_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Habas contadas

Ya está, ya no hay equívocos. El PNV apuesta por la independencia del País Vasco, con el apoyo indirecto de HB. EA es un complemento, y Madrazo, la escarapela pintoresca en el tricornio nacionalista. Por supuesto, el Estatuto es lo de menos. O si se prefiere, el Estatuto es el peldaño en que conviene asentar el pie para superar el Estatuto. Hace unos meses, el PNV estuvo a pique de echar por tierra los palos que sostenían el sombrajo estatutista. Al cabo se retrajo, como la cabeza del yo-yo al llegar al extremo del hilo. Pero ahora será más difícil dar marcha atrás. El frenazo en seco haría volar por el aire a la cúpula del partido, y las cúpulas partidarias se resisten a volar por el aire, máxime cuando no existen disidencias, ni alternativas consolidadas, dentro de la organización.

Se anuncia, pues, una etapa de lo más agitada. ¿Sorprendente? No. Ibarretxe está haciendo lo que dijo que haría al ser investido lehendakari en 2001. Aun así, nos asiste el derecho racional a manifestar cierta sorpresa dentro de la no-sorpresa. Las autonómicas del año pasado depararon al PNV una ocasión de oro para mudarse de piso sin romper de golpe toda la vajilla. Volvamos la vista atrás y recordemos cómo estaban las cosas hace unos meses. Después del revés sufrido por el constitucionalismo en las elecciones, el partido socialista reunía tres motivos de peso para hacer concesiones de enjundia al PNV. Uno, los sentimientos encontrados dentro del PSE. Los socialistas vascos se habían mancornado al PP sin demasiada alegría, y confiaban, sinceramente confiaban, en que los nacionalistas les brindaran la oportunidad de volver a lo de antes en términos políticamente viables. Dos, la estrategia nacional. El PSOE quiere recuperar La Moncloa, y para ello necesita el concurso de los nacionalistas vascos y no vascos. Tres, Maragall. Maragall, probable vencedor de las autonómicas catalanas, y gran fuerza emergente dentro del socialismo, cultiva una interpretación del Estado de sabor confederal. Avenirse a una relectura creativa de la Constitución habría permitido, por tanto, al PSOE matar tres pájaros de un tiro: juntar sus recursos con los de los periféricos, separarse del PP en el País Vasco y cerrar las fisuras que lo dividen de la rama catalana. La ganancia, para el PNV, podría haber sido enorme, y los riesgos, mínimos en comparación de los que se ha decidido a correr ahora. Sin embargo, no ha dado al PSOE ninguna facilidad. Es más, no ha dispensado un momento de atención a los gestos, los ofrecimientos, las instancias repetidas, de los socialistas. ¿Por qué?

Cabe considerar dos hipótesis, no incompatibles aunque claramente distintas. Según la primera, el PNV no ha contado con los socialistas porque sabe que éstos nunca irían tan lejos como él pretende. Esta hipótesis... no me convence. Puesto que nada habría impedido al PNV iniciar un segundo desplazamiento después de haberse desplazado con los socialistas. O redondear el arreglo confederal o seudoconfederal con cláusulas destinadas a conseguir lo único que da sentido a esta milonga. Que es -digámoslo claro- desactivar a los partidos nacionales en el territorio de las tres provincias.

La segunda hipótesis es la de Mayor Oreja. El Pacto de Estella no se ha suspendido, sino que permanece en estado de latencia. El PNV, en consecuencia, no puede no contar con los radicales, y por lo mismo, no puede moverse hacia donde, con las manos libres, preferiría quizá hacerlo. Por eliminación, me quedo con la hipótesis número dos, la cual lleva camino de convertirse en una simple constatación. El PNV contempla un Estado étnico, que incluye a Navarra y dos provincias francesas. Ese Estado étnico choca con la Constitución española, con la de Francia y con la voluntad de su propia etnia agregada. No parece promovible sin dosis importantes de violencia, o sin un quebranto serio de las reglas democráticas. Pero en ésas estamos. Nunca se asó la manteca con un propósito tan firme de comérsela luego.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_