Más dudas que certezas
La soberanía del islote Perejil es tan dudosa que Marruecos insiste más en decir que no es español que en probar su derecho propio, y España se limita a reivindicar el regreso a la situación anterior
Cuenta Homero en La Odisea que Calipso, 'la ninfa de las bellas trenzas', reina de la isla de Ogigia, se enamoró hasta el tuétano de Ulises, 'al que anhelaba tomar por esposo', y que le retuvo allí durante siete años. Sólo entonces, la nostalgia de la cónyuge legítima, la paciente Penélope, pesó más que la promesa de inmortalidad y eterna juventud con que su amante pretendió ganarle.
Cuenta la leyenda que Ogigia, a la que Homero situaba en el extremo occidental del Mediterráneo, no es sino el nombre mitológico del islote hoy llamado Perejil, negado a la agricultura y azotado por el viento, que, en este julio del segundo año del tercer milenio después de Cristo, ha saltado desde un desconocimiento generalizado que pescó en cueros históricos a la mayoría de la población y la clase política españolas hasta el protagonismo de una crisis con Marruecos de largo alcance y complicada salida. Una crisis de dos banderas en disputa por un peñasco minúsculo e inhóspito.
En el siglo XIX hubo numerosos intentos españoles de ejercer su soberanía sobre el islote
Un plebiscito convirtió a Ceuta en española en 1640, sin mención a la 'isla de la discordia'
Marruecos sostiene que la isla volvió a ser suya cuando, en 1956, terminó el protectorado
El 'espíritu de Barajas' de 1963 consagró el 'statu quo' que Rabat rompió el 11 de julio
Cuenta también Homero que Calipso vivía en una profunda gruta de Ogigia, lo que coincide con el hecho de que en Perejil hay una cueva capaz de acoger a unas 200 personas, circunstancia que ha sido aprovechada con frecuencia por los contrabandistas para guardar sus alijos. Lo que ya no pega ni con cola es que la gruta se abriese hacia un bosque sagrado rico en grandes árboles, fuentes y fina hierba. Cuesta creer que el simple paso de la minucia de 3.200 años haya hecho degenerar tanta edénica riqueza vegetal en un puñado de arbustos y tallos de perejil.
Cuenta asimismo La Odisea que Zeus, rey de dioses, se hartó de que Ulises, a quien debía algún que otro favor por la guerra de Troya, siguiera cautivo, aunque no demasiado infeliz, y envió a Hermes para rescatarle. A Calipso, la imposición le sentó como un lanzazo, pero hizo de tripas corazón y se resignó a dejar partir a su amante.
Pura leyenda de un pasado imposible de reconstruir, y que tal vez tenga apenas una milésima de sustancia histórica. Tanta como el mito de que, apenas 200 metros más allá de Ogigia-Perejil, ya en la costa de lo que hoy es Marruecos, se levantaba una de las columnas de Hércules. Pero es fácil dejarse llevar por ese rancio y literario aroma y comparar, con evidente desventaja para el prosaico tiempo presente, ese otro desalojo del minúsculo islote en pleno siglo XXI por parte de las Fuerzas Armadas españolas.
Ocurrió el pasado miércoles y los entonces ocupantes, seis infantes de Marina del reino alauí que habían relevado a los gendarmes que fueron los primeros en llegar, no necesitaron, como Ulises, que Calipso les proporcionase madera para construir una balsa y que ésta les indicara qué estrellas debían guiar su ruta para volver a casa. La raquítica fuerza de ocupación, que entregó la posición sin resistencia, contó con transporte gratis hasta Ceuta, desde donde fueron devueltos a su país, con cargo al presupuesto de Defensa español.
Hasta los tiempos de la posguerra de Troya se puede seguir, pues, con mucho alarde de imaginación y fantasía, la pista de este islote ubicado en pleno estrecho de Gibraltar, de soberanía tan dudosa que a veces da la impresión de que Marruecos se dedica a demostrar que no es territorio español antes que a probar su propio derecho, mientras que España, incluso después de izar su bandera en lo más alto y retirar la ajena, se limita a reivindicar el regreso a la situación anterior, como dando por bueno que 'ni tuyo ni mío, sino todo lo contrario'.
El mismo miércoles, después de la espectacular acción de comandos, la flamante ministra de Exteriores, Ana Palacio, insistía en la necesidad de 'restablecer el imperio de la ley y volver al statu quo' previo, que concretaba en detalles como el libre acceso a la isla y que la Guardia Civil pueda seguir utilizándolo, incluso en patrullas conjuntas con fuerzas marroquíes. En cuanto a la soberanía, afirmó que España tiene sus argumentos, mientras que el titular de Defensa, Federico Trillo, afirmaba que 'España había sido atacada por la fuerza en un punto de su geografía'.
Que la cuestión de la soberanía dista de ser transparente se desprende, no ya tan sólo de las declaraciones de los políticos y de la posición oficial del Gobierno, sino de las opiniones de los expertos. Los lectores de EL PAÍS se desayunaron el miércoles con la noticia de que el Ejército español había efectuado su primera acción armada en muchas décadas y con un artículo de la historiadora María Rosa de Madariaga, titulado El falso contencioso de la isla del Perejil, en el que, tras efectuar un minucioso y documentado repaso a la historia de los últimos siglos, llegaba a la siguiente conclusión: 'Resulta evidente que la isla del Perejil no formaba parte de las plazas de soberanía , sino del Protectorado , de manera que, cuando Marruecos obtuvo la independencia en 1956, el islote pasaría a formar parte del nuevo Estado independiente'.
Ese mismo día, mientras el Gobierno marroquí hablaba de 'declaración de guerra', De Madariaga insistía en sus argumentos, 'consecuentes desde un punto de vista histórico e independientes de consideraciones políticas'. Y recordaba que incluso Tomás García Figueras, al que considera 'ideólogo del africanismo militarista en la época franquista', no citaba a Perejil en 1941 (en su obra Marruecos. La acción de España en el Norte de África) entre los territorios españoles 'con pleno derecho de soberanía'.
La historiadora reconoce que la documentación que ha manejado puede no ser exhaustiva, pero afirma que ha repasado minuciosamente todos los tratados entre España y Marruecos, desde el de 1799, sin hallar ninguna referencia al islote de la discordia. Es cierto, señala, que Perejil se integró en1415 en la posesión portuguesa de Ceuta, y que ésta pasó a formar parte del país único formado tras la unión de España y Portugal en 1581, en tiempos de Felipe II, pero ni entonces ni después, cuando al romperse la unión Ceuta pasó a España tras el plebiscito de 1640, hubo una referencia concreta al islote. De hecho, añade, la Ceuta de entonces fue extendiendo su territorio con el paso de los siglos sin que se aludiese nunca a Perejil.
Papeles aparte, lo que sí hubo, sobre todo durante el siglo XIX, fueron numerosos intentos españoles de ejercer una soberanía de hecho, es decir, de ocupar el islote, aunque esas acciones estuvieron siempre marcadas por el conflicto, ya sea por la oposición del sultán de Marruecos (como cuando en 1887 se pretendió construir un faro) o por la de Gran Bretaña. Este imperio, que renunció a regañadientes a controlar los dos lados del Estrecho (el europeo ya lo tenía con Gibraltar), no deseaba dar ninguna ventaja estratégica (ni siquiera en forma de minúsculo peñasco) a una potencia rival, aunque, puesta a elegir, prefería que no fuese Francia, sino la mucho más débil e inofensiva España quien se llevase el gato al agua.
Dionisio García Flórez, analista de temas de seguridad y defensa y autor del libro Ceuta y Melilla, cuestión de Estado (en el que se dedica un capítulo a Perejil), asegura que España tiene buenos argumentos para defender su soberanía sobre el islote ante cualquier instancia, como el Tribunal Internacional de La Haya. Su argumentación arranca de cuando España se quedó con la Ceuta portuguesa y, al contrario que María Rosa de Madariaga, sostiene que se puede interpretar que el islote formaba parte del lote. La plaza se convirtió formalmente en española tras el plebiscito ya citado de 1640 y, dos décadas más tarde, Portugal reconoció la soberanía española 'sobre Ceuta y sus dependencias', lo que se podría interpretar, dice García Flórez, como que incluía a Perejil.
'España', señala, 'es el único país que ha efectuado actos de soberanía en la isla. En los siglos XVI y XVII, por ejemplo, hubo seis proyectos de fortificación y artillado, aunque se desecharon por falta de rentabilidad. En 1771 se hizo un plano de la isla, y en 1779 se efectuó un reconocimiento de la misma ordenado por el gobernador de Ceuta.
La primera ocupación no esporádica de Perejil se produjo en 1808, y no fue inicialmente española, sino británica, y en vísperas del estallido de la guerra de independencia contra Napoleón. De Madariaga recuerda cómo recogía la noticia La Gazeta de Madrid: 'El 28 de marzo, un destacamento de 300 hombres de la guarnición de Gibraltar se posesionó de la isla de Perejil, que pertenece al emperador de Marruecos'. La cuestión de la soberanía, por tanto, distaba mucho ya entonces de estar clara. Luego llegaron los soldados españoles, que al parecer se mantuvieron en el islote hasta 1823. Diez años antes, Fernando VII había convencido a Inglaterra de que retirase su contingente.
En 1835, Estados Unidos se fijó también en el islote y quiso comprarlo, supuestamente para instalar en él una estación carbonera, pero el trato no cuajó, entre otras cosas por la oposición de Gran Bretaña, que no quería ver a toda una gran potencia emergente y rival sentar sus reales en el Estrecho. En 1848, relata García Flórez, los británicos atacaron Ceuta y quisieron apoderarse de Perejil, pero España lo impidió enviando un destacamento militar. Como consecuencia de esos acontecimientos, Londres admitió la soberanía española, que, por supuesto, prefería a la francesa o norteamericana.
La siguiente crisis estalló en 1887, cuando España envió una expedición a bordo del vapor Katti para construir un faro en el islote. Es lo que De Madariaga llama 'otro intento fallido de ocupación'. El sultán de Marruecos protestó y los mojones colocados por los españoles fueron arrancados por marroquíes (no se sabe quiénes ni cuántos) llegados, al parecer, desde Tánger. En el debate posterior en las Cortes, el 3 de diciembre, el ministro de Estado, Segismundo Moret, afirmó que la soberanía correspondía al sultán de Marruecos, y varios diputados, como el marqués de Villamagna, defendieron la españolidad del islote con el argumento de que así figuraba en la Guía General Marítima de 1883.
Dionisio García Flórez hace un recorrido detallado por la historia de Perejil, que incluye la constatación de que, hasta la paz de Uad Ras de 1860, no hay constancia de protestas marroquíes por la presencia de españoles en Perejil; un intento frustrado del sultán por instalar una garita en 1889; el rumor luego desmentido que, en 1894, apuntaba a que Marruecos había cedido la isla a Gran Bretaña; la petición británica en 1901 para poder extraer piedra de Perejil; el tratado de 1912 por el que se crea el protectorado (sin referencia alguna al islote), y el fin de éste en 1956 (con la misma ausencia).
Durante el protectorado español, y hasta al menos cuatro años después de concluir éste, hubo una constante o frecuente presencia española en Perejil. Hace unos días, uno de los últimos soldados que sirvieron en la isla aseguraba a El Periódico de Cataluña que, en el lenguaje militar, la isla se conocía como Punta Alemana, porque, durante la II Guerra Mundial, se utilizó como búnker por el ejército hitleriano.
Las actuales autoridades marroquíes sostienen que, en 1956, Perejil volvió a la soberanía del reino alauí, aunque en la declaración conjunta del 7 de abril de ese año no se aludía al islote. García Flórez asegura, por el contrario, 'que el protectorado no alteró las fronteras' y que, 'si Perejil no era marroquí antes, difícilmente podría serlo después'.
El vicepresidente del Gobierno Mariano Rajoy se refirió el 12 de julio, al día siguiente de estallar la crisis, a que 'a mediados de los sesenta' se alcanzó un statu quo consistente en que 'ni España ni Marruecos tuvieran dotaciones militares permanentes'. García Flórez está convencido de que ese compromiso, hasta entonces desconocido, se alcanzó por Franco y Hassan II en la entrevista que mantuvieron el 6 de julio de 1963, cuando se decidió, en secreto, el fin de la ocupación española de Ifni, un entendimiento sobre el Sáhara Occidental (por entonces todavía español) y el aparcamiento marroquí de la reivindicación sobre Ceuta y Melilla. Las palabras de Rajoy revelan ahora que, dentro de ese llamado espíritu de Barajas, hubo también un hueco para Perejil, con el presumible objetivo de que un peñasco despojado de casi todo valor económico o estratégico, no envenenase las relaciones bilaterales. No obstante, en el mapa oficial editado en 1995 por el Ministerio de Administraciones Públicas el islote figura como español.
Perejil fue, precisamente, el escollo que terminó echando por tierra en 1986 un primer proyecto de estatuto ceutí que incluía esta frase: 'El territorio de la ciudad de Ceuta es, junto con el peñón de Vélez de la Gomera y la isla de Perejil, el comprendido en la delimitación actual de su término municipal'. Marruecos puso el grito en el cielo, aunque el asunto apenas trascendió, y la referencia se eliminó. Según afirma García Flórez en un artículo publicado en la Red por el Real Instituto Elcano (www.realinstitutoelcano.org), el Ministerio de Exteriores encargó a raíz de aquel conato de crisis una investigación sobre la isla a la comandancia general de Ceuta, al mando entonces del teniente general Andrés Casinello. 'Dicho informe', asegura el analista de temas de defensa, 'no salió a la luz pública, pero en él se afirmaba que Perejil no era española, hecho que sorprende, pues basaba su decisión tan sólo en unos mapas franceses del siglo pasado'.
Perejil siguió en ese extraño limbo del que le sacó el 11 de julio la ocupación militar marroquí, abriendo una crisis que Bernabé García, profesor de Historia Contemporánea del Islam en la Universidad Autónoma de Madrid, considera 'un disparate total, desde las cosquillas marroquíes a la caída de los españoles en la trampa'. Él está especialmente interesado en saber qué puede haber tras la acción de Rabat, 'ya sea un intento de desestabilización de los militares, la incapacidad de Mohamed VI para controlar la situación o la cala del melón de Ceuta y Melilla'. Lo que echa de menos, en ambas partes, es 'la existencia de cabezas con capacidad de mediar y frenar'. 'Los políticos', concluye, 'no están dando la talla, ni a un lado ni a otro del estrecho de Gibraltar'.
García Flórez prefiere ir más a lo concreto y analizar algunas de las salidas posibles: que España defienda su soberanía con una fuerte presencia militar; que el contencioso se dirima en el Tribunal de La Haya, donde cree que 'Marruecos llevaría las de perder porque las fronteras no las traza la geografía, sino la historia', y que el espíritu de Barajas se plasme en un tratado que consagre una fórmula de neutralidad, tierra de nadie o cosoberanía. Una solución esta última que tiene, recuerda, el precedente de la isla de los Faisanes, en la frontera hispano-francesa del río Bidasoa. 'Lo malo', asegura pesimista, 'es que Marruecos, que ya ha roto un compromiso al invadir Perejil, y que no respeta las zonas neutrales de Ceuta y Melilla, pueda también saltarse cualquier compromiso futuro'.
De Tarifa hasta Perejil, a nado
De las numerosas ocupaciones que el islote Perejil ha experimentado a lo largo de la historia, tal vez las más singulares sean las que protagonizan los nadadores que, desde Tarifa (Cádiz), se lanzan cada año a la travesía del estrecho de Gibraltar. Es ésta una prueba de resistencia cuyo antecedente más lejano se remonta al 5 de abril de 1928, cuando una deportista británica cubrió el trayecto en 12 horas y 50 minutos. Son las corrientes marinas las que, cada año, deciden el punto de destino de una aventura que suele ser individual y que, hasta ahora, ha contado con la cobertura de Tarifa Tráfico, servicio de la Marina española que se ocupa del control de paso de embarcaciones por el Estrecho, y de su equivalente marroquí. Desde el otro lado del mar, nunca ha habido problemas para la concesión de los oportunos permisos y para la asistencia a los nadadores, llegados a la costa casi siempre al borde de la extenuación. Jesús Terán, un historiador de 58 años, que dirige la revista cultural del Ayuntamiento de Tarifa, Aljaranda, ha reunido una documentación exhaustiva sobre estas travesías, lo que le permite explicar que la primera nadadora en alcanzar la costa de Perejil, exactamente el 23 de junio de 1956, fue la surafricana Huid Elisabeth Jacoba, que tardó 5 horas y 40 minutos, y el último, en 1998, el mexicano, Salomón Dávila. El propio Terán viajó en esta ocasión en la embarcación de apoyo. 'Que yo sepa', afirma, 'en ninguna ocasión vieron los nadadores presencia humana en Perejil'. Terán es compañero de aficiones históricas y culturales de Wenceslao Segura González, cuya descripción geográfica de la isla y relato de su historia, publicados precisamente en Aljaranda, fue de lo poco que periodistas y políticos pudieron encontrar en Internet cuando el 11 de julio acudieron a la desesperada en busca de datos sobre Perejil. Las travesías a nado del Estrecho no lo muestran, pero las aguas que rodean el islote son también objeto de discusión. Rabat asegura que son marroquíes y, según Juan Luis Suárez de Vivero, director del Departamento de Geografía Humana de la Universidad de Sevilla, 'trazó en 1975 líneas de base recta en su costa', una de las cuales 'cierra la ensenada en la que se halla Perejil', lo que 'convierte en interiores esas aguas'. Se trató, dice, de 'un acto unilateral' que 'España no acepta, por lo que una de dos: o el conflicto se solventa bilateralmente, o sometiendo la cuestión a un tribunal internacional'. Según la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, todas las islas, independientemente de su tamaño, pueden generar mar territorial y zona contigua, y ése es el caso de Perejil. 'La cuestión', añade José Luis Suárez, 'es quién ejerce la soberanía sobre esas aguas', porque, obviamente, 'si la soberanía es de España, las aguas serán españolas, y si es de Marruecos, marroquíes'.
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