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UNA PRESIDENCIA EN HORAS BAJAS

Los escándalos financieros cercan a Bush

La campaña de las legislativas acaba con la tregua política tras el 11-S y cae la popularidad del presidente

La tregua tácita que pactaron republicanos y demócratas el 11 de septiembre ha terminado. La oposición al Gobierno ha encontrado en los escándalos financieros un argumento electoral de alto valor a sólo cuatro meses de que las urnas de EE UU decidan qué partido tendrá la mayoría en el Capitolio durante los dos últimos años del mandato de George W. Bush. Fuentes cercanas al presidente lamentan que su comportamiento empresarial del pasado -nada coherente con la ética que ahora promueve- haya ensombrecido su situación política privilegiada. Los analistas republicanos han encontrado un dato que les preocupa: las encuestas demuestran que EE UU no sabe si Bush quiere beneficiar más a los grandes empresarios o al ciudadano medio.

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El viernes pasado, varias cadenas de televisión de la ciudad de Waco, en el corazón de Tejas, emitieron un anuncio de campaña política que promovía el voto para un candidato republicano a la Cámara de Representantes. Hace dos años, Bush ganó sobradamente en las presidenciales en ese distrito (tiene allí su rancho), pero un demócrata le robó el escaño en la Cámara al aspirante republicano.

El anuncio no sería relevante de no ser porque constituye el inicio oficial de la campaña republicana para las legislativas de noviembre. En esos comicios no sólo se renovará, como cada dos años, la Cámara de Representantes al completo y un tercio de los escaños del Senado: está en juego también el control político del país. Los demócratas tienen una mayoría endeble en el Senado gracias a un miembro de esa Cámara que dejó el Partido Republicano para convertirse en independiente. Pero es difícil que pierdan esa mayoría en noviembre, porque, de todos los escaños que se renuevan, 20 son republicanos y sólo 13 demócratas. La historia demuestra que lo fácil para ellos será consolidar su mayoría.

En la Cámara de Representantes el escenario es muy distinto. Los republicanos dominan por una diferencia numérica sumamente frágil: los demócratas sólo necesitan ganar siete escaños para hacerse con la mayoría y tener la herramienta que puede estrechar al mínimo el margen de actuación política de Bush en sus dos últimos años de mandato antes de enfrentarse a una posible reelección.

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A Bush le gusta decir que EE UU 'está en guerra'; esa denominación belicosa de la lucha contra el terrorismo le ha servido para forzar una solidaridad política que acaba de terminar. En un país en el que la mitad de los hogares tiene dinero invertido en Bolsa, los escándalos financieros en grandes compañías y las dudas sobre la moralidad empresarial en el pasado de Bush y su vicepresidente, Dick Cheney, han devuelto un enfrentamiento político que empezaba a echarse de menos. En poco más de dos semanas, Bush y Cheney se han visto sometidos a la revisión de su biografía empresarial. El presidente no sólo vendió acciones de su compañía (antes de que bajaran por el anuncio de pérdidas) incumpliendo la regulación que le obligaba a notificarlo; también recibió créditos de su propia compañía a bajo interés, lo mismo que ahora pone como ejemplo de corrupción empresarial. El caso de Cheney es peor, porque ya hay una demanda formal contra él por manipulación contable cuando era presidente de la petrolera Halliburton.

Ahora hay 'un halo de secretismo en torno a Bush. Dice que no tiene nada que ocultar, pero tampoco da explicaciones', asegura a EL PAÍS Guillermo Meneses, director del Comité Nacional Demócrata, que recuerda con cierto sarcasmo que los índices de la Bolsa de Nueva York han caído de manera alarmante desde que Bush fue allí esta semana a pronunciar su discurso sobre ética empresarial.

Steve Schmidt, del Comité Nacional Republicano, se aferra a las encuestas para recordar que el nivel de aceptación de Bush 'convierte a este presidente en uno de los más populares de la historia', dice a este periódico. Schmidt, igual que hizo Bush esta semana, achaca los escándalos financieros a 'la cultura empresarial deshonesta que prevalecía en los noventa amparada por la falta de ética de Clinton'.

Una encuesta de Gallup ha desvelado que 46 de cada 100 estadounidenses creen que Buh pone por encima de todo la defensa de los intereses de las grandes empresas y empresarios; 47 de cada 100 todavía piensan que se preocupa más por ellos, pero esa cifra ha encogido en las últimas semanas. Además, el nivel de aceptación del presidente pasa por el momento más débil desde el 11-S, aunque se mantenga en un cómodo 70%.

Al mismo tiempo, ha surgido una corriente reformista en el Partido Republicano que parece dispuesta a enmendar a Bush cuando vislumbra tibieza en su comportamiento. Los estrategas de Bush consideran que el esfuerzo demócrata por vincular al presidente con los escándalos está empezando a lograr una reducción en la confianza que los estadounidenses depositan en su capacidad para dirigir la economía.

Por eso Bush hace lo que puede por desviar la atención de la opinión pública del bolsillo al corazón: 'La gente tiene que dar un paso atrás y preguntarse ¿qué es más importante en la vida?', decía Bush el jueves en un mitin en Minneapolis que concluyó con una mezcla pintoresca de doctrina filosófica y campaña política: 'Al final, todo este lío empresarial ¿es importante? ¿O lo importante es servir a tu vecino y amar a tu vecino del mismo modo que a uno le gusta ser amado por los demás?'.

Agentes de la Bolsa de Chicago observan los paneles que reflejan la evolución de las cotizaciones.
Agentes de la Bolsa de Chicago observan los paneles que reflejan la evolución de las cotizaciones.REUTERS

Al Gore empieza a moverse

Al Gore nunca lo ha dicho, pero su mujer sí: Tipper Gore ha comentado en público que 'estaría encantada' de que su marido decidiera volver a presentarse como candidato presidencial demócrata. Él nunca ha querido pronunciarse sobre sus intenciones políticas para 2004, pero algunos de sus últimos movimientos empiezan a sugerir que se encamina hacia un segundo duelo con Bush. Al Gore se está haciendo cada vez más visible. Estuvo meses escondido detrás de un retiro político, una barba y un trabajo como profesor universitario, pero sus amigos le describen ahora como un conductor al volante a punto de pisar el acelerador. Su reinmersión en el laberinto de la política coincide con una serie de encuestas moderadamente alentadoras. Un sondeo de Gallup / USA Today / CNN otorga a Bush una diferencia de 20 puntos sobre Gore en un hipotético enfrentamiento por la Casa Blanca en noviembre de 2004. Es mucho, pero es, sobre todo, mucho menos que antes: hace seis meses, la diferencia era de 40 puntos. Hay otra encuesta más interesante: un 53% de los demócratas quieren a Al Gore como candidato. Detrás de él, la nada: sólo un 20% apoyaría a Hillary Clinton y apenas un 10% estaría con Bill Bradley, el hombre que disputó la candidatura demócrata con Gore en las primarias de 2000. Entretanto, Al Gore guarda silencio, pero da pistas. Se ha quejado de que en su campaña electoral hubo 'demasiados estrategas y demasiados asesores dando consejos', dijo recientemente en Memphis. Sugirió que, si se presentara otra vez, lo haría con una campaña más personal, más humana.

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