, están muy cerca. Los refugiados de Kuntaya proceden, en su mayoría, de Sierra Leona, de donde huyeron hace unos meses como consecuencia de la cruel guerra que tuvo lugar en aquel país (se generalizaron las mutilaciones de una población civil indefensa, deliberadamente ordenadas y ejecutadas para sembrar el terror) y cuyos ecos aún no han acabado de extinguirse; aunque la situación se ha estabilizado en Sierra Leona, los refugiados dudan en volver a sus tierras.

¿Qué se puede hacer? Los problemas de África no se resolverán de la noche a la mañana. La avaricia de unos, los intereses de otros, la ausencia de instituciones capaces de encauzar un desarrollo político, social y económico compatible con las tradiciones locales, hacen dudar mucho del futuro a corto plazo de esta región del mundo. Mientras tanto, millones de seres viven, padecen y mueren en condiciones inaceptables. Curar enfermedades, depurar el agua, atenuar la desnutrición, distribuir alimentos, son tareas que salvan centenares, miles de vidas. Muchos jóvenes españoles han decidido dedicar algún tiempo de sus vidas a ello y lo hacen competente y desinteresadamente. Merecen, sin lugar a dudas, nuestra admiración y apoyo.

José Luis Leal es presidente de Acción Contra el Hambre.

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