Los últimos días del esturión
En el Guadalquivir llegaron a elaborarse, hasta 1970, más de 16 toneladas de caviar
A pesar de estar estrechamente vinculado a la historia de algunos municipios ribereños, el esturión no sólo ha desaparecido de las aguas del Guadalquivir sino que, incluso, se ha borrado de la memoria colectiva de estas poblaciones. Teodoro Classen, el especialista ruso que, a partir de 1932, se hizo cargo de la fábrica de caviar de Coria del Río (Sevilla), señalaba en uno de sus escritos como este pez ya aparecía en las monedas romanas que se acuñaron en esta población, y destacaba el hecho de que la preparación de caviar fuera, durante el reinado de los Reyes Católicos, un monopolio otorgado a los monjes cartujanos de Sevilla. Sin embargo, concluía, 'este arte se perdió en las riberas del Guadalquivir'.
A comienzos del siglo XX, el esturión se seguía pescando en este cauce, pero sus huevas apenas merecían aprecio, hasta el punto de que se empleaban como alimento para el ganado porcino. Fue la familia Ybarra la que, a finales de los años veinte, se interesó por el aprovechamiento industrial de esta especie, contratando, como especialista en la materia, a Classen. Tras investigar las potencialidades de esta singular pesquería, la sociedad Jesús de Ybarra puso en marcha una fábrica de caviar y carne ahumada que estuvo operativa entre 1932 y 1970.
Base de datos
Un documentado estudio publicado por el Ayuntamiento de este municipio, del que es autor Salvador Algarín, rescata ahora la historia de los esturiones y el caviar del Guadalquivir, completando la minuciosa base de datos que, hasta 1948, elaboró Classen. De acuerdo a estos registros, y los que se llevaron a cabo hasta 1966, la factoría coriana procesó, a lo largo de toda su actividad, cerca de 160.000 kilos de esturiones (más de 4.000 ejemplares), de los que se obtuvieron unas 16 toneladas de caviar. La producción, señaló en su día el especialista ruso, 'es suficiente, con amplitud, para cubrir el consumo nacional', y su calidad 'es equivalente a la del mejor caviar ruso'.
Para organizar la explotación hubo que importar instrumentos de pesca especializados, similares a los que se usaban en el Danubio y en los ríos rusos. Se trataba, explica Algarín, 'de palangres de fondo, con grandes anzuelos empatillados de acero, fabricados especialmente para esturiones'. La adaptación de estas técnicas al Guadalquivir y la elección de las zonas en donde calar las artes corrió a cargo de Efion Moskobició, un especialista rumano.
Según el catálogo de precios de 1939, una lata de 1.100 gramos de 'caviar español Ybarra selecto' se vendía a 165 pesetas, aunque también era posible, para las economías más modestas, adquirir una lata de 50 gramos de 'caviar de segunda', cuyo precio era de 3,50 pesetas. Por tanto, el caviar de mayor calidad venía a costar siete pesetas el gramo, mientras que en la actualidad ronda las 200.
El futuro de esta rentable actividad estaba, sin embargo, hipotecado antes de ponerse en marcha. La presa de Alcalá del Río, que entró a funcionar en 1931, privó a los esturiones de algunas de sus más importantes zonas de cría al no poder remontar el río.
A pesar de este grave impacto, los esturiones consiguieron establecer frezaderos aguas abajo de Alcalá, lo que permitió, en principio, la supervivencia de la especie. La pesca se mantiene en unos niveles aceptables hasta que, en 1961, las capturas comienzan a descender de manera acusada.
Es muy posible, como detalla Algarín, que la extracción de áridos en numerosos puntos del cauce originara la alteración de las nuevas zonas de cría y que este animal se viera, además, afectado por la creciente contaminación del río. Como problema añadido, el esturión venía sufriendo una intensa sobrepesca en las mismas compuertas de la presa de Alcalá, en donde quedaban atrapados los animales tratando de remontar el río.
Si en 1935 llegaron a procesarse en la fábrica de Coria cerca de 400 esturiones, en 1961 apenas se capturaron 49. Tres años después solo entraron la factoría 17 ejemplares y, en 1966, cuando terminan los registros de esta actividad, fueron sólo cuatro los esturiones que pudieron aprovecharse. Así las cosas, en 1970 cierra la factoría, señalándose en la declaración oficial de baja que el motivo de esta decisión era la 'falta de entrada de pescado en el río'.
Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es
Un río de problemas
En su revisión histórica, Salvador Algarín incluye algunos pasajes de un revelador folleto publicado en 1962 por el Servicio Nacional de Pesca Fluvial y Caza, dedicado al esturión del Guadalquivir. En este documento se describen, por primera vez y con detalle, algunas de las actividades que estaban amenazando el futuro de la especie, como ya había advertido Classen en la década de los cuarenta. Por ejemplo, y en lo que se refiere a la extracción de áridos, venían funcionando en aquellos años, entre la ribera de Huelva y la presa de Alcalá del Río, nueve dragas y 52 barcos areneros, que movían más de 5.000 metros cúbicos de este material cada tres meses. Sólo dos zonas estaban acotadas para desovaderos y, aún así, seguramente se vieron afectadas por tan intensa alteración de los fondos del cauce. Respecto a los vertidos, no existían aún depuradoras que trataran los residuos urbanos e industriales, que se arrojaban, sin mayores miramientos, al río. Coincidiendo con la época de puesta, la más sensible para el esturión y otras especies, las 1.200 almazaras situadas entre Jaén y Sevilla liberaban al cauce unos 750.000 metros cúbicos de alpechín. La azucarera de La Rinconada (Sevilla), y diversas fábricas de aderezo, también contribuían con sus desechos a empeorar la calidad de las aguas. Algunos pescadores señalaban entonces como, debido a la contaminación, los esturiones huían hacia el mar, 'algunos de ellos nadando en superficie por asfixia'. Los embalses que iban salpicando la cuenca también pudieron alterar los hábitos del esturión, ya que al retenerse el agua durante el invierno y la primavera el río liberaba al mar menos cantidad de agua dulce con gran turbidez, fenómeno que actúa como un mecanismo capaz de desencadenar la migración de estos animales, muchos de los cuales renunciarían a remontar el río.
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