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Editorial:DEBATE DEL ESTADO DE LA NACIÓN / 1
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Punto de inflexión

Al presidente no le gustan los debates del estado de la nación. Por la mañana, Aznar leyó su discurso con un tono cansino y burocrático que recordaba a los últimos años del PSOE en el poder. También, como ocurría entonces, Aznar necesitó que Zapatero le pusiera banderillas negras para dar sus mejores prestaciones en la réplica. La intervención inicial del presidente fue más propia de un debate de investidura, como le reprochó el líder del PSOE, que del ejercicio anual de balance de la acción de Gobierno. Era la estrategia diseñada con el cambio de Ejecutivo de la semana pasada.

Con ese pasado irrealmente amortizado, Aznar explicó sus intenciones para recuperar la iniciativa política de aquí al final de su mandato. Del año que se sometía a control parlamentario, sólo dos breves e indirectas referencias autocríticas: la preocupación genérica por la inflación y la constatación de un aumento en el número de delitos. Lo cual le permitió situar en primer plano la seguridad ciudadana, que de unos meses a esta parte se ha convertido en el argumento recurrente de la derecha europea, a través de una peligrosa amalgama con la cuestión de la emigración. Mirando hacia el futuro, el terrorismo y la cuestión vasca sirvieron una vez más al presidente para marcar un terreno en el que caben pocas discrepancias. Las duras palabras sobre 'el camino emprendido por el nacionalismo e IU en el País Vasco, un camino que no va a conducir a nada', no por esperadas dejan de ser relevantes. En cambio, sorprendió su distanciamiento gélido de los sindicatos, lo que sin duda le causará mayores problemas de cabeza para el otoño.

Si la mañana fue gris y tediosa, por la tarde el debate recuperó la condición de duelo que lo hace atractivo en unos tiempos en que la política cada vez está más futbolizada, los diputados aplauden como hooligans y los medios de comunicación buscan un resultado. Zapatero trazó un discurso orientado al electorado de izquierdas con un doble objetivo: presentar la política de Aznar como anticuada y antisocial y subrayar el estilo autoritario del presidente. Con apelaciones reiteradas a la sociedad civil, Zapatero buscó un lenguaje que conectara con las preocupaciones directas de los ciudadanos, acusando al Gobierno de crear inseguridad laboral e incertidumbre social, con la tasa de paro más alta de la UE, con la dificultad para encontrar una vivienda cada vez más cara para una juventud a la que Aznar marginó en sus palabras, con el recorte de prestaciones sociales, con la segregación en la enseñanza, etcétera. No le gustó nada al presidente que, en su réplica, apoyada en una profusión de datos macroeconómicos, se centró en un objetivo principal: acusar a Zapatero de incompetencia e incapacidad de presentar una alternativa. 'Usted ha pasado de la oposición tranquila a la oposición de pancarta', le dijo. Era un intento de construir una imagen de Zapatero como político irresponsable, que difícilmente casa con su proverbial estilo moderado.

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Fue éste el momento decisivo del debate. Y quizás el que marque una inflexión en la política española. Lejos de arrugarse ante la despectiva lección que le impartió Aznar, la contrarréplica de Zapatero fue afilada, hasta pillar a Aznar en su propia trampa: ¿Cómo voy a tener que demostrar yo que las cosas se han hecho mal si usted mismo lo ha reconocido cambiando el Gobierno?

Después de la confrontación dialéctica de ayer, puede defenderse una idea fuerza: se ha acabado el desequilibrio que había entre un Gobierno todopoderoso y una oposición que luchaba para hacerse un hueco y salir a la luz. Este 15-J puede marcar el final del periodo en el que la derecha gobernó sin apenas obstáculos, con una oposición a la búsqueda de identidad y de liderazgo, que quemó un par de líderes por el camino. El debate ha consagrado a Zapatero como alternativa real, cuando se sabe que Aznar se va y se desconoce el nombre de su sustituto dentro de la derecha. El socialista habrá de capitalizar esta ventaja sobre su tapado futuro adversario.

Si hay alternativa de estilo quizás sea prematuro afirmar que hay también una política alternativa compacta. Zapatero ofreció algunas pinceladas de su proyecto, que requieren más concreción. No era el lugar y la coyuntura adecuadas para explicar en detalle esas propuestas, pero ha llegado la hora de la verdad para el PSOE. En el debate de ayer entre el presidente y el aspirante ha quedado explícito que el último ha subido los peldaños necesarios para afrontar sin complejos un cara a cara con el presidente. La visible incomodidad y el nerviosismo de Aznar le ahorraron a Zapatero más pruebas del estilo autoritario del presidente. El modo despreciativo y arrogante de responderle, el de casi siempre, hablaba por sí solo.

El enfrentamiento no impidió que en algunos temas se impusiera por ambas partes la apelación al encuentro que la razón de Estado exige. Ambos comenzaron sus discursos y dedicaron su última réplica a compartir posiciones en el conflicto con Marruecos, en la cuestión terrorista y en el desafío institucional del Gobierno vasco. En esto se cumplieron los mejores requisitos de este ritual democrático y pasaron a mejor vida aquellos tiempos en los que el PP utilizaba todo con tal de debilitar a Felipe González

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