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ANÁLISIS
Columna
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Hechos y derechos

ENTRE LAS 39 RESOLUCIONES APROBADAS el martes en el Congreso como cierre del debate sobre el estado de la nación, el apoyo casi unánime dado al Gobierno por la Cámara (sólo se descolgaron dos diputados) a propósito del conflicto con Marruecos sobre el islote de Perejil no implicaba un cheque en blanco. Tras expresar su 'rechazo a la política de hechos consumados' practicada por el reino alauí, la abrumadora mayoría del Congreso otorgó su respaldo al Ejecutivo 'en orden a restaurar la legalidad internacional' y permitir 'el restablecimiento del statu quo anterior a los hechos'. La operación militar del pasado jueves, sin embargo, desborda las fronteras de ese mandato.

La comparecencia de los titulares de Exteriores y Defensa ante la comisión conjunta del Congreso -siete horas después de la ocupación del islote por tropas españolas- no terminó de aclarar las legítimas dudas existentes sobre la oportunidad o la necesidad de la medida adoptada por el Gobierno. La ministra Palacio prometió que la diplomacia y el derecho sustituirán a la fuerza militar empleada por España en Perejil tan pronto como resulte posible. El ministro Trillo, que disfrutó como un niño henchido de ardor guerrero al narrar el episodio con precisa terminología marinera y bélica, subrayó la limpieza de la operación (no hubo muertos ni heridos entre los 28 soldados españoles y los seis infantes marroquíes implicados) y la calificó de acto de legítima defensa. Sin embargo, la decisión de tomar por la fuerza un objetivo alcanzable también por medios pacíficos sólo se libra de la acusación de aventurerismo si tiene la azarosa fortuna de no causar -como en este caso- consecuencias a la vez indeseadas y no descartables. Porque los requisitos de la legítima defensa, tales como la existencia de una agresión previa, la proporcionalidad y la ausencia de vías alternativas de solución, brillan en este supuesto por su ausencia.

La operación militar emprendida el jueves para desalojar del islote a un destacamento marroquí desbordó las fronteras de la resolución aprobada por el Congreso en apoyo de la política del Gobierno

El vicepresidente Rajoy condenó hace 10 días el desembarco en Perejil de un pequeño destacamento de la gendarmería marroquí por haber violado el statu quo sobre el islote, situado en un extraño limbo de derecho internacional a causa de los inciertos títulos de soberanía de España y Marruecos, comprometidos ambos a no recurrir a los hechos consumados para imponer sus presuntos derechos. De ser correcta esa postura, la izada de la bandera española sobre el islote -como si fuese Iwo Jima- por las tropas que arriaron la bandera alauí también violó el statu quo acordado secretamente -al parecer- en 1963 por Franco y Hassan II; la acampada inicial en Perejil de un pelotón de la Legión -de tan ominosos recuerdos para los rifeños- fue una torpeza o una provocación. El empleo de la fuerza por España para afirmar sus eventuales derechos de soberanía sobre el islote es una variante de la política marroquí de recurrir a los hechos consumados con el mismo fin.

La historia del Mediterráneo occidental y del Magreb, desde las conquistas norteafricanas de los reinos peninsulares durante los siglos XV y XVI hasta la independencia de Marruecos en 1956, no facilita la documentación de los títulos de soberanía en la región: no sólo Portugal y España, sino también Gran Bretaña y Francia fueron actores de las disputas territoriales cercanas a las aguas del Estrecho. En el caso de Perejil, esa confusión quedó reforzada por el poder dual del Estado español entre 1912 y 1956 en un mismo ámbito geopolítico: sobre las plazas de soberanía (Ceuta y Melilla, más sus islas y peñones), por un lado, y sobre la zona norte del Protectorado del reino alauí, por otro. En cualquier caso, la evacuación militar del islote del Perejil cuatro años después de la independecia de Marruecos y la exclusión de su nombre del Estatuto de Ceuta de 1995 (después de haber figurado en sus borradores) debilita la hipótesis de la soberanía española sobre esas 14 hectáreas, despobladas de hombres y habitadas por cabras, situadas a cuatro kilómetros de Ceuta y a 200 metros de la costa marroquí.

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