¿Catastrofismo?
Entre mis neoliberales ibéricos preferidos figuran Pedro Schwarz y Xavier Sala i Martín. Defienden sus ideas económicas en la prensa generalista, se les entiende y son lo bastantes sugestivos como para ganar adeptos entre los muy predispuestos; si bien nada más reversible que ciertas predisposiciones intelectuales a cierta edad.
Así por ejemplo, el profesor Sala i Martín, datos en mano, nos informa de que todo lo que era mejorable hace 30 años, ha mejorado y sigue mejorando; mientras que lo rematadamente malo sigue siendo malo, pero ya no rematadamente. Han subido 'un poquito' los suicidios, pero eso es debido al aumento observable en los países socialdemócratas, tales como Francia, Alemania, Dinamarca, Suiza, Finlandia, Suecia... O sea, que en los Estados del Bienestar la gente tiende a quitarse de en medio; no se nos dice si harta de tanto bienestar o si éste es pura farsa. Pero sobre todo, no se nos dice que estas estadísticas no dicen nada, salvo si son extremosas. Si en un sitio se quitan la vida -anualmente- 2.000 personas por cada 100.000, ahí algo gordo y fácilmente localizable está ocurriendo. Pero si en lugar de 2.000 hay una franja de entre 10-12 a 18-20, habrá que dejarse los sesos en la indagación de las causas de estas diferencias. Aunque a bote pronto, uno piensa que hay suicidios que no lo parecen y muertes naturales que son suicidios encubiertos. Todavía subsisten diferencias culturales pese a todos los parecidos habidos y por haber. En Japón se suicidan más jóvenes y adolescentes que en parte alguna debido a la presión de los estudios. Guardémonos de echarle la culpa al capitalismo neoliberal, pues la disciplina cuasi espartana de aquel país viene de muy lejos; en cambio en Estados Unidos, el gran país neoliberal, la presión de la escuela e incluso de los primeros cursos universitarios es bien moderada. Así pues, no mezclemos berzas con capachos.
La vida también tiene precio y, dentro de unos límites, hay sociedades que lo fijan, tal vez, un poco más alto que otras. Generalmente, allí donde la vida es más agradable habrá algunos individuos dispuestos a perderla si ven su calidad amenazada o degradada. Hacer de esto un rollo macabeo con implicaciones ideológicas es una invitación a la hilaridad. ¿Por qué se calla el profesor Sala i Martín que los países por él citados (entre ellos Francia), con un buen grado de protección social, son los de mayor índice de vida media y de más bajo índice de mortalidad infantil? Dijo el león: 'No fue león el pintor'.
Por donde se mire, el mundo está mejor ahora que hace 30 años. Esto parece aplicable al planeta Tierra y a la humanidad en su conjunto, con la excepción de los países europeos que no aprendieron y siguieron las lecciones de doña Margaret Thatcher. Dejémonos, pues, de 'repetir obsesivamente que todo empeora'. Apliquémonos a distinguir lo que son problemas reales de lo que son 'catástrofes imaginarias'. Leer cosas así dejará consternados a muchos lectores y con mucha razón; pues hasta ahora se nos había informado profusamente de las plagas que afligen al mundo y conocíamos asimismo el reparto de las culpas. Por ejemplo, la explosión demográfica tenía como primer y gran villano a las religiones; el desastre ecológico en la antigua Unión Soviética, Siberia incluida, era achacable al comunismo. Hambre, sida, devastación y despotismo estaban íntimamente relacionados con negociantes desaprensivos y élites corruptas indígenas. Pero ahora resulta que, a pesar de todo, las cosas no están tan mal y que en realidad mejoran a ojos vistas. Hambre sólo la sufre un 18% de la población mundial y el consumo de calorías en los países pobres es de 2.650 per capita. Diablos, deben estar todos gordos, pues esa cifra es demasiado elevada incluso para la mayor parte de los empleados en el sector servicios. (La desnutrición es otra cosa, pero ante el hambre pura y dura no seamos quisquillosos). No sabíamos tampoco que si en 1970 sólo el 25% de la población tenía acceso al agua corriente y potable, en el 2000 el porcentaje se elevaba ya al 85%. Tanto hablar de las 'guerras del agua' del siglo XXI y apenas empezado el tal periodo, zas, problema casi resuelto. Claro que no es eso lo que dice, entre tantos otros organismos y grupos ecologistas, el Worldwatch Institute. Unas 14.000 personas mueren diariamente por la contaminación del agua; mientras el desierto avanza por la explotación excesiva de los acuíferos. Incluso en Estados Unidos, país de muchas lluvias y ríos y donde nuestro Júcar sería llamado un brook (riachuelo), preocupa y no poco el abastecimiento de agua.
El profesor Sala i Martín menciona la mejora de la salud mundial, pero no menciona el sida entre sus 'catástrofes imaginarias'. Mientras, esta enfermedad ocupa hoy más que nunca páginas y más páginas en la prensa mundial. Luc Montagnier, descubridor del virus, ha escrito estos días: 'Estamos efectivamente ante una guerra y hay que declarar la guerra al sida, porque es la verdadera plaga que hace peligrar la civilización planetaria. La epidemia se ha convertido en un problema importante de seguridad internacional'. En efecto, para no pocos observadores el sida será pronto más desestabilizante que el terrorismo fundamentalista o que la corrupción de las cúpulas de las grandes empresas generalmente multinacionales. El continente africano está siendo arrasado por la plaga, le sigue los pasos buena parte de Asia y qué se hace. Enviarles medicamentos caducados, negarles la fabricación de genéricos (Brasil se salta valerosamente la 'orden', pero países más impotentes no pueden y no pocos ni siquiera sabrían hacerlo por más que pudieran y quisieran).
Podríamos seguir con la retahila, pues si algo hay fácilmente demostrable es que, en los últimos 30 años, la humanidad y su habitat han empeorado. Desiertos crecen, se extinguen bosques, especies desaparecen...
'Catástrofes imaginarias'. Lo que en realidad prevalece, y es lo único que puede preservar al ser humano, es un sano pesimismo. Si se extendiera el optimismo de ciertos prestigiosos profesionales, la sociedad escondería la cabeza bajo el ala o se echaría plácidamente a dormir. En cambio, el pesimismo colectivo no entraña necesariamente rendición, sino conciencia del reto y predisposición para afrontarlo. Siempre ha sido así y que no deje de serlo.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
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